El consolador
“Cuando habrá venido el consolador que yo os enviaré de parte del Padre, el espíritu de verdad que viene del Padre, él rendirá testimonio de mí; y vosotros también rendiréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio”. (Juan XV, 26-27).
Así finaliza ese revelador decimoquinto capítulo del Evangelio de Juan, anunciando una vez más a ese consolador que ha de aclarar lo que en la enseñanza de Jesús resulta oscuro, o lo que es tan solo un apunte, un trazo esquemático.
Cada estancia, cada etapa del camino, tiene su consolador, su abogado, que explica todo lo relacionado con la etapa que uno está viviendo. En el dominio astrológico ese consolador aparece bajo los trazos de Neptuno, que realiza funciones de revelador, de enviado del Padre. Cuando Neptuno transita por el signo de Virgo es cuando su revelación es total, cuando su consuelo consiste en aportarnos una visión de conjunto de todo el panorama evolutivo. Pero Neptuno, que no forma parte de nuestro sistema solar, se manifiesta a través de Mercurio-Hod, el cual, en nuestro sistema es el encargado de los mensajes de los dioses. Cada año, cuando Mercurio transita por Virgo, recoge el mensaje dejado allí por Neptuno en su último tránsito y lo comunica al alma humana, a todas las almas que se encuentran en condiciones de interiorizarlo.
En el ciclo diario, el signo de Virgo se encuentra activo en las dos horas que preceden el amanecer, en las que se están desarrollando estos hechos de la vida de Jesús. Y es en esas dos horas que ha de sernos más fácil interiorizar la revelación crística en su totalidad, puesto que los signos van cargados de los mensajes que dejan en ellos los planetas al transitar y si existe en nosotros una voluntad de captación, seremos capaces de sintonizar con esta información. Naturalmente, la hora más propicia para captar esa revelación será la presidida por Mercurio dentro de ese espacio de tiempo que precede al amanecer. Esto sucede todas las semanas en la noche del domingo al lunes.
Vosotros también rendiréis testimonio de mí, les dice Jesús a sus discípulos, porque estáis conmigo desde el principio. Esto indica que el espíritu de verdad, en esta hora final, puede venir del Padre y proceder, como hemos visto, por vía de la revelación súbita, o bien puede ser algo que hemos ido elaborando nosotros mismos porque hemos estado con Cristo desde el principio.
Es decir, si poco a poco hemos ido introduciendo en nosotros el espíritu de verdad, ya no necesitaremos la revelación del Padre para rendir testimonio del Reino de Cristo, puesto que el espíritu de verdad formará parte de nuestro patrimonio espiritual.
Ese espíritu de verdad, cuando se forma en el seguimiento de Cristo, aparece primero como un sermón que revoluciona nuestra psique, desviándonos de nuestros objetivos cotidianos para lanzarnos a la conquista de otros mundos que intuimos más que vemos. Luego el espíritu de verdad purifica nuestros sentimientos, los vacía de sus iniquidades y transforma nuestra alma adúltera, sensible a todas las voluntades que quieren cohabitar con ella, en un alma abierta a una sola voluntad, la del Ego Superior.
En una tercera fase, el espíritu de verdad iluminará nuestra mente y nos permitirá ver que el universo divino no está hecho solo de reglas y leyes establecidas por un Dios riguroso, sino que sobre ellas prevalece en todo momento una fuerza revolucionaria, sorprendente, creadora y renovadora de todas las cosas, que se llama Amor. Y nos enseña ese espíritu de verdad que cuando ese amor se une a la voluntad suprema, que es la esencia primera de la Creación, no hay en el universo barreras que no puedan ser derribadas. Nada puede oponerse al impulso irresistible del amor-voluntad cuando esas corrientes no están adulteradas, es decir, cuando proceden de la esfera de Hochmah-Kether.
En su cuarta ronda, el espíritu de verdad construirá en nosotros órganos internos que nos permitirán ser nosotros mismos esa verdad, expresarla, testimoniar de ella con el pensamiento, el sentimiento y en nuestras actuaciones materiales.
Por todo ello, el de Virgo puede ser, más que ningún otro, el ser terminal, acabado de construir, el que ha terminado su andadura humana y se encuentra en la puerta del Reino. Pero puede también que solo se encuentre al final de un gran ciclo de experiencias.
En el próximo capítulo hablaré de: motivo de caída
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