A causa de mi nombre
“Os harán todas esas cosas a causa de mi nombre, porque no conocen el que me ha enviado. Si no hubiera venido y no les hubiese hablado, no habrían pecado, pero ahora no tienen ninguna excusa de su pecado. El que me odia, odia también a mi Padre. Si no hubiese hecho ante ellos obras que nadie más ha hecho, no tendrían pecado, pero ahora las han visto y me han odiado a mí y a mi Padre. Pero esto ha sucedido para que se cumpla la palabra escrita en su Ley: me han odiado sin causa”. (Juan XV, 21-25).
Vemos en este pasaje que la responsabilidad empieza cuando una realidad nueva aflora. Está bien que lo nuevo sea aborrecido y rechazado porque constituye una amenaza para su seguridad psíquica. Pero lo que no es tan admisible es perpetuarse en esa situación de odio y de aborrecimiento. Nuestra obligación vital consiste en pasar lo que está en la orilla del odio a la orilla del amor. Mientras lo que odia no se ha manifestado, la persona no comete error alguno, pero en cuanto aparece, aunque sea en forma negativa, tiene el deber de reconocerlo. Si no lo hace, su vida se estancará y día vendrá en que aquello que odió penetrará a la fuerza en la esfera de las cosas que ama: la vida misma se lo impondrá.
A medida que vamos viviendo, los misterios nos van siendo revelados. El Ego Superior nos sitúa en un paisaje determinado y es obligación nuestra descubrirlo y explorarlo a fondo. Siempre hay personas que captan más que otras lo que hay en su entorno, y entiéndase igualmente por paisaje el emotivo y el mental. Es decir, que mientras unas viven a fondo sus posibilidades sentimentales e intelectuales, otras utilizan las cuatro ideas más inmediatas y los sentimientos que tienen más a mano. El error empieza cuando, habiendo tenido los medios de experimentar algo, no se ha experimentado y, teniendo a nuestra disposición una enseñanza determinada, hemos preferido ignorarla.
Son muchos los que han visto a Cristo acercárseles; los que han oído su palabra y han sido testigos de sus obras, sin que hayan querido enterarse. Cristo formaba parte de su paisaje humano y le han dado la espalda. Pero este hecho reviste una especial importancia para quien trabaja a niveles de Samekh, es decir, para quien se encuentra al final de un gran ciclo evolutivo, o sea, en Virgo. Tiene para él una especial importancia porque la organización cósmica se vuelca sobre nosotros a lo largo de los cuatro ciclos de Fuego-Agua-Aire-Tierra. O sea, en cada uno de esos ciclos Cristo y todos los valores que representan cada uno de los Sefirot, tiene que haber operado en nuestras vidas por cuatro veces consecutivas. Y si resulta que por cuatro veces le hemos dado la espalda, no queriéndonos enterar de su presencia, realmente no tenemos perdón.
Si una persona que se encuentra en el estadio Samekh-Virgo odia a Cristo, es que el mundo que Cristo representa constituye una amenaza para aquello que ama. O sea Cristo se encuentra en la fase de penetración que, como hemos visto, suscita la guerra y la persecución por parte de la persona. Esto está bien que ocurra en el estadio Ghimel-Sagitario, o en el estadio Zaín-Piscis, incluso en el estadio Khaf-Géminis, pero cuando vivimos en el Samekh-Virgo, Cristo debe de haber sido incorporado positivamente en nuestra alma; debe ser lo que amamos y no lo que odiamos. Pobres de aquellos que en ese momento de sus vidas siguen odiando a Cristo, porque, verdaderamente, lo odian sin causa, como dicen las Escrituras, ya que han tenido ocasiones más que suficientes de incorporarlo en el dominio de su amor.
El que me odia, odia también a mi Padre, dice Jesús. Evidentemente, ya sabemos que Kether y Hochmah trabajan juntos. Si los valores de la columna de la derecha, presidida por Hochmah-Cristo, aparecen en nosotros como una amenaza, o sea, se expresan a través del odio, significará igualmente una amenaza Kether, con su atributo llamado Voluntad, puesto que esta fuerza es la promotora de todos los cambios.
Si lo que desea la persona es permanecer anclada en el mundo, en sus concepciones, sus ideas, sus valores, lo primero que tiene que hacer es cortar la corriente que la conecta con la voluntad, ya que entonces se produce en ella un estancamiento y nada se mueve. Pero, repetimos, si todo esto tiene lugar en esa última hora de su ciclo, mal van las cosas para ella, porque ha tenido ocasiones de dar fruto y no lo ha dado, y ahora correrá la suerte de esos sarmientos estériles que son arrojados al fuego que quema.
En el próximo capítulo hablaré de: el consolador
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