La unión de Jesús y Cristo
Relatan las escrituras que Jesús acudió a Juan para que este lo bautizara (esto nos lo cuenta Mateo en su capítulo III, 13‑17. Marcos I, 9‑13. Lucas III, 21‑22. Juan I, 29‑34) Eso quiere decir que ese bautismo tiene lugar a nivel físico, mental, emocional y espiritual, o sea, a todos los niveles posibles. y nos dicen que mientras lo estaba bautizando, Juan vio como el espíritu de Dios descendía sobre él en forma de paloma, mientras una voz decía: “Este es mi hijo bien amado, en el que he puesto todo mi afecto”. Ese episodio nos refiere como Jesús y Cristo se unieron.
Jesús era un hombre, formaba parte de la oleada de vida humana, mientras que Cristo es una divinidad, el mayor iniciado del segundo Día de la Creación, cuando la humanidad recibió el germen del cuerpo vital, ese a través del cual se establecen las conexiones con los mundos de arriba. Cristo siendo el responsable de estas conexiones, vino a nuestro mundo físico para asegurarlas, ante la imposibilidad de hacerlo desde el mundo en que Él residía y reside.
Este episodio de bautismo de Jesús representa la unión de la parte de nuestra personalidad que busca la luz, con el jefe que reside en nuestro interior. Sería como unir el hambre con el alimento que lo va a saciar.
Aunque el hecho de que se unan dos entidades distintas suena un poco peliculero, la evidencia nos muestra que los 30 primeros años de Jesús fueron normales, sin destacar en nada especial, probablemente fue un periodo de preparación a distintos niveles. En cambio, a partir del bautizo de Juan el Bautista, Jesucristo empezó a hacer milagros. Así que se produjo un cambio muy significativo.
Las enseñanzas espirituales de los Rosacruces, nos dicen que Cristo necesitaba un cuerpo físico para manifestarse, puesto que él solo disponía de un cuerpo de deseos como vehículo inferior y no era experto en la construcción de cuerpos físicos.
Por supuesto que sus capacidades creadoras lo capacitaban para construirlo, pero su venida al mundo no debía violar ninguna de las reglas establecidas por el Padre de la Creación, y, por otra parte, para que él pudiera aparecer en la tierra, era preciso que existiese por lo menos un hombre dispuesto a recibirlo voluntariamente y con capacidad para soportar sobre sus espaldas el “peso” de su divinidad, para no violar la ley del libre albedrío.
Este hombre fue Jesús, nuestro hermano mayor, el más evolucionado de la oleada de vida humana. Recordemos que nosotros estamos formados por un cuerpo físico, un cuerpo de deseos o emocional, un cuerpo mental y un cuerpo vital que es el que une el físico a las emociones y a la mente. Jesús ofreció sus cuerpos físico y vital a Cristo y este lo conectó con su cuerpo de deseos, unido a su vez a sus vehículos superiores. Esto supuso un sacrificio enorme para Jesús y para Cristo. El cuerpo de Jesús soportaba difícilmente la alta frecuencia vibratoria de los cuerpos de Cristo, y Cristo en cambio, se sentía como prisionero en un cuerpo tan inferior. Por eso a menudo uno y otro sentían la necesidad de separarse, y en los Evangelios leemos con frecuencia que Jesús se retiró al desierto o a la montaña a meditar. Durante estos retiros, ambos cuerpos se separaban y los ángeles cuidaban del cuerpo material de Jesús.
El Bautismo de Jesús significaba el final de su proceso de recapitulación. En cada vida, tenemos que recapitular las anteriores de manera que nuestra alma es probada, para ver si “cae” en los errores anteriores o si los supera. Hay personas que dejan de fumar porque les perjudica la salud o dejan de beber porque están enfermas. En otra vida, con un cuerpo perfectamente sano, será preciso ver si ceden al hábito del tabaco, del alcohol y a todos los demás cuando realicen esa recapitulación.
