A orillas del mar de Tiberiades
“Después de esto, Jesús se manifestó otra vez a sus discípulos, en las orillas del mar de Tiberiades. Y se manifestó así: Simón Pedro, Tomás, llamado Dídimo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Y díceles Simón Pedro: voy a pescar. Dícenle: Vamos también nosotros contigo. Salieron y subieron a la barca. Y en toda la noche no pescaron nada. Siendo ya de mañana, se presentó Jesús en la orilla, pero los discípulos no conocieron que era Jesús. Jesús les dijo: muchachos, ¿no tenéis nada que comer? Le respondieron: No. Él les dijo: echad la red del lado derecho de la barca y hallaréis. La echaron y ya no podían arrastrarla a causa de la gran cantidad de peces. Entonces el discípulo que Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor! Y Simón Pedro, se puso el vestido y el cinturón, ya que estaba desnudo, y se tiró al mar. Los otros discípulos vinieron en la barca, tirando de la red llena de peces, ya que no estaban más que a unos doscientos codos de tierra”. (Juan XXI, 1-8).
Vemos en esta secuencia del Apéndice de Juan, como Pedro induce a los demás a salir de pesca en plena noche. Ya sabemos que por la noche entran en servicio los poderes de las tinieblas, los que trabajan en los desperdicios, de modo que lo mejor que nos puede ocurrir en la pesca nocturna es que no pesquemos nada, como así les ocurrió a los apóstoles.
Sin embargo, es necesario que salgamos de noche para que podamos constatar, efectivamente, que no nos llevamos de ella ningún pez en la red; constatar que no hemos establecido ninguna relación, ningún compromiso interesante (para nuestro Ego Superior), los cuales llevarían el sello ineludible de las energías desperdiciadas que los luciferianos tienen por misión inocularnos. Lo que hacemos de noche, a partir de las doce -ya lo hemos visto a lo largo de la enseñanza- lleva el sello del mundo de abajo, y aunque se presente bajo una apariencia positiva, está tocado por la fuerza de repulsión que rige en esas horas y podemos estar seguros de que aquello no aguantará por mucho juramento que se le añada.
Si en nosotros ya no está la noche, si no somos noche, podemos salir y echar las redes, con la seguridad de que nos las llevaremos vacías a la orilla de este mar de las emociones. Es una prueba que debemos realizar y Pedro, el constructor de nuestro templo material ha de ser el inductor, ya que él representa la más baja estancia de nuestra personalidad. Si Pedro no pesca, lo más elevado que hay en nosotros tampoco pescará.
Notemos que en esa expedición nocturna se encontraba también Tomás-Virgo, otro representante del ciclo de Tierra. Si Tomás, que fue el último en percatarse de la resurrección de Cristo, no pesca en la noche, es señal que la corriente crística ha limpiado la totalidad de nuestra estructura interna y, con toda seguridad, el Señor aparecerá en nosotros, en la orilla del mar de las emociones, al amanecer.
En el próximo capítulo hablaré de: alimentar a Cristo
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