Las diez vírgenes
“Entonces el Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes que, habiendo tomado sus lámparas, fueron al encuentro del esposo, cinco de ellas eran insensatas y prudentes las otras cinco. Las insensatas tomaron sus lámparas, pero sin llevarse aceite con ellas; las prudentes tomaron la precaución de llevar, con sus lámparas, un recipiente de aceite. Como el esposo tardara, todas se durmieron. En la mitad de la noche, alguien gritó: ¡He aquí el esposo, id a su encuentro! Entonces las vírgenes despertaron y prepararon sus lámparas. Las insensatas dijeron a las prudentes: dadnos algo de vuestro aceite; ya que nuestras lámparas se apagan. Las prudentes respondieron: no, pues no habría bastante para vosotras y para nosotras; id más bien a los que lo venden y compradlo. Mientras iban a comprarlo, el esposo llegó y las que estaban prestas entraron con él en la sala de bodas y la puerta se cerró. Más tarde, las otras vírgenes acudieron y dijeron: Señor, Señor, ábrenos. Pero él respondió: en verdad os digo que no os conozco”. (Mateo XXV, 1-12).
Vemos en esta parábola dos actitudes, la prudente y la insensata, por parte del alma humana que espera la entrada al Reino en su noche.
En la literatura cabalística, a los sabios se les ha designado a menudo con el nombre de “lámparas” y la expresión concuerda de forma bastante exacta con lo que sucede realmente con el cuerpo humano, cuya materia, al alcanzar un determinado grado de desarrollo, empieza a brillar por dentro, como si en el interior hubiese luz. Ya sabemos que esto es realmente así, que la luz de la columna de la derecha permite a la organización material subsistir. Pero esa luz interiorizada no atraviesa las tinieblas materiales hasta que la persona ha alcanzado un cierto grado de desarrollo. Entonces este se vuelve transparente y es como una lámpara.
Esas lámparas ardiendo en la noche atraen a los instructores que trabajan en las esferas espirituales y reciben de ellos la enseñanza adecuada hasta el día de la cita, hasta esa trascendente jornada en que son consideradas aptas para recibir el impacto positivo y convertirse en generadoras del Reino.
Hemos visto en el curso de “Los Misterios de la Obra Divina”, al estudiar la dinámica de la Creación, que los primeros trabajos fueron los femeninos. Al comienzo de la Obra, Dios desplegó su naturaleza femenina para reducir, por así decirlo, y encadenar las energías zodiacales. Y por ello, toda obra humana, grande o pequeña, trascendente o efímera, debe empezar por el lado femenino de nuestra naturaleza. Esto explica que en las escuelas que enseñan el esoterismo, se encuentren siempre más mujeres que hombres, porque la primera seducida por los temas espirituales es la mujer. Del mismo modo que fue la primera seducida por Samael, el príncipe de las tinieblas.
En la Obra crística de acceso al Reino del Padre, las cosas ocurren de igual modo. Primero tenemos que ser esa tierra virgen en la que la semilla de Cristo pueda ser plantada, para convertirnos más tarde en los portadores de esa semilla y poder ser los que establecen el Reino a su alrededor.
Vemos en la parábola que diez entidades humanas han alcanzado esa primera fase de la Obra. Se han convertido en tierra virgen y van, en su noche, inconscientemente, al encuentro del esposo. El paso siguiente ha de consistir en entrar en la sala de bodas, donde recibirán la semilla de la nueva personalidad. De ella nacerá el Niño Divino que un día morirá en la naturaleza humana, renaciendo en todos sus átomos, tal como lo hemos explicado en el capítulo anterior.
Pero, en la espera del esposo, mientras cinco de esas vírgenes han traído combustible para alimentar sus lámparas, las otras cinco han cometido la insensatez de no llevarlo, y el resultado es que sus lámparas se apagaron y no pudieron acudir a la cita con el esposo.
Ya hemos visto que el aceite es una esencia que procede de la columna de la derecha y que lo mismo sirve para curar una enfermedad que para mantener alumbrado un fuego. ¿Por qué las insensatas fueron a esperar al esposo sin aceite?
Sin duda porque pensaron que la espera del esposo era lo último que podían hacer y que, haciéndolo, ya habían cumplido. En efecto, son muchas las personas que creen que ya han llegado cuando se encuentran en la primera rampa de la montaña.
Saben cuatro cosas, que no inciden en su comportamiento, participan en unos ritos, son adeptas de una determinada orden, y viven así toda la vida creyendo que nada les queda por descubrir. Teniendo la lámpara encendida, no piensan que van a necesitar nuevo combustible, creyendo de buena fe que el combustible ya acudirá por si solo, sin que ellas deban proceder a ninguna operación. Ignoran, claro está, la dinámica natural de ese aceite, ya que, una vez la lámpara encendida, el aceite que arde en ella provoca la llegada del esposo, la boda, la inseminación, el nacimiento del Niño Divino, el cambio radical de la personalidad y finalmente, el cambio de la sociedad que nos rodea.
Para que todo esto ocurra, es preciso no cortar el conducto por el que mana el aceite. Pero si la persona se desenchufa de esa corriente, es insensato pensar que permanecerá en el punto en que se encuentra; ya que su lámpara se apagará y volverá al mundo profano del que ha salido, y un día lo encontraremos haciendo respiraciones de yoga, pongamos por caso, convencida de que cultivando una espiritualidad arcaica, sigue conectada con las fuerzas vivas del universo.
Jesús quiso decirnos con esa parábola que el Reino de los Cielos es un continuo caminar hacia adelante y quien se detiene en esa marcha vuelve automáticamente hacia atrás y sus esfuerzos anteriores habrán resultado baldíos.
Caminando hacia adelante, el Reino de Dios va apareciendo a la vista del peregrino, a medida que la naturaleza crística va instaurándose en las fases Yod-He-Vav-He y, con la inspiración de la verdad que el peregrino recibe, aparecen ante él las formas de comportamiento que acompañan a la verdad recibida, y sus obras son el testimonio de esa verdad.
Por el contrario, cuando las lámparas que habían estado ardiendo se apagan por falta de combustible y se produce una regresión a niveles arcaicos, también aparecen formas de comportamiento inherentes a esos niveles, las cuales, expresando con mayor o menor intensidad el error, canalizan a la persona hacia situaciones difíciles, dramáticas, en las que actúa la fuerza de repulsión.
Así pues, si alcanzamos el estadio de tierra virgen, conviene que sigamos conectados a la corriente que viene de la columna de la derecha y que aceptemos el compromiso inherente a lo que conlleva esa conexión; es decir, que aceptemos el cambio progresivo de nuestro comportamiento; ya que se trata de una corriente transformadora y si no encuentra en nosotros una voluntad dócil a esa transformación, la acumulación de energía no utilizada producirá en nosotros explosiones, conmociones, deslumbramientos, espejismos y efectos que sorprenderán nuestra razón.
En el próximo capítulo hablaré de: en el trono de su gloria
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