Medir las fuerzas
En efecto, no solamente hay que sentarse a meditar si disponemos de recursos suficientes para llevar a buen término la empresa que iniciamos, sino que debemos considerar los medios de que dispone el adversario. En el terreno espiritual, ese rey enemigo es todo lo que se opone al nuevo propósito que nos anima, o sea el mundo que nuestro anterior yo había instituido: la familia, los hábitos, los placeres, todo el conjunto de cosas que constituyen nuestra felicidad. Si esas fuerzas son superiores a las del nuevo propósito, mejor es pactar con el enemigo y encontrar con él la fórmula que nos permita vivir en paz, puesto que de lo contrario, vamos a enzarzarnos en una guerra perdida por adelantado.
El camino de ascenso conlleva un cambio de valores, hemos dicho. Sin embargo, mientras se suba por la columna de la izquierda, la de las realidades materiales, ese cambio no será radical, sino progresivo. En efecto, el conocimiento, la intelectualización progresiva, también separa de aquellos que no flotan a la misma altura, y bien han visto los sociólogos que la división entre ricos y pobres está perdiendo fuerza en el mundo y en cambio progresa la división entre cultivados y analfabetos.
Cuando se asciende por la columna de la derecha, el rechazo del viejo mundo es más radical, y así vemos que el deseo de vivir la vida espiritual lleva la persona a buscar la nueva familia, la vida comunitaria que la propicie.
Calcular sus medios, saber las fuerzas de que dispone el adversario, es fundamental para seguir a Cristo. Luego hay que estar dispuesto a abandonar todo lo que se posee, incluida la familia y, al mismo tiempo, llevar su cruz. ¿Qué puede significar llevar su cruz?
La cruz representa las cuatro fases evolutivas por las que el ser humano debe pasar para integrarse al reino. En su primera fase, la cruz no era más que un palo vertical era el falo que aparece en las religiones antiguas, a través del cual la simiente divina era infundida en el ser humano, haciendo de él un instrumento en manos de la divinidad.
En su segunda fase, apareció el madero horizontal que, partiendo de la izquierda, se superponía al madero vertical, cortando su fuente de aprovisionamiento divino. La cruz aparecía así como una escuadra abierta hacia la izquierda, representando el periodo en que los luciferianos se adueñaron de los resortes humanos y se instituyeron en mentores del hombre.
En su tercera fase, el trazo horizontal se prolonga hacia la derecha y la cruz aparece en forma de T. Representa el periodo en que la potencialidad humana se exterioriza, la obra humana aparece y Cristo es llamado al mundo, al tocar el madero horizontal la columna de la derecha.
En la cuarta fase, Cristo aparece y con él, el madero vertical superior, restableciéndose el contacto con la espiritualidad, cuya energía se superpone a la aportada por los luciferianos y los domina y vence.
El ser que lleva su cruz es el que ha vivido plenamente esos cuatro períodos y que asume la responsabilidad que los comportan; es decir, es la persona que lleva a cuestas su pasado, integrándolo a cada uno de sus pasos que da, en su presente y sin que este pasado dificulte su marcha.
Asumir sus responsabilidades, integrar el mundo antiguo al nuevo, tal es el trabajo; pero al mismo tiempo abandonar el mundo antiguo, la familia, las posesiones. Tal es la contradicción que quien quiere seguir a Cristo debe resolver. La solución de esa contradicción que consiste en abandonar algo y llevarlo encima al mismo tiempo, no puede consignarse en una fórmula, ya que es un trabajo individual y distinto para cada uno.
En el próximo capítulo hablaré de: el valor de lo perdido
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