La ocultación
El capítulo termina con la ocultación de Jesús y su salida del templo, porque los fariseos estaban tomando piedras para arrojárselas. Lo que les indignó fue oírle decir: «Antes de que Abraham fuese, yo soy«. Ellos interpretaron sus palabras en un sentido material, como si se estuviera refiriendo a la vida física. Pero Jesús hablaba en términos espirituales y la rama del Árbol de la vida llamada Hijo existía desde antes de que el mundo fuera mundo. En ella han ido apareciendo todas las hojas de su exuberante follaje.
Abraham es uno de los brotes inmortales de ese árbol y, como hemos dicho, en nuestra organización psíquica, hay que situarlo en el centro llamado Hesed. Y antes de que Hesed fuera, existía ya Hochmah, el segundo aspecto de la divinidad llamado Hijo, del que Cristo es una emanación.
A lo largo de todo el capítulo, Jesús ofrece a los fariseos elementos razonables para hacerse entender y, como hemos visto, obtiene un considerable logro al conseguir que desistan de su propósito de lapidar a la mujer adúltera por propio convencimiento. El Maestro les indica el camino adecuado para salir de la esclavitud, de la dependencia del pecado, con esas palabras tan sencillas: «La verdad os hará libres.» Esa verdad que es la piedra angular de la justicia, y justicia se llama la lámina que ilustra el Heith, la letra-fuerza 8 en la que Cristo penetra en este capítulo VIII de Juan.
La justicia consigo mismo empieza cuando se reconoce la verdad, cuando esta comienza a integrarse en nosotros, a formar parte consubstancial de nuestro ser y se inscribe en ese arcano llamado conciencia que Abraham abrió.
En las escuelas iniciáticas, es tradicional que no se admitan a las personas que no son libres. Esta parte de la tradición siempre ha sido mal interpretada, y en los tiempos de la esclavitud, esas escuelas se limitaban a no admitir a la iniciación a los esclavos. Pero en realidad, es el «siervo del pecado» el que no puede ser recibido en el templo iniciático, o sea, el que va cargado con materiales procedentes de los Luciferianos.
La iniciación, que significa emprender el camino del retorno hacia el Padre, solo puede ser dada a quienes se han desprendido de las fuerzas procedentes de las regiones inferiores del mundo de deseos y que llenan sus vacíos internos con las energías angélicas.
Algunos escucharon su palabra y lo siguieron; otros se dispusieron a apedrearle, pero Cristo salió y se fue apresuradamente a las tierras del Teith, para realizar los trabajos correspondientes a esa fuerza, yendo en busca de los obreros que iniciarían su labor en la viña a la hora nona.
El trabajo del discípulo a la hora Heith consistirá en realizar la transición, el giro que conduce del mundo de los sentimientos al mundo del pensamiento. Todos los conductores saben que en las curvas hay que efectuar una maniobra especial y son muchos los accidentes de coche que tienen lugar precisamente en las curvas.
En la hora Heith debemos abandonar el mundo del pecado, el mundo del error en el que hemos vivido desde el mediodía hasta la puesta del Sol y perdonar nuestras culpas, a fin de que, limpios de toda culpabilidad, podamos integrar los sentimientos al mundo de la razón.
En el ciclo de una vida, como ya hemos dicho, la hora Heith se sitúa entre la hora Zain y la hora Teith, o sea, en el ciclo de los setenta y dos años, alrededor de los 37, y en el ciclo de los ochenta y cuatro años, alrededor de los 43. En esa época de nuestra vida es cuando debemos subirnos al monte de los Olivos y buscar la paz. Debemos perdonar a la mujer adúltera que es nuestra alma y prepararnos para vivir el resto de nuestra existencia en la luz.
En el próximo capítulo hablaré de: Los obreros según el zodiaco
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