Salvarse
“Y Jesús explicó a sus discípulos: en verdad os digo que difícilmente entra un rico en el reino de los cielos y que más fácil es que un camello penetre por el ojo de una aguja. Oyendo esto, los discípulos se quedaron estupefactos y dijeron: ¿Quién pues podrá salvarse? Mirándoles, Jesús les dijo: para los hombres, es imposible, más para Dios todo es posible”. (Mateo XIX, 23-26, Marcos X, 23-27).
El ser humano, en su condición de ser terrestre, no puede elevarse a las esferas de la divinidad. Solo cuando abandona lo que hay en él de terrestre, su Dios interno lo salvará. Basta con que sus pensamientos «suban» de nuevo para entrar en el orden universal. Es decir, basta con que abandone sus riquezas terrestres o lo que representan para él, para que sus vacíos puedan llenarse con las riquezas celestes. Entonces ese ser habrá retornado al Padre.
El abandono de las riquezas debe entenderse como un cambio de enfoque en la vida, debemos dejar de sentir interés por lo que nos cautivaba hasta entonces, para dirigir nuestras ilusiones hacia otros caminos más elevados.
En la rueda zodiacal, ese tránsito de un mundo a otro se produce cuando se vive bajo el signo de Virgo, signo que marca el término de un ciclo involutivo. Virgo reconduce a la persona al signo de Aries y ese tránsito representa el paso por el ojo de la aguja. Las realidades materiales se quedan entonces en Virgo y solo el contenido espiritual de las experiencias vividas pasa al estadio siguiente.
“Pedro, tomando entonces la palabra, le comentó: he aquí que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido, ¿cuál será el premio que vamos a obtener? Jesús le respondió: en verdad os digo que cuando el hijo del hombre, en la renovación de todas las cosas, esté sentado en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido, estaréis sentados en los doce tronos y juzgaréis a las doce tribus de Israel. Y cualquiera que haya dejado en mi nombre, a sus hermanos, hermanas, padre, madre o mujer, hijos, tierras, casas, recibirá el céntuplo y heredará la vida eterna. Muchos de los primeros serán los últimos y muchos de los últimos serán los primeros«. (Mateo XIX, 27-30. Marcos X, 28-31).
Las doce tribus de Israel representan en la Tierra a los doce signos del zodiaco, los cuales nos dieron sus esencias para que el Dios de nuestro sistema solar pudiera crear su universo. Nosotros debemos adquirir las cualidades zodiacales, debemos ser un perfecto zodiaco. Y venimos al mundo con ese fin, ora bajo una «tribu«, ora bajo otra, de modo que, en sucesivas encarnaciones, adquiramos las virtudes propias de cada signo del zodiaco. Son los doce trabajos humanos que cada cual debe realizar, como hiciera Hércules, para adquirir la perfección.
Jesús les dice a sus discípulos, en este punto, que cuando la renovación de todas las cosas se haya producido, ellos se sentarán en doce tronos y juzgarán a las doce tribus. Es decir, cuando en nosotros se reinvierta el proceso evolutivo, cuando hayamos terminado el aprendizaje en lo referente a los mecanismos que mueven el mundo, nos encontraremos en situación de emitir juicios sobre los doce caminos y en situación de ayudar a nuestros hermanos, puesto que los juicios del hijo del hombre no son nunca condenatorios.
Juzgarlos desde el trono, significa contemplarlos desde lo alto, ya sin obligación de tener que volver a los bajos niveles de la vida material, y enviar desde lo alto juicios, destellos de luz a los que se encuentran en plena escalada.
En esos tronos se hallan instalados ahora los apóstoles de Cristo, poniendo luz en el camino.
Jesús promete, igualmente, el céntuplo a todos cuantos abandonen por él a la familia, a tierras y casas.
Ya nos hemos referido muchas veces al tema familiar y es preciso hacerlo una vez más desde una perspectiva distinta. En capítulos anteriores, al tratar el tema del repudio, Jesús recordó a los fariseos que las sagradas escrituras decían que el hombre se uniría a la mujer y que ambos formarían una sola carne. Si entre dos constituyen una sola carne, ¿puede un pedazo de esta carne separarse del otro para seguir a Jesús? No parece que esta sea una actitud lógica. Diremos pues que cuando un hombre se une a una mujer y forma una familia, no puede, por separado, ir a Cristo sin infringir una de las reglas del proceso de unificación. Toda escisión produce desorden y constituye un atentado a la organización divina.
No se trata pues de dejar al cónyuge para ir a Cristo, tal como podría interpretarse en una lectura literal de ese pasaje, sino dejar la necesidad de la vida conyugal; es decir, no experimentar el deseo de contraer matrimonio, de tener pareja. Pero es preciso que esa actitud sea natural que se deba al hecho de que en nosotros mismos hemos realizado las bodas alquímicas; al hecho de haber resucitado en nuestra alma al otro yo, a esa personalidad oculta que protagoniza el cónyuge mientras permanece inconsciente en nuestro interior. Entonces es cuando «dejamos» al marido o a la mujer externa porque ya la hemos encontrado en nuestra propia naturaleza.
Lo mismo ocurre con los hermanos y el resto de la familia. A medida que avanzamos en el proceso evolutivo, nuestra soledad va en aumento, puesto que vamos despegándonos del mundo material y en las altas cumbres el tránsito es muy pobre. Cada vez coincidimos menos con la gente que nos rodea y debemos realizar un esfuerzo para integrarnos a la sociedad.
Esta soledad del alto iniciado repercutirá en una próxima encarnación haciendo que nazca prácticamente en un «desierto«, en una familia reducida a lo esencial, sin hermanos, con un padre y una madre que lo serán «de encargo«, no por razones kármicas, no porque entre ellos hubiera habido lazos humanos anteriormente, sino porque en algún lugar tenía que nacer.
Es preciso también puntualizar que cuando Jesús habla de “dejar”, se refiere siempre a desprenderse del apego que generan las personas y las cosas. Más de uno estará preocupándose pensando que debe abandonar a toda su familia, pero no es así. Se puede seguir la vía crística con toda la familia, pero el concepto de familia es lo que cambia. La persona debe desapegarse y dejar de considerar que el otro es su marido o su mujer, sino que se trata de alguien que voluntariamente está siguiendo el camino crístico y le acompaña, ya que no podemos obligar a los demás a que nos sigan.
En el próximo capítulo hablaré de: las familias zodiacales
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