El constructor de la conciencia
En este dramático diálogo de sordos entre Jesús y los judíos, que la crónica de Juan recoge desde el punto 21 hasta el 59, el final de su octavo capítulo, el Maestro les dice; «Sé que sois linaje de Abraham«, pero más tarde les dice que tienen por padre al diablo. Y añade: “de cierto os digo, antes que Abraham fuese, yo soy”.
Y es que todos somos linaje de Abraham, y aunque sean los Luciferianos quienes tejan y manejen nuestra alma en el presente estado evolutivo, un día aparecerá en nuestra naturaleza ese estado llamado Abraham y de él nacerá después nuestro mundo sagrado. Abraham, el antepasado de Cristo, es el constructor de la conciencia.
Hemos dicho ya alguna vez en el curso de estos estudios que la conciencia es el registro que cada uno de nosotros lleva dentro, en el que se imprime el código de las leyes que rigen el mundo.
En la antigüedad, bajo el reino de Caín, cuando el ser humano era una marioneta en manos de los Luciferianos, los cuales estaban construyendo nuestro cerebro y el sistema nervioso y espinal, no habíamos desarrollado una conciencia porque no actuábamos de acuerdo con las leyes del universo. Era un periodo de pruebas en el que la construcción del ser humano se estaba llevando a cabo. Abraham fue el creador de una conciencia, o sea, de ese registro en el que el ser humano va inscribiendo su propia historia.
Cuando ese libro de la conciencia esté terminado, cuando hayamos inscrito en él todas las normas e instrucciones que permiten la creación de un universo, la obra de Abraham habrá terminado. Así pues, aunque los diablos usurpen provisionalmente las funciones de Abraham, él va edificando en secreto en nuestra alma, preparándola para el día en que deba realizar funciones creadoras.
En el proceso de elaboración de la personalidad crística, Abraham representa la fase Yod, Jacob la fase He y Jesús la fase Vav. En nuestra existencia individual, los trabajos correspondientes a Abraham consistirán en incorporar el mundo antiguo a la conciencia, sirviendo de base, de zócalo, a la espiritualidad.
Los trabajos de Jacob consistirán en crear en nuestra naturaleza interna las doce potencialidades, sin las cuales nada podemos edificar en el mundo exterior, o sea que Jacob debe abrir en nosotros los cauces que han de permitirnos derramar sobre el mundo en que vivimos las energías creadoras que los doce signos del zodiaco interiorizan en nosotros.
Los trabajos crísticos consistirán en poner esos canales en funcionamiento, derramando efectivamente sobre la sociedad lo divino que haya en nuestra naturaleza.
Cuando nos reconocemos del linaje de Abraham es señal de que la gran aventura espiritual ha empezado en nosotros; señal de que formamos parte de esa posterioridad que Dios bendijo en el momento de la promesa. Ya no destruiremos, ya no daremos muerte a nuestros semejantes, porque en el momento de descargar la furia, la voz del ángel resonando en nuestra naturaleza interna, nos impedirá cumplir el siniestro propósito.
En el próximo capítulo hablaré de: la ocultación
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