El interés y la indiferencia
Este cuarto capítulo del Evangelio de San Juan, que comienza en la hora sexta con el encuentro con la samaritana, termina en la hora séptima con el milagro de la salvación del hijo de un oficial del rey en Capharnaum. (Juan IV, 47‑53).
En la hora sexta, el Fuego divino desciende en las Aguas del alma humana. Son los sentimientos, el agua que llevamos dentro, lo que constituye nuestra alma. En efecto, la doctrina esotérica nos dice que de nuestro Cuerpo de Deseos emergen dos fuerzas, una llamada Interés y la otra Indiferencia, que se corresponden con la columna derecha e izquierda de el Árbol de la Vida. Si es la indiferencia la fuerza la que prevalece, el designio que puso en nosotros la divinidad naufraga y ya no es más que un designio perdido que deberá buscar en otra vida, en otro momento, una nueva oportunidad de realizarse. En cambio, si es la fuerza llamada Interés la que se pone en movimiento, los deseos acogen al designio espiritual y lo visten, lo elaboran, le dan su propia vida. Por ello podemos decir que todas nuestras experiencias son fruto del deseo, ya que si nuestra naturaleza emotiva cierra las puertas al designio procedente del mundo del Fuego, la experiencia no tiene lugar.
Los trabajos de la hora sexta tienen pues una importancia fundamental porque es en esa mítica hora cuando el designio es acogido favorablemente por nuestros sentimientos o cuando es rechazado por ellos. En esa hora, o bien Dios fracasa en nosotros o triunfa en nuestro fuero interno. Si triunfa, ya vemos lo que ocurre: nuestra samaritana, nuestra alma, se va a la ciudadela psíquica y los “hombres”, nuestras tendencias, acuden en tropel para «escuchar» el designio, el cual, durante dos días simbólicos planta en ellos (en el primero) la semilla del nuevo mensaje y (en el segundo) la enraíza fuertemente en su «tierra«.
En nuestra vida cotidiana esa hora sexta se sitúa, como ya hemos dicho, al mediodía que es el momento de la jornada en que los signos de Fuego ceden el protagonismo a los de Agua.
En la tradición cristiana, al toque del mediodía se reza el Ángelus, y vemos aquí la razón de ser de esta plegaria, destinada a que nuestros sentimientos acojan con interés el mensaje espiritual que viene de arriba.
Un día de nuestra vida, está hecho a la imagen y semejanza de toda nuestra existencia por entero, y todos los días cuando amanece, el Ego Superior pone en nosotros un pequeño designio para la jornada. Si a esa hora del amanecer sabemos escuchar, si permanecemos con el oído atento, despertando de nuestro sueño, oiremos la voz de arriba comunicándonos el designio de nuestro Padre. Y será al mediodía, cuando ese designio encontrará la samaritana interna.
Por ello es necesario que al mediodía, el solar, no el que señalan nuestros relojes adelantados (entre cinco y seis horas después de la salida del sol), busquemos la soledad para rogar a nuestros deseos que acojan favorablemente el mensaje espiritual y que se pongan a trabajar en él en las horas de la tarde, porque si nuestro yo‑emotivo trabaja en lo generado por el yo espiritual, la obra avanzará, pero si nuestro fuego interno va por un lado y nuestra agua por otro, cuando en el crepúsculo entre en funciones el yo‑mental encargado de edificar en firme el trabajo de la jornada, se encontrará con órdenes contradictorias y mientras uno de nuestros obreros ponga un ladrillo, otro lo quitará, y así al llegar la medianoche, hora en que los obreros de nuestro templo interno terminan sus trabajos, veremos consternados que lo edificado es nada, que no hemos avanzado.
En la hora séptima (la que se corresponde al signo de Cáncer), nos dice Juan, aparece el oficial del rey pidiendo la curación de su hijo enfermo. En nosotros hay varios reyes representando distintas personalidades, pero tan solo uno merece esta denominación: el que ocupa en nuestra vida un trono permanente, y este es el Ego Superior. Es un rey que muchas veces se encuentra con el trono ocupado por un usurpador. Este tema ha dado vida a infinitos cuentos medievales, sobre todo a esos simbólicos cuentos árabes, recogidos en el librode «Las Mil y una Noches» Al final del cuento, el usurpador es destronado por el pueblo y el legitimo rey recupera de nuevo el trono.
