Velad
“Entonces, de dos hombres que estarán en el campo, uno será tomado y el otro dejado; de dos mujeres moliendo en el molino, una será tomada y la otra dejada. Velad y vivid en guardia, ya que no sabéis cuando este tiempo vendrá. Velad porque no sabéis si el dueño de la casa vendrá al atardecer, en la mitad de la noche, al canto del gallo o por la mañana. Temed que os encuentre dormidos cuando venga. Y lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: Velad“. (Marcos XIII, 33-37; Lucas XXI, 36; Mateo XXIV, 40-50).
El Reino aparecerá en nuestras vidas por sorpresa, nos dice aquí Jesús, quizá al atardecer, de noche, al cantar el gallo, en pleno día. Esto se debe a la particular dinámica de la evolución. Son muchos los que están trabajando en la construcción de nuestro edificio humano.
En cada uno de nuestros tres cuerpos, el Físico, el Emotivo y el Mental, actúan personalidades distintas, según el día y la hora. Somos como escenarios en los que se representan obras muy variadas. Nuestro repertorio es infinito y tan pronto la Caballé canta una ópera, como Boris Karloff interpreta una escena de terror. La conciencia va apuntando todas las experiencias vividas, pero ella misma va soltando sus contenidos como la cinta de un antiguo cassette, en la que estuvieran grabadas las más diversas melodías. Solo cuando en esa cinta aparece una determinada secuencia, reconocemos su grabación y nos impregnamos de aquella realidad. Por ello el Reino viene a nosotros por sorpresa, porque raramente es el fruto de un desarrollo progresivo y consciente. En efecto, a lo largo de las vidas vamos derramando gotas de rocío en la copa invisible de ese Reino interno, hasta que llega un momento en que la copa se desborda y el Reino aparece.
Podríamos recordar en este punto la obra «Juana de Arco» de Georges Bernard Shaw, el dramaturgo irlandés. En el último acto, aparece un personaje vestido de soldado que dice venir del infierno, siendo aquél su día de permiso anual. Es el día del aniversario de la muerte de Juana, y aquél era un soldado que se ocupaba de poner leña en la pila en la que Juana ardía. En pleno suplicio, Juana pidió una cruz, y aquel soldado, atando dos ramas con un junco, la hizo y se la dio. El soldado no dio importancia a lo que estaba haciendo, y ni siquiera lo recordaba al volver del infierno. «Parece ser que di una cruz a una mujer que estaban quemando«, dice el personaje, «y por ello me dan un día de permiso anual”.
Igual que le ocurriera a ese soldado, los impulsos que emanan de nosotros y que en un momento dado nos constriñen a obrar de una determinada manera, son los que nos sacan de nuestro infierno y nos van llevando al mundo de la luz. Primero es un día al año, pero luego son dos y tres, hasta que llega el momento en que ya no debemos retornar, ya estamos del otro lado.
Cuando sucede así, podemos decir que el señor de la casa viene en nuestra noche y de forma inesperada. Pero no siempre sucede de esta forma y puede que llegue en pleno día, es decir, habiendo participado nosotros en la elaboración consciente del Reino.
Si el Reino sobreviene en nuestra noche y nos sorprende, nada podemos hacer por nuestros compañeros de campo o por quienes muelan en el mismo molino, pero si el Reino es el fruto de una elaboración consciente, debemos tratar de llevarlos en el viaje. Debemos identificarnos ante nuestros compañeros de campo y de molino; debemos revelarles de algún modo lo que somos y lo que perseguimos.
Al principio de su ministerio, Jesús mandó a sus discípulos ir de dos en dos a llamar a las puertas y a proclamar desde lo alto la doctrina. En la fase final de la Obra, debemos entrar en la ciudadela profana, como Él entró y enseñar.
Durante el día, dice Lucas al final de su capitulo XXI (37-38), Jesús enseñaba en el templo y se iba a pasar la noche en el monte llamado de los Olivos. Y todo el pueblo, por la mañana, iba hacia él, en el templo, para escucharle.
De igual modo, quienes asimilen estas enseñanzas deberían pasar de la enseñanza particular a la pública, mientras pasan la noche en esa montaña de paz llamada de los Olivos, donde recibirán las instrucciones para el siguiente día. Serán así la trompeta que despierta a sus semejantes de su secular letargo.
En el próximo capítulo hablaré de: las diez vírgenes
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