La lámpara encendida
«Tened ceñidos vuestros lomos y encendidas vuestras lámparas. Sed semejantes a hombres que esperan el retorno del dueño que ha ido a la boda, a fin de abrirle tan pronto llegue y llame. ¡Bienaventurados los servidores a quienes el dueño, a su llegada, encontrará velando! En verdad os digo que se ceñirá y los sentará en la mesa, y se prestará a servirlos. Si no llega más que a la segunda o a la tercera velada, ¡dichosos los servidores que se encuentren en vela! Comprendedlo bien, si el dueño de la casa supiera a qué hora el ladrón va a venir, estaría en guardia y no le permitiría entrar en la casa. Vosotros también debéis estar prestos, ya que el Hijo del Hombre vendrá a la hora en que no pensáis«. (Lucas XII, 35-40).
Relata Jesús en esta parábola que los servidores no saben cuándo el dueño de la casa va a llegar, del mismo modo que este no sabe a qué hora la casa será visitada por los ladrones. Por ello unos y otros, servidores y dueño, deben permanecer vigilantes, movilizados y en guardia para la recepción.
Ese dueño de la casa que los servidores esperan, es el propietario de nuestro aposento humano, nuestro Ego Superior, la parte divina que hay en nosotros, a menudo ausente de nuestra morada, de la que cuidan los «servidores«.
En el presente estado evolutivo, podemos decir que el dueño de la casa se encuentra permanentemente de boda, es decir, se encuentra en los mundos de arriba, en los que no tenemos aún casa y en los que reina la perfecta unidad, donde lo positivo y lo negativo, el marido y la mujer se funden en un permanente abrazo.
Durante esa ausencia, los servidores fieles del Ego Superior mantienen la casa limpia y ordenada, esperando levantados el retorno del amo. Cuanto más larga sea la espera, mayor será la recompensa que recibirán cuando el dueño llegue. Entonces el señor de la casa hará que sus servidores se sienten en la mesa y él mismo los servirá. O sea, tal como ya hemos señalado en anteriores capítulos, en el camino evolutivo llegamos a un punto en que el mundo, nuestro mundo, se invierte, y pasamos de la posición de servidores a la de servidos, encontrándonos con que la organización cósmica se pone a nuestro servicio, siéndonos otorgados los famosos poderes que algunos humanos con tanto afán buscan por medios artificiales, de una manera ilusoria.
Los servidores no saben a la hora en que llegará su dueño, dice Jesús. Este dueño no puede poner los pies en nuestra casa a menos que esta se encuentre perfectamente acondicionada y que todo esté en ella en perfecto orden. Ese orden, es desde arriba que se juzga si es o no es suficiente y es por ello que la venida del dueño siempre resulta una sorpresa para los que lo están esperando.
La emergencia de la espiritualidad, la llegada de los «poderes» se realiza siempre al improviso. Nosotros podemos propiciar la llegada del dueño manteniendo la casa limpia y barrida y las luces encendidas, pero no pudiendo el «criado» penetrar en los designios del «amo«, no le es posible saber cuando este encontrará las condiciones requeridas para su presencia en la casa.
El estudio de la Astrología nos permite ver en qué momentos el dueño se aproxima a la casa. En efecto, cuando Urano, Neptuno y Plutón forman aspectos con posiciones clave de nuestro horóscopo, sobre todo con el Sol, Luna, Ascendente y Casa X, es señal de que la espiritualidad se aproxima a nuestra morada física, pero lo que no podrá vaticinar ningún astrólogo es si la espiritualidad entrará o no en la casa, ya que ello depende del grado de preparación de la persona para interiorizar al Ego Superior.
Hemos visto en el capítulo anterior que nuestro cuerpo mental está formado por átomos, al igual que el cuerpo físico, y que estos solo pueden servir de soporte a entidades espirituales cuya frecuencia vibratoria sea acorde con su propia estructura, ya que de otro modo la organización atómica se desintegraría. La preparación para la vida espiritual debe empezar, pues, por una adecuación de la estructura de nuestro cuerpo del pensamiento a las necesidades del Ego Superior. Es lo que se llama «preparar la casa» o, más exactamente, edificar el templo.
El hambre de espiritualidad, cuando se manifiesta en nosotros, exige un cambio en la composición atómica de nuestro cuerpo mental, cuyos átomos cambian, o pueden cambiar, al igual que los que componen nuestro cuerpo físico. Cuando aparece esa hambre, los ingenieros que edifican el cuerpo del pensamiento se ponen a trabajar, cambiando nuestra vieja instalación por una nueva.
Solo cuando esos trabajos de demolición y reconstrucción han sido realizados, disponemos de la casa adecuada para recibir la espiritualidad. Por ello, si esos tránsitos de Urano, Neptuno y Plutón por puntos vitales de nuestro tema permiten anunciar la proximidad de la espiritualidad, no podemos en cambio ver si la persona está preparada para aprehenderla.
En el próximo capítulo hablaré de: los servidores y el dueño
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