La cepa verdadera
“Yo soy la cepa verdadera y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que está en mí y que no da fruta, Él lo separa; y todo sarmiento portador de fruto, lo poda, a fin de que dé aún más fruto. Ya vosotros sois puros a causa de la palabra que os he anunciado. Permaneced en mí y yo permaneceré en vosotros. Del mismo modo que el sarmiento no puede dar fruto si no forma parte de la cepa, así tampoco vosotros lo podéis dar si no permanecéis en mí. Yo soy la cepa, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y en el que yo permanezco, da mucho fruto, ya que sin mí vosotros no podéis hacer nada”. Así comienza el capítulo XV del Evangelio de Juan (XV, 1-5).
Jesús utilizó en sus parábolas el ejemplo de cómo suceden las cosas en la naturaleza, en la cual se expresa la dinámica divina. Aquí vemos que el Padre actúa con criterio de rendimiento, cortando las ramas estériles de su viña y podando las portadoras de fruto, a fin de que puedan aumentar su rendimiento. Así actúa la divinidad en el Samekh, cuyos trabajos son descritos en este capítulo del Evangelio de Juan.
El Samekh es una fuerza terminal y señala el periodo de los frutos. Al llegar a esa puerta, debemos presentarnos ante el viñador con los frutos colgando de nuestros sarmientos. El Samekh es una fuerza adscrita al signo de Virgo, el cual marca precisamente el periodo del año en que tiene lugar la vendimia. En el orden sefirótico, el Samekh está regido por Tiphereth en su segundo ciclo de actuaciones, el que corresponde precisamente al trabajo en el Mundo de Creaciones, en ese mundo de los sentimientos que Cristo vino a redimir.
Los principales frutos del Samekh son el trigo y la uva, o sea el pan de vida que Cristo ofreció en el sagrado banquete místico y el jugo que les dio a beber. Al llegar a este periodo de nuestro año evolutivo, debemos ser ese dulce fruto colgando de las cepas de Cristo-Tiphereth.
El zumo de uva fluidifica la circulación sanguínea, evitando que se formen coágulos en la sangre que puedan producir un infarto. O sea, protege el corazón como Cristo lo purifica con su acción redentora. Siendo la sangre el vehículo del cuerpo de deseos, si somos fruto de la viña, esto significará que debemos ser, en esta etapa, purificadores de los deseos humanos. Y este es, en efecto, uno de los papeles estelares reservados a los nacidos bajo el signo de Virgo o con el Ascendente o medio cielo en él.
Si echamos un vistazo a la mitología vemos en la historia de Demeter, representante mitológica de este signo, como su hija Perséfona se casa con el dios de los infiernos (Hades-Plutón) y cómo todas las primaveras reaparece en la Tierra para proporcionarle la fecundidad y renovación.
Esta labor purificadora, renovadora y fecundadora forma parte de la misión de los nacidos en Virgo, sean o no conscientes de ello. Por lo general no lo son, pero ello no le resta eficacia a su acción sobre la sociedad y sobre las personas que los rodean. Tener un Virgo en casa es como tener asegurada la prosperidad de las empresas humanas, aunque para el propio Virgo y para sus propias empresas a veces esa dinámica no actúe. Ellos son de algún modo el fruto apetecible que depura, limpia y restaura. Son el alimento vivo y no es fácil por tanto ser a la vez la boca que come y el bocado comido. Ellos son la uva azucarada, el racimo con el que se endulza el final de un banquete; el zumo que restaura las funciones del corazón.
Yo soy la cepa verdadera, dice Jesús, y ello implica que hay en el universo falsas cepas, o cepas que no expresan esa verdad suprema que es lo que podríamos llamar la verdad verdadera.
