Los atascos
En el proceso de retorno a la unidad siempre se producen atascos, uno suele retroceder a etapas superadas, y así vemos como pueblos que las circunstancias habían unido durante siglos, se separan, se escinden, se «independizan«, huyen del nombre del Padre para buscar refugio en la diversidad, la pluralidad.
Cuando Cristo ha realizado su obra en nosotros, todas las fuerzas que trabajan en el domino de lo múltiple se ven expulsadas de nuestro organismo y solo subsisten las que trabajan en lo unitario. Por ello Jesús puede decirle al Padre: «he manifestado tu Nombre a los hombres«, o sea, ha puesto de manifiesto en nosotros que el universo es la consecuencia de una Voluntad única que ha ido gestando y generando todas las cosas.
La primera manifestación de esa Voluntad, fue el Amor-Sabiduría, y este es su hijo único y verdadero. Todo lo demás son hijos de la necesidad, de las circunstancias por las que pasó la Creación en sus múltiples fases y facetas; hijos producidos por esa pléyade de “mujeres adúlteras” que aparecen en el relato bíblico y en todas las revelaciones mitológicas, y que son representaciones del alma, en sus diversos estados, que capta la semilla primordial de la voluntad del Padre para dar vida a formas bastardas, en las que esa voluntad no se manifiesta plenamente, sino que es suscitada por la perversión, siempre en el sentido de contrario a las leyes cósmicas.
En efecto, la Voluntad, atributo del Padre, es una fuerza eternamente disponible para dar vida a todo aquello para lo cual esa voluntad es suscitada, captada. Todo cuanto existe en el universo ha sido elaborado con esa voluntad primordial, y ha vivido y está viviendo gracias a ella. La voluntad es el don del Padre, es el eterno tesoro que pone a la disposición de sus hijos, para que estos puedan generar y enriquecerse con los frutos que esa voluntad les proporcione.
Pero esa voluntad, al ser expresada por mediación de sus criaturas ya no es la voluntad primordial, y los frutos que se obtienen de ella ya no pueden ser considerados como legítimos. Son subproductos, hijos de la adulteración, de la prostitución de la fuerza primordial. Esta dinámica fue recogida en las primitivas leyes mosaicas, estableciendo la diferencia entre los hijos legítimos y los adulterinos. Los primeros son los engendrados por un hombre y una mujer que han realizado juntos los trabajos previos de aproximación, que han razonado conjuntamente, han unificado sus cuerpos de deseos y se han convertido en una sola carne y una sola alma. Realizada la perfecta unidad espiritual, la voluntad del Padre es captada por la Tierra-mujer virginal y el fruto de esa unión es legitimo, o sea, es depositario de esa voluntad primordial en su estado pleno.
Por el contrario, cuando el hijo es producido por una pareja que no ha realizado los trabajos de unificación, la voluntad que se transmite al fruto es adulterada, no es esa voluntad primordial o plena, sino la prostituida, la que no da derecho a herencia alguna.
En el próximo capítulo hablaré de: al engendrar
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.