La misión de Juan el precursor
Prosigue Juan su primer capítulo diciendo (I, 6‑18) “Hubo un enviado de Dios llamado Juan, que vino para servir de testigo, para rendir testimonio de la luz, a fin de que todos creyeran por él. Él no era la luz, pero apareció para servir de testigo a esa luz. Esta luz era la verdadera luz que, viniendo al mundo, ilumina a todo ser humano. La luz estaba en el mundo y el mundo ha sido hecho por ella, pero el mundo no la ha conocido. La Luz ha venido a los hombres y los hombres no la han recibido, pero en los que sí la han recibido, en los que creen en su nombre, la luz ha dotado el poder de constituirse en hijos de Dios, los cuales han nacido, no de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios”.
Sigue aquí Juan por su vía mística, pero. Cabe recordar que estamos ante el evangelio de Fuego, el más espiritual. Encontramos aquí descrito el proceso que conduce de lo humano a lo divino. Exteriormente, la sociedad religiosa en la que Juan el Bautista se manifestó, vivía bajo el imperio de las leyes de Jehovah que codificaban hasta en los más mínimos detalles la organización de la vida. Las personas cumplían con la ley, pero estando privados de la luz que les hubiera permitido comprender el significado profundo de sus mecanismos, eran como ciegos guiados por el bastón de los preceptos, cumplían, pero no comprendías el significado profundo de esas leyes, les faltaba la luz. Es lo mismo que nos sucede cuando vivimos la vida bajo unas reglas que acatamos pero que no comprendemos. Es como estar en una especie de celda sin barrotes. Aparentemente somos libres, pero en realidad no lo somos. Y esa es la sensación que tienes cada vez que no comprendes algo. A menudo lo disfrazamos rebelándonos y pensando que la vida es injusta.
Repetimos acciones todos los días, pero no comprendemos su significado profundo. Tenemos una visión parcial de nuestra realidad y esto nos hace desgraciados en numerosos casos. Esto hace a menudo que aceptemos una realidad que nos viene dada desde fuera, sin cuestionadnos el tema. Es como cuando la sociedad te dice que viene una crisis y tú ya te preparas para vivir la crisis, reduces tus compras y empiezas a entrar en zona de carencia, lo cual genera forzosamente una carencia en tu vida.
Volvamos al evangelio de Juan. Para pasar de las tinieblas a la luz, en esa época necesitaban un intermediario, un hombre que, formando parte de su mundo, hablando como ellos, les sirviera de puente para pasar al otro mundo, del mundo de las normas al mundo del amor. Juan, el precursor, es ese elemento de transición que una vez realizadas sus funciones tiene que desaparecer -morir-. Es el encargado de llevarnos a creer en nuestro Juan interno, en ese que debe empujarnos hacia el cambio. El que tiene que realizar las funciones de puente entre las tinieblas y la luz. Juan podía revelar la existencia de la luz pero no conectarnos con ella. Es como un consultor que llega a tu empresa para revelarte los problemas que tienes en tu negocio. El consultor puede revelártelos, pero no puede solucionártelos.
Y Juan continúa diciendo, “Y la palabra ha sido hecha carne y ha habitado entre nosotros, llena de gracia y de verdad”; y nosotros hemos contemplado su gloria, una gloria como la gloria del hijo único, venido del Padre. Juan le ha dado testimonio diciendo: “Es ése del cual he dicho: El que viene después de mi me ha precedido, ya que estaba antes que yo. Y hemos recibido todos su plenitud y gracia sobre gracia, ya que la ley ha sido dada por Moisés, la gracia y la verdad ha venido por Jesucristo. Nadie jamás ha visto a Dios; el hijo único que está en el seno del Padre, es el que lo ha dado a conocer”.
El verbo hecho carne, es ni más ni menos lo que representa Cristo: algo que cada uno de nosotros ha de vivir un día, es decir, la palabra divina debe penetrar en nuestra carne, en nuestros actos y hacer que nuestro comportamiento rinda testimonio de ella. Mientras esto no ocurra, por mucho que nos creamos cristianos, no seremos más que meros aspirantes a la vida de Cristo. Esto debe llevarnos a cambiar nuestra forma de ser, nuestro comportamiento, la relación con los que nos rodean.
En el proceso evolutivo, el orden natural se invierte y los últimos resultan ser los primeros. Eso significa que la parte espiritual, que ha sido la última en aparecer en nuestra película, es la que irá creciendo hasta colocarse en primer lugar. Si aplicamos este precepto crístico al Árbol de la Vida o Árbol Cabalístico, vemos que en el camino de descenso vamos hacia la materia y en el de ascenso hacia lo espiritual. Así, en la vuelta tenemos que retroceder hacia lo anterior, que es al mismo tiempo lo primero. Esa realidad la anunciaba Juan, ya que él representaba a Binah, el Séfira número 3 y Jesucristo a Hochmah el Séfira número 2. De ahí esa frase cósmica de: El que viene después de mi me ha precedido, ya que estaba antes que yo, porque el 2 está antes que el 3.
Esto sucede cada vez que desarrollamos un proyecto. Iniciamos el recorrido del Árbol con el despliegue de nuestra voluntad en Kether y lo terminamos cuando se ha cristalizado en Malkuth, en nuestra tierra material y luego tendremos que extraer las experiencias vividas para lanzar nuestro próximo proyecto.
Cuando Juan dice que nadie jamás ha visto a Dios, esto significa que nadie ha logrado llegar hasta ese centro llamado Kether, que es pura voluntad creadora sin rostro. Es en el seno del hijo, de Hochmah, donde Kether se revela y, por lo tanto, será asumiendo la personalidad crística como el Padre se manifestará en nuestro interior. Que sería como decir que nuestra voluntad se manifiesta en las circunstancias que vivimos.
En el próximo capítulo toca explicar el simbolismo del desierto.
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