Esto significa que no todos los que han alcanzado el estadio de Virgo; no todos los que viven la dinámica del Samekh, tienen la categoría de zumos o de frutos, en el sentido crístico. Pueden ser frutos de cepas que no han alcanzado aún el calificativo de verdaderas. Pueden también ser esos sarmientos que cuelgan de la cepa crística, pero que no dan fruto, en cuyo caso el viñador los corta y allí se acabó su historia. Esos sarmientos estériles aparecen a menudo entre los nativos de Virgo; son los que se niegan a protagonizar la dinámica del signo, que es la de ser el servidor de todos y la de estar a dos pasos del sacrificio como Jesús lo está en esa parte de su sermón. Muchos son los Virgo que sienten la nostalgia del anterior periodo esplendoroso, el del Noun y ellos mismos se comen la fruta que producen, realizando funciones anteriores a su momento evolutivo. Cuando esto sucede, pronto dejan de dar fruto y se convierten en sarmientos estériles que son arrancados finalmente de la planta.
Ser zumos, ser dulces frutos de la viña del Padre, tal es el papel que debemos protagonizar en la hora final de esa opera magna que es nuestra vida. Los banquetes mundanos suelen terminar con las frutas y en épocas anteriores los restaurantes servían a los comensales una bandeja de frutas aunque no las pidieran: era el regalo de la casa, la ofrenda que conlleva la dinámica crística, del mismo modo que en la dinámica de la otra columna, la de Jehovah, aparece el sacrificio que nos invita a dejar restos en el plato y a no apurar las cosas hasta el límite de sus posibilidades.
La fruta ha sido durante mucho tiempo algo que se regala, y hasta los campesinos, tan celosos de sus cosechas, hacen la vista gorda cuando los niños van a robarles sus frutas. Aún hoy, los propietarios de viñas dejan a menudo que los caminantes se lleven los racimos que cuelgan al borde del camino sin reaccionar.
Asimismo, cada uno de nosotros ha de regalar sus frutos humanos, las dulces obras producidas por su naturaleza tras una larga elaboración. Larga, ya que si observamos los procesos naturales, veremos que los árboles frutales (de Hochmah) no suelen dar frutos hasta el tercer o cuarto año de su plantación, mientras que a los frutos salados (de Binah), o sea trigo, maíz, habichuelas etc., les bastan unos cuantos meses para producir. Así, todo lo que lleva la sal de Binah necesita de un trabajo constante para obtener una nueva cosecha, mientras que la fruta azucarada de Cristo-Hochmah, una vez ha arraigado se basta sola para producir y la cosecha es, de año en año, más abundante.
Con mínimos cuidados, los árboles frutales prodigan su abundancia. No es casual que los avanzados en el camino de la espiritualidad sean grandes comedores de fruta y tampoco lo es el que en nuestra época el zumo de uva sea un artículo de gran consumo, hasta el punto de que muchos distribuidores de alcoholes han incluido en sus programas comerciales la distribución de zumos naturales, intuyendo que la sociedad irá dejando progresivamente los vinos de Binah y se irá decantando por los zumos de Hochmah. La alimentación salada irá retrocediendo y la alimentación dulce irá en progresivo aumento a medida que la sociedad avance hacia el Reino de Cristo.
Formar parte de la cepa verdadera en esa hora final en la que Cristo se encuentra, tal ha de ser nuestro programa humano.
Hemos visto en los capítulos anteriores cuán difícil es vivir la hora Noun sin traicionar, como Judas; sin negar, como Pedro; sin plantear cuestiones que evidencian que nada hemos comprendido, como lo hicieron varios apóstoles. Muchas son las personas que se acercan al Cristo de las primeras horas, que se suben a los árboles para verlo pasar, como Zaqueo, pero que no lo siguen en las obras. Permanece en ellos como una fe, como una idea maravillosa, como una esperanza, pero, no habiendo avanzado su Cristo interno más allá, no habiéndolo comido y bebido para incorporarlo a su propia sustancia, llegan a la hora de la verdad y el resultado es la traición, la negación, el desvarío.
Cuando esto sucede, los frutos que aparecerán en el árbol de la persona no serán los de la cepa verdadera, sino esos frutos ácidos que también abundan por la tierra, entre los que pueden incluirse esas almendras o cacahuetes a los que se pone sal para servirlos en aperitivos. Entre las gentes de Virgo encontraremos esas dos grandes categorías, a saber, los que son cepa verdadera y los que son cepa del mundo.
En el próximo capítulo hablaré de: la figura del diablo
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