El enojo del otro hijo
Dice la parábola que el Padre tenía otro hijo que nunca se movió de su casa y que ese hijo se enojó al oír, a su regreso del campo, los coros de servidores cantando en honor del hermano recuperado.
Nuestro Ego Superior es triple, como lo es Dios en nuestro sistema solar del cual los egos son una emanación. En el Árbol de la Vida vemos que Kether genera por su derecha a Hochmah, su polaridad masculina, y por su izquierda a Binah, su polaridad femenina, y ambos pueden ser llamados sus hijos. Pero mientras uno es pródigo y baja a tierras lejanas para disipar la fortuna del Padre, otro se queda en la casa barriendo hacia dentro, como suele decirse; y mientras el uno multiplica la obra divina, el otro se limita simplemente a tareas de conservación. El Padre los quiere por igual, pero es natural que se alegre más con el que acrecienta y difunde su obra que con el que simplemente la mantiene, con el que vive distintas experiencias, que con el que repite la misma.
El hijo que permanece en la casa del Padre, es la parte de nuestro yo que no actúa en una determinada encarnación. En efecto, el ser hermafrodita que éramos al comienzo de la Creación, fue dividido en dos, en una parte masculina y otra femenina. A partir de esa división, hemos aparecido en el mundo alternativamente, bajo uno u otro sexo, de manera que mientras una parte de nuestra naturaleza es activa, es pródiga en desprenderse de los valores del Padre, la otra es pasiva, se queda en casa, esperando actuar en un nuevo round.
Al iniciarse el descenso al mundo material, una de esas dos personalidades, la menor, es decir, la menos experimentada, es la que pide al Ego Superior su parte de la hacienda para irse a la tierra lejana de las experiencias humanas.
Esta precisión es importante, ya que se ha dicho a menudo que el sexo se forma en el periodo de gestación y parece como si fuera en ese momento que el Ego Superior decidiera si su futuro vehículo humano va a tener una expresión femenina o masculina. De la lectura esotérica de esa parábola se deduce que el sexo se determina en el momento en que el Ego Superior lanza sus átomos-gérmenes a los mundos para la constitución de nuevos cuerpos empezando por el mental. Uno de sus hijos, el que representa el sexo femenino o el masculino, le pide hacienda, y mientras este se va, el otro se queda.
Esta explicación es más lógica, puesto que en la formación de los cuerpos, mientras el masculino es positivo en un dominio, es negativo en otro y lo mismo ocurre en la mujer, y para que ello sea así, es preciso que las jerarquías que han ayudado a constituir los diversos cuerpos, hayan sabido de antemano si el ser que estaban formando iba a ser hombre o mujer.
En el dominio social y puramente anecdótico, esta parábola encierra una enseñanza muy simple y directa: Es en la casa del padre que los hijos han de encontrar siempre la mejor acogida y la mayor libertad. Si en la casa del padre reciben malos tratos, si no son comprendidos, si se los menosprecia, pueden tener la seguridad de que saliendo de la casa del padre la adversidad no hará mas que acentuarse, y encontrarán en la sociedad peor trato, peor consideración, más incomprensión.
Sin embargo, salir de la casa del Padre es algo que forma parte de la dinámica natural de la vida divina, puesto que bien dice la Biblia que el hombre abandonará padre y madre para unirse con la mujer. En ese sentido, el itinerario del Hijo Pródigo es un itinerario obligado, impuesto por el discurrir de la vida cósmica. Pero en la antigua religión no figuraba el final feliz que Jesús nos revela. En la religión de Jehovah, el que apacentaba «cerdos» recibía el castigo que tal situación merece. Jesús nos dice que basta con desear el retorno a la casa del Padre y ponerse en marcha para que el Padre se ponga también en el camino para abrazar y ornamentar al hijo que vuelve.
En el próximo capítulo hablaré de: guardar las riquezas
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