El cambio de estado, la evolución
“Después de esos dos días pasados en Samaria, Jesús partió con sus apóstoles hacia Galilea, su país natal, del que se marchara un día diciendo que nadie es profeta en su tierra, cuando intentaba hacerles comprender que las palabras de las escrituras se cumplían en él. Y esta vez, nos dice Juan, fue bien recibido por sus conciudadanos, que habían visto lo que hizo en Jerusalem, cuando echó a los mercaderes del templo. Volvió pues a Caná en Galilea, donde había convertido el agua en vino”. (Juan IV 43‑46). (Marcos IV, 24).
Ya dijimos antes, que el vino representa los conocimientos prematuros, no asimilables, que alteran la vida de la persona que los absorbe. Si interpretamos ese milagro por su vertiente simbólica, ese retorno de Jesús a su Pueblo y ese buen recibimiento por parte de sus conciudadanos, significa que en ellos se ha producido un cambio de estado, es decir, se ha producido una evolución.
A veces sucede que una persona se acerca a una enseñanza, pero la deja porque en ese momento de su vida no le llena. Y al cabo de un tiempo, retoma sus escritos y conecta plenamente con ellos.
La naturaleza de Cristo, al penetrar en las almas, altera su contenido dando un significado distinto a todas las experiencias encerradas en su recinto. Entonces se entiende lo que antaño nos sucedió: la sabiduría de las cosas llena nuestras fuentes internas y a la fuerza crística ya no se le piden milagros para reconocerla, sino que se la recibe bien, en un sentido correcto.
En el próximo capítulo hablaré de: el interés y la indiferencia
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