Ser primavera con la primavera
“Después de haberles lavado los pies y de haberse puesto el vestido volvió a la mesa y les dijo: ¿Comprendéis lo que os he hecho? Me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, pues lo soy. Si os he lavado los pies, siendo el Señor y el Maestro, debéis también lavaros los pies los unos a los otros, ya que os he dado un ejemplo, a fin de que hagáis como yo he hecho. En verdad, en verdad os digo que el servidor no es más grande que su Señor, ni el apóstol más grande que quien lo ha enviado. Si sabéis estas cosas, felices sois, siempre que las practiquéis». (Juan XIII, 12-17).
Dice Jesús en este punto algo que aparece claramente a lo largo de toda su enseñanza. Nuestro comportamiento debe seguir la pauta del discurrir del cosmos. Debemos ser primavera con la primavera; verano con el verano, etc. y realizar en nosotros los procesos inscritos en los libros sagrados. En los gestos de Jesús se encuentra el modelo de comportamiento a seguir para pasar del mundo de las realidades materiales al de la vida del espíritu. Cuando los caminos de acceso son diversos, también lo indica con hechos o con parábolas.
La única dificultad reside en entenderlo y saber que cuando habla de lavarse los pies, se refiere a la purificación de los sentimientos. En todo cuanto dice o hace hay una enseñanza oculta, pero esa enseñanza nos va siendo inspirada a medida que la buscamos y no nos conformamos con el sentido literal de las palabras, que es suficientemente absurdo como para impulsar al que busca la verdad a ir más allá de lo aparente.
En efecto, si interpretamos este pasaje del lavatorio de pies en su sentido literal, tendremos que para entrar en ese paraíso que deja entrever la enseñanza de Cristo, sería preciso que Jesús lavara los pies a sus discípulos y después que lo hicieran entre ellos. Hasta un niño puede entender que los pies limpios o sucios no han de ser obstáculo para que alguien vaya al cielo. Esa observación induce a pensar que algo se oculta detrás de esa historia de pies.
El paso siguiente hace pensar al profano que lo que Jesús pretende decir es que es preciso ser humilde, sobre todo en la relación ricos-pobres o poderosos-humildes, pero la humildad ya es proclamada como una virtud al principio de la enseñanza, como para que deba ser ilustrada con ese ejemplo. No es todavía eso, pero las reflexiones sobre la humildad pueden ya llevar el alma a consideraciones interesantes sobre qué es la humildad, que consiste en bajar a lo inferior, apareciendo la idea de que lo noble, lo elevado, lo digno, debe descender de su pedestal, desnudo, despojado de todos sus oropeles. La cabeza -del que lava- debe estar a la altura de los pies del lavado.
En ese camino de reflexión irán apareciendo los valores que darán más profundo significado a ese gesto. Su exacta dimensión surgirá cuando lo encasillemos en el zodiaco que es la madre, la matriz de nuestro universo solar y cuando le apliquemos las medidas del árbol. Entonces veremos:
1º) Como ya hemos dicho, los pies están regidos por Piscis y siendo las funciones de este signo las de desprender los sentimientos, la purificación de lo uno corresponderá a la purificación de lo otro.
2º) Esto sucede cuando el Sol está en Aries, o sea cuando el Cielo entra en la Tierra.
3º) La cabeza a la altura de los pies significará que Kether está en Tiphereth, puesto que Kether es la cabeza y Tiphereth la puerta por la que salen las emociones del Mundo de Creaciones, en el esquema de el Árbol.
Todo ello nos inspirará la dinámica que debemos poner en marcha y al decirnos que debemos lavarnos los pies los unos a los otros, porque no somos más que nuestro Señor, y si él lo ha hecho, también debemos hacerlo nosotros, entenderemos que la cabeza, la voluntad creadora, debe bajar a la puerta por la que salen las emociones en nuestros hermanos, compañeros de vida, para purificarlos.
Hay personas que ejercen efectos purificadores sobre otras; es decir, personas en las que esta dinámica se expresa de una forma natural, sin forcejeos; del mismo modo que otras personas son conductoras de pasiones y de bajos instintos. En el primer caso, podemos decir que la relación cabeza-pies hace que estos suban, y en el segundo caso que la cabeza se queda atrapada en los pies. Es decir, al purificarse los unos a los otros siempre existe el peligro de que sea el purificador quien se vea contaminado. Por ello, Jesús se ciñó la cintura al iniciar el lavatorio de pies.
En la dinámica cósmica, vemos en la estructura de el Árbol cómo Kether, el Padre, hizo descender a Tiphereth, el Hijo, a la más baja región del Mundo de Creaciones, donde, permanentemente, lava los pies a los sentimientos.
Cada uno de nosotros lleva sobre sí ese Árbol de la Vida, cuyos centros van entrando paulatinamente en fase activa. Más tarde o más temprano ha de llegar el momento en que el Hijo descienda de su trono llamado Hochmah, a la derecha del Padre, y se encarne en Jesús-el Hombre, en nuestra Conciencia-Tiphereth para purificar toda la suciedad acumulada en los sentimientos.
Afortunados si comprendemos esas cosas, dice Jesús, siempre que las practiquemos.
En esto, como en todo, la purificación empieza por nosotros mismos. Si no lavamos nuestras propias pasiones, mal podremos purificar a los demás. El lavatorio de pies tendrá que manifestarse de acuerdo con la Ley del Yod-He-Vav-He, y en una primera etapa estallará en nuestra naturaleza interna una inmensa voluntad purificadora; en una segunda etapa las pasiones serán arrojadas de nuestra tierra humana, quemadas en ese fuego purificador, y en una tercera etapa podremos exportar pureza y lavar los pies a nuestros hermanos.
Así pues, cuando nuestro Cristo interno actúe en el escenario Mem, es preciso desnudarlo, ceñirlo para asegurar que los vapores del mundo de abajo no turben su cabeza y ponerlo a trabajar en la purificación de la sociedad que nos rodea. Ello significa que debemos poner manos a la Obra y actuar de una manera práctica, realizando un trabajo material en vistas a esa purificación.
En el próximo capítulo hablaré de: la última cena
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