El auténtico rey es el Ego Superior, decíamos, pero en nuestro cuerpo de deseos reina también un rey. Esto ocurre cuando los deseos son soberanos absolutos de nuestras vidas, ya que cuando las cosas son como deben ser, el que rige los deseos no es un rey, sino un delegado del legitimo rey o sea un oficial suyo.
Aquí vemos que este oficial tiene al hijo enfermo, es decir, reconoce que la obra de los deseos, su hijo, no va como debería ir y acude a la instancia espiritual superior para que se la arregle. Jesús accede a esta petición y, en la hora séptima, el hijo del oficial, empieza a mejorar.
En la hora séptima, dijimos, los deseos comienzan su reinado. Y aquí se nos dice que el oficial bajo cuyo mandato encuentran, «va hacia él«, hacia Cristo, y le confía la salud de su hijo.
Así pues, si en la hora sexta el designio baja al mundo de los sentimientos y estos lo reconocen, en la hora séptima, el oficial que dirige nuestro cuerpo de deseos pide a Cristo, representante del Ego Superior, que ponga en condiciones su obra.
Todo este capítulo 4º del Evangelio de Juan es la descripción simbólica de cómo la fuerza espiritual penetra en la naturaleza emotiva de los seres humanos y es aceptada por ella. Primero esa fuerza penetra en el alma, la cual obtiene una nueva visión de lo que le ha ocurrido. Esa nueva visión le permite contemplar la vida con otra perspectiva, y el oficial que dirige la política de los deseos va hacia la espiritualidad para pedirle que remodele su obra de acuerdo con su superior voluntad. Esto tiene lugar en la hora séptima, cuando el signo de Cáncer entra en funciones.
Por otra parte, siendo Cáncer el signo que rige las funciones de la alimentación, lo cual hace que el mediodía solar sea la hora de alimentarse, el oficial, al pedir para su hijo la salud, o sea, un nuevo vigor, le pide al mismo tiempo una alimentación correcta, adecuada para la obra a realizar. Se trata, claro está, del alimento espiritual, ya que el alimento material ya nos lo da la naturaleza y no necesitamos recurrir al Ego‑padre para saber lo que debemos o no comer.
El Evangelio de Juan es esencialmente simbólico y en sus veintiún capítulos podemos reconocer el perfil de las veintiuna fuerzas que actúan en cada una de las letras hebraicas, excluyendo el Shin, que es este comodín que aparece – que puede aparecer – en cada una de ellas, modificando profundamente su significado.
En el primer capitulo, hablándonos del principio, aparecen las potencialidades del Aleph. En el segundo capitulo, relatándonos lo ocurrido en las Bodas de Caná, nos refiere lo que ocurre cuando la fuerza espiritual penetra en el interior de las moradas humanas, sedientas de milagro y en esa boda aparecen los misterios del Beith.
En el tercer capítulo, al hablarnos de la entrevista de Jesús con Nicodemo, el hombre viejo de la antigua religión, nos refiere la dinámica del Ghimel, que penetra en las naturalezas inferiores para levantarlas. En este cuarto capitulo vemos en acción al Daleth, por el cual el huevo divino anida en la naturaleza de deseos del ser humano, es decir en sus aguas.
Termina así el viaje de Judea a Galilea, pasando por Samaria. Es el viaje inverso del que realizaran José y María cuando Jesús nació, dando a entender con ello, que si para que el niño que ha de llevar la naturaleza crística nazca en nosotros, es preciso que realicemos un viaje determinado, será necesario que cambiemos de paisaje en nuestra naturaleza interna para que Cristo tome el mando de nuestros deseos, realizando el viaje inverso.
Cristo aparece al final de un proceso natural de desarrollo interno, después de haber seguido fielmente unas leyes fijadas por Moisés en el Antiguo Testamento.
Cuando Cristo empieza a reinar, los mandos deben ser invertidos y la ley del hacer debe ser reemplazada por el amor del ser.
En el próximo capítulo hablaré de: las leyes son para el hombre
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