El aspirante a la espiritualidad, el que ya en otras vidas ha alcanzado grados superiores de conocimiento, debe pasar ineludiblemente por las pruebas que ya pasó bajo forma de recapitulación. Ya no puede perder el grado adquirido con anterioridad, pero no será consciente de su linaje espiritual hasta que haya recapitulado sus distintas fases de ascenso, hasta que no haya vuelto a vivir las situaciones que le generaban apegos. A eso lo llamamos a menudo sentirnos tentados.
Volviendo a Jesús, él también tuvo que recapitular y aunque los Evangelios no nos refieren con detalle su vida hasta los treinta años, que fue cuando tuvo lugar su bautizo y cuando empezó su evangelización, podemos estar seguros de que sufrió las tentaciones de sus pasadas encarnaciones, una de ellas la sexualidad en que cayera por ejemplo Salomón.
Su Bautismo supuso la firme voluntad por su parte de abandonar las realidades mundanas para vincularse a la espiritualidad de Hochmah. Fue para él como la reafirmación de su deseo de recibir a Cristo, y Cristo acudió a él.
En un universo regido por la libertad, es necesario, no solo que exista en una persona la capacidad para algo, sino que también tiene que manifestarse el deseo expreso de ese algo. Con el bautismo, Jesús manifestó su voluntad de unión con la divinidad, de despegarse definitivamente de la tierra y de abandonar su cuerpo físico a la manifestación crística.
Esto significa, que llegado un momento determinado en nuestra vida, debemos manifestar nuestro deseo de vinculación espiritual y decidirnos a empezar a dejar de ser los que éramos para enfilar el camino de nuestra evolución.
Debemos destacar en este punto la necesidad de mostrar nuestra conformidad de forma manifiesta cada vez que queremos que tenga lugar un cambio que nos acerque a nuestra espiritualidad.
En este siglo XXI cada vez son más numerosas las personas que reciben comunicaciones que provienen de otros planos de existencia, lo que en parte se ha llamado canalizaciones. Es necesario que la persona que las recibe dé su conformidad, que esté de acuerdo en ejercer de canal, de lo contrario se producirán interferencias que desequilibrarán la personalidad de esa persona y pueden llevarla a enfermar.
A partir de entonces, Jesús quedó relegado, trabajando en el Mundo del Deseo, con su cuerpo de deseos como vehículo. Nos dicen os tratados espirituales que allí se encuentra, promulgando la doctrina cristiana a las almas – cada vez más numerosas- que están en condiciones de escucharlo. Allí se encuentran muchos estudiantes en las horas de sueño, aunque, al volver a sus cuerpos físicos, no recuerden lo que han vivido. A la hora de conciliar el sueño, todo el que desea intensamente asistir a esas reuniones, se encontrará en ellas.
En los primeros tiempos, Jesús se dedicaba únicamente a la difusión de las enseñanzas exotéricas, destinadas a impregnar las masas. Hoy el exoterismo y el esoterismo se han acercado y en esa hora en que está surgiendo el ser Nuevo, en esa nueva era de acuario que está empezando a manifestarse ya no solo se nos pide que nos comportemos como el Padre se comporta en los cielos, sino que comprendamos porqué debemos hacerlo.
Recapitulando, diremos que Jesús y Cristo forman la unión de dos entidades una física y la otra no, que se funden en un solo cuerpo en el momento del bautismo de Jesus realizado por Juan el Bautista. A partir de entonces formarían una sola entidad llamada Jesucristo que se dedicaría a transmitir el mensaje del amor durante 3 años, uno correspondiente al Yod como diríamos en cábala o a la plantación de la semilla espiritual. Otro año correspondiente al He, o interiorización en nuestra tierra humana. Y el tercero correspondiente al Vav o exteriorización de su doctrina, para finalmente fundirse en la tierra en ese 2º He que corresponde a la etapa de los frutos. Pero no adelantemos acontecimientos y vayamos paso a paso.
En el siguiente capítulo toca abordar el simbolismo de ayuno.
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