Lavar los pies
“Luego, derramó agua en un recipiente y se puso a lavar los pies de sus discípulos, secándolos con el paño con que se había ceñido. Comenzó por Simón Pedro, y este le dijo: ¡Tú Señor, tú me lavas los pies! Jesús le respondió: Lo que yo hago ahora no lo comprendes pero lo comprenderás muy pronto. Pedro dijo: No, jamás me lavarás los pies, y Jesús le respondió: Si no te lavo, no tendrás tu parte en mi Reino. Simón Pedro le dijo: Señor, no solamente los pies, sino aun las manos y la cabeza. Jesús le dijo: El que es lavado solo necesita lavar sus pies para quedar enteramente purificado, y vosotros lo sois, pero no todos”. (Juan XIII, 5-9).
Dijimos al hablar de Juan-Piscis que la función de este signo es la de exteriorizar los sentimientos, sacarlos fuera a fin de que no perturben a la persona en la búsqueda de la verdad. Los pies están regidos por Piscis, de modo que ese lavado de pies está relacionado con las funciones del signo.
Si en Piscis nos desprendemos de nuestros deseos, sentimientos, emociones, es preciso que lo hagamos limpiamente, porque si esos deseos-sentimientos-emociones son turbios, contaminaremos con ellos la tierra en la cual los arrojemos y solo habremos conseguido que nuestra “suciedad” interior pase al exterior.
Si entramos en consideraciones más profundas sobre este punto, nos apercibiremos de la relación existente entre el lavado de pies y la traición de Judas. En efecto, hemos visto que esa traición era financiada con las treinta monedas-pulsiones procedentes de los tres Sefirot de la Columna de la Izquierda. Para que estas «monedas» lleguen a Judas-Yesod es preciso que circulen por los senderos de la izquierda, de Binah a Gueburah y de este a Hod, para desembocar en Yesod. Pero si los pies son lavados, o sea, si las emociones que manan de Piscis son purificadas por Cristo-Tiphereth ello significa que los contenidos de Gueburah, depositario de las pasiones y centro de tránsito de las pulsiones procedentes de Binah, son canalizados hacia Tiphereth, en lugar de serlo hacia Hod, el cual se queda sin un duro, por así decirlo y, por lo tanto, se ve en la imposibilidad de entregar a Judas las treinta monedas de la traición. No le dará ni siquiera las diez que Hod posee en propiedad, puesto que la purificación de los sentimientos tendrá sus naturales consecuencias en el mundo de abajo y circulará de Tiphereth, con destino a Hod, el residuo de esa purificación.
Vemos así que son varios los caminos que conducen a la celebración de la Pascua de Cristo, es decir, a la mesa del banquete en que se come la carne y la sangre de Hochmah-Kether, de ese Hijo-Padre inseparables, como Jesús lo proclamó tantas veces. Existe el camino del sacrificio, el que consiste en separar el Mal del Bien, dejando que cada corriente circule por su lado, y el camino de la purificación de los sentimientos, que exige la «humillación» de Cristo. Y este tiene que aparecer desnudo, sin velos ni máscaras y, ceñido, para que la «suciedad» de los pies que está lavando no «suba» a sus instancias superiores. Tiene que bajarse, arrodillarse ante sus discípulos, que es como un descenso a lo inferior, y purificar así sus emociones, dejando a Judas sin el salario de la traición.
Jesús nos enseñó con su ejemplo los dos caminos. Primero dejó que María derramara los ungüentos, sabiendo que al hacerlo así, Judas iría al encuentro de los sacrificadores y que ello equivalía a su bajada a la tumba. Pero más tarde les daría a comer su carne y su sangre, después de haber purificado sus emociones. Vemos así que la entrada en el Reino, el tránsito del mundo de Binah al de Hochmah, no tiene que ser necesariamente un drama.
El primero de esos caminos es el de la separación del Bien y el Mal. En esta vía llega un momento en que el Bien le quita al Mal todo apoyo y lo abandona a su dinámica. Ya sabemos que el Mal no puede subsistir sin el Bien, y que es la parte de Bien interiorizada en el Mal lo que lo aguanta. Pero sabemos igualmente que circulan por el universo una gran cantidad de energías desperdiciadas, no utilizadas en la actividad creadora, y que son administradas por los luciferianos. Esas energías son como un Bien venido a menos, y cuando las fuerzas activas en la vertiente positiva de la Creación abandonan una empresa, los luciferianos le inoculan las fuerzas creadoras desperdiciadas que ellos administran, y de esa forma el mal sobrevive durante un tiempo, capeando el temporal, ya que moviéndose en un medio regido por la fuerza de repulsión, tiene que luchar constantemente contra su propia destrucción.
Cuando el Bien y el Mal andan juntos, cuando el tarro de los ungüentos es vendido para entregar su importe a las pobres acciones humanas que cometemos, inspirados por las fuerzas de la izquierda, esto nos salva de las dificultades y en nuestras sombras se empieza a manifestar la luz. En tal caso, podemos decir que el Bien es el amigo y protector del Mal.
Sin embargo, cuando los ungüentos son derramados hacia arriba y le negamos al Mal nuestro apoyo, este se convierte en el enemigo del Bien y trama su destrucción. Para que ese enfrentamiento cese, el Bien debe morir en manos del Mal para renacer en él y formar parte de su propia carne, con lo cual el Mal quedará definitivamente destruido.
La otra vía es la de la constante «humillación» del Bien ante el Mal. Jacob se arrodilló ante Esaú al retorno de su exilio y ese gesto era una prefiguración de ese lavatorio de pies de Cristo a sus discípulos en la celebración de la Pascua.
En esa vía, Cristo tendrá que lavar los pies a sus seguidores, una y otra vez en la proximidad del plenilunio de Aries, para que, purificados, puedan recibir la savia divina que se derrama del árbol en esta época del año, que es cuando los vapores de Kether entran en efervescencia y bañan el universo entero. Si en este período nos encontramos purificados, las energías del Padre encontrarán en nosotros espacios en que ubicarse. Pero si nuestros pies están sucios, el poder creador de Kether irá a engrosar la cuenta de los desperdicios.
En el próximo capítulo hablaré de: los Pedros se resisten
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