El simbolismo del ayuno
Nos relata la crónica sagrada que después de recibir el bautizo, Jesús, ya con la personalidad crística incorporada, fue transportado por el espíritu al «desierto» y sometido a las tentaciones del Diablo, nos lo cuentan (Mateo IV, 1‑10. Marcos I, 12‑13. Lucas IV, 1‑13). Pasó allí cuarenta días ayunando y, nos dice Marcos, estaba con las bestias salvajes.
En el lenguaje simbólico, las bestias salvajes son nuestros instintos y bajas pasiones; son esos toros que es preciso lidiar y matar todos los días a las cinco de la tarde, antes de que desaparezca la luz solar, a fin de que no permanezcan vivos por la noche y puedan unirse a las fuerzas de las tinieblas que toman el mando del universo cuando la luz solar desaparece.
Por la noche, simbólicamente, desaparece la luz y es cuando se cometen más crímenes y atrocidades, porque estamos bajo el dominio de las tinieblas, de las bestias feroces. Dicho de otro modo, cuando estamos bajo el dominio de los bajos instintos, tomamos decisiones equivocadas. Es por ello que resulta tan importante poner luz en nuestra vida.
Cristo tenía que desprenderse de los instintos y pasiones que pudieran hallarse en el cuerpo de Jesús antes de iniciar su ministerio.
El trabajo de purificación duró cuarenta días, justo los que dura la Cuaresma. Los estudiantes de angeología saben que cuarenta son los días regidos por cada uno de los nueve coros de ángeles (ya que cada ángel tiene cinco grados de regencia en el zodíaco y hay ocho ángeles por coro, así que un coro serán (5*8=40)), y también se sabe que el periodo cuaresmal que va de veinte grados de Acuario a treinta de Piscis (o sea, 40 grados), y que ese periodo está regido por el coro de ángeles de Yesod, el número 9 en el árbol de la Vida, especializado en los trabajos de purificación del cuerpo vital, purificación indispensable para actuar conscientemente en los mundos de arriba y para recibir el mensaje divino que todos los años se desprende del signo de Aries cuando el sol transita por él a partir del 21 de marzo.
Cuarenta días de ayuno dejan el cuerpo «limpio«, transmutan integralmente la personalidad y permiten a la persona renacer, cualesquiera que hayan sido los errores que haya podido cometer. Es difícil que una enfermedad subsista después de cuarenta días de ayuno y de ellos sale el ser Nuevo.
Sin embargo, la intención es lo que prima en todo y si el motivo del ayuno no es el de transmutar la personalidad, ni el de conseguir la salud, nada de eso se logrará. Lo decimos porque en el momento de escribir esos textos vemos cómo algunos prisioneros utilizan el ayuno para obtener prerrogativas políticas o sociales. En tales casos, no puede esperarse del ayuno la aparición del ser Nuevo. Sin embargo, esas huelgas de hambre han servido para ilustrar la capacidad del ser humano para soportar el ayuno, ya que hemos visto como los huelguistas del hambre irlandeses han muerto a los sesenta o más días de ayuno, mientras que un preso español ha muerto a los noventa y un días de no ingerir alimentos.
El ayuno causa pavor a muchas personas, pero, por lo general, tal como se ha demostrado en estos casos, cuarenta días de ayuno no suelen suponer un peligro para la vida, siempre con un control coherente.
Ahora bien, los que emprenden un tal ayuno en vistas a la transmutación de su personalidad deben encontrarse psicológicamente preparados. Si abrigan algún temor no deben emprenderlo.
Son igual de peligrosos los ayunos de quienes buscan en ellos la obtención de poderes, porque indica que su naturaleza no está preparada para someterse a la prueba y ese ejercicio conllevará los mismos riesgos que tendría para un espectador de circo el subirse a los trapecios y querer dar saltos mortales como lo hacen los artistas. El ayuno de cuarenta días debe ser el fruto de una necesidad interna. La persona debe experimentar el hambre de ayuno, la apetencia de la privación debe ser sentida como un placer. Si es una pura mortificación, tampoco el ayuno dará resultado. Para quien busca la luz, el ayuno puede ser un método eficaz que le conduzca a las puertas del reino del Padre, pero no el único.
El ayuno de Jesús tuvo lugar en el «desierto» que, como ya hemos visto al hablar de Juan, representa esa tierra sin cultivar que une la personalidad sagrada a la profana, que va del mundo estructurado y material a la región de la Gracia y del Amor. Es una tierra que debe ser cultivada; ese desierto debe convertirse en un camino de rosas en algún momento de nuestra vida.
Ello significa, para el aspirante, que esos cuarenta días de ayuno deben transcurrir en un lugar desde el que pueda vivir intensamente la vida espiritual. Una parte de ese trabajo puede consistir en asimilar los programas de que son portadores los rostros angélicos, correspondientes a los ocho ángeles lunares (del 65 al 72), cuyo domicilio zodiacal se encuentra situado entre los veinte grados de Acuario y treinta grados de Piscis.
Los cuarenta días de ayuno no deben transformarse en un tiempo muerto, sino en un periodo muy activo, en el que el alma humana pasa revista a toda su existencia y procede a una reconsideración profunda de sí misma. Para que el ser nuevo pueda nacer, es preciso elaborar un trabajo.
Si el aspirante a los ayunos no dispone de soledad para realizarlos, si tiene que practicarlos en el ajetreo de la vida mundana, con deberes sociales y familiares que cumplir, es mejor que no realice la prueba, porque no obtendría los resultados esperados y seguramente perturbaría la vida de sus familiares.
Es evidente que 40 días es un periodo largo y difícil de enfrentar para alguien sin la debida práctica y el control médico necesario. Pero siempre podemos entrenarnos ayunando cuatro días, o cuarenta horas, para prepararnos, como el corredor de fondo. Esta misma preparación nos acercará al objetivo, es decir, creará las circunstancias que nos permitirán un día realizar la transmutación.
Pero recordemos que se trata de un camino y no del único camino. Tenemos infinidad de trabajos que nos acercarán a nuestro objetivo de activar en nosotros las personalidad crística.
En el próximo capítulo trataremos las 3 tentaciones.
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