La última cena
“Llegada la noche, Jesús se sentó ante la mesa con los doce y mientras comían les dijo: En verdad os digo que uno de vosotros me entregará. Todos se vieron profundamente entristecidos y cada uno se puso a decirle: ¿Soy yo, Señor? Él respondió: Es uno de los doce, que pone conmigo la mano en el plato. El hijo del hombre se va, de acuerdo con lo que se ha escrito de él. Pero, ¡infeliz el hombre por el cual el hijo es entregado! Más le valiera a ese hombre no haber nacido”. (Mateo XXVI, 20-25. Marcos XIV, 17-21. Lucas XXII, 21-23).
En los capítulos anteriores ya hemos visto cuál es la dinámica que impulsa a Judas a la acción. No vamos a insistir en lo que ya ha sido explicado, pero este punto de la enseñanza nos ofrece interesantes reflexiones.
Vemos aquí a Jesús y sus discípulos «en la noche«. Todos ellos están comiendo la sustancia crística, que ha penetrado en sus sentimientos, en sus pensamientos, y ahora se incorpora a su tierra humana. Y sin embargo, ninguno está seguro de sí mismo y cuando Jesús les anuncia que uno de ellos va a traicionarlo, todos se preguntan «¿soy yo, Señor?» Esto significa que en cada uno de ellos están activas las fuerzas que promueven la traición y, en esa noche crística, todos pueden aún dar un paso atrás.
Cristo ya sabe quien es el traidor. Lo sabe porque su crónica ha sido escrita con antelación, los profetas la han divulgado y, cuando el Padre lo mandó a este mundo, su voluntad era que lo purificara con su sangre redentora. Sabe igualmente que Judas es el que debe entregarlo, porque ese es el papel que le ha sido atribuido en la obra sagrada.
Judas no fue un discípulo elegido por Jesús, sino que vino al grupo llevado por Bartolomé, el que representa el signo de Libra, ese punto del Zodiaco en que las sombras empiezan a ganarle la partida a la luz, pero esas sombras permitirán al pensamiento humano arraigar, florecer y dar fruto, cosa que no sería posible si la luz viva del espíritu no disminuyera su voltaje. Bartolomé Libra lleva el traidor al grupo. Libra es un signo regido por Venus-Netzah, en el cual Saturno-Binah está exaltado. En esa combinación de signos y Sefirot encontramos el génesis de la traición, que no vamos a desarrollar aquí. Pero sí haremos notar que en los cinco sentidos, gobernados por Netzah, está la vía hacia la traición.
Todo estaba escrito y el traidor fue llevado al grupo para que ejerciera funciones de traidor, y fue el encargado de administrar el tesoro. Sin embargo, dice Jesús. ¡Infeliz aquel por el cual el hijo del hombre es entregado! ¡Más le valiera no haber nacido!
En este punto encontramos planteado el dilema de los protagonistas de una vivencia «escrita» y que debe forzosamente desarrollarse.
A medida que vamos viviendo escribimos nuestra historia futura. El futuro está en nuestro presente y depende estrechamente de lo que hagamos o no hagamos hoy. Los ángeles escribanos van tomando nota de las semillas que vamos plantando, de las plantas que van creciendo en nuestra vida y ellos se ocuparán de que en nuestra próxima aparición lo que era semilla sea planta; lo que era planta, sea flor, y lo que era flor sea fruto.
Si todas esas semillas, plantas y flores fueran las del bien, el traidor no haría más que revelar, que sacar fuera, la maravilla que llevamos dentro. Pero bien sabemos que estamos plantando constantemente especies venenosas y que, por lo tanto, cuando recojamos la cosecha, esta será la cosecha del mal.
Pero para que ese mal pueda aparecer en nuestra vida, será preciso que alguien lo materialice. Si debemos ser engañados, burlados, estafados, apaleados, maltratados o asesinados, bien será necesario que aparezca el ladrón, el estafador, el violento y el asesino. El que encarna el mal en nuestras vidas, es a menudo nuestra antigua víctima. Pero puede no serlo; puede tratarse de un criminal que nos ha sido nombrado de oficio, que lo encontramos simplemente porque vivimos en una «tierra» donde ese tipo de individuos florece de una manera natural.
Sin embargo, el hecho de que seamos merecedores de un mal, no exime de ese mal a quien nos lo suministra. Aun en el caso de que nosotros hayamos perjudicado anteriormente a nuestro actual verdugo, el que aparezca ante nosotros reclamando su revancha, significa que ha estado desarrollando en él una voluntad de mal, que ha estado nutriendo ese mal de forma constante, movilizando para ello grandes energías. Ya que, de no haber sido así, la fuerza de repulsión que actúa en las bajas regiones del Mundo de los Deseos, hubiese destrozado ese mal y no hubiese aparecido en la existencia siguiente.
Muchas veces los estudiantes preguntan ¿por qué, si en el infierno-purgatorio se reconoce el mal que se ha hecho, es preciso que vivamos después la situación al revés? La respuesta que suele darse es que debemos restituir en la tierra el mal que hicimos a una persona determinada y vivir en nuestra carne la experiencia que a él le hemos infringido. Pero esto ocurre tan solo si esa persona reclama esa restitución. Si el mal no ha sido alimentado por la voluntad de la persona, si no le ha montado un servicio sefirótico completo, levantando todo un Árbol para que pueda florecer, el mal que hicimos no podrá ser cumplido y, por consiguiente, si necesitábamos de esa experiencia para proseguir nuestra evolución, nos será suministrada por otra vía, puesto que el camino de la maldad habrá sido cerrado.
Ya anteriormente Jesús se había referido a esta cuestión diciendo que es preciso que los escándalos sucedan, pero desgraciado aquél a través del cual el escándalo viene. A los ejecutores del mal, aun habiendo ellos mismos sufrido ese mal con anterioridad, más les valiera no haber nacido. Al comentar ese punto de la enseñanza, hablábamos de las propiedades restauradoras del perdón, propiedades que Cristo vino precisamente a desvelar.
En el próximo capítulo hablaré de: ¿Quién es el traidor?
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