Creer
Cuando Jesús se refería al sueño de Lázaro, sus apóstoles creían que se trataba realmente de un sueño, hasta que les dijo abiertamente «Lázaro ha muerto y por culpa vuestra, a fin de que vosotros creáis y me alegro de no haber estado allí. Pero vayamos hacia él”. (Juan Xl, 12-15).
Desde el lejano Abel, Lázaro muere por culpa nuestra. En la parábola del hombre rico, vimos que Lázaro, después de su muerte, subía al seno de Abraham. Las enseñanzas de la Cábala nos dicen que Abraham es el representante humano de Hesed o sea es el hombre paradisíaco, ese que Dios soñó con crear, pero que no se sometió a la dinámica divina y tuvo que ser arrojado del Paraíso y vivir en Caín y no en el inocente Abel.
Si Lázaro sube al seno de Abraham después de su muerte, es porque pertenece a su esfera, a su linaje. Lázaro es pues ese hombre paradisíaco que no pudo ser al principio de la Creación, pero que con el correr del tiempo ha de ser, ha de existir.
En la parábola citada lo veíamos languideciendo en la puerta de ese hombre material vestido con ricos ropajes. O sea que Lázaro vivía ya. Vivía de mala manera, pero estaba vivo. Pero he aquí que Lázaro muere una vez más, por culpa nuestra, por culpa del hombre material que todos somos, por ese ser que no cree en la vida paradisíaca que Lázaro representa, aunque sí sabe que Lázaro es el hermano que no debe morir.
Entonces ese ser material envía a Marta en busca del Maestro, a fin de que Marta disponga de las abundantes energías de que es portador su hermano, para mejor ordenar su mundo y hacer que todo sea más eficaz. Pero el mundo paradisíaco que Lázaro representa es el reverso de la sociedad de Marta, y si la vida ha estado, durante el largo periodo involutivo (de Kether a Malkuth en el Árbol de la vida), al servicio de la organización material, llega un momento en que la espiritualidad se niega a colaborar y Marta tiene que volver a su casa y llamar a María para movilizar la fuerza que ha de devolver la vida a su hermano.
Cristo se alegra de no haber estado allí cuando Lázaro murió. Se alegra, en definitiva, de no haber secundado la pretensión de Marta de establecer un Paraíso según las reglas de su mundo, es decir el paraíso de la abundancia material con el que sueña la sociedad de hoy, en el que todo el mundo tiene de todo, pero no puede disfrutarlo, a causa precisamente de la excesiva proliferación y de la contaminación a que ese exceso da lugar.
Lázaro tiene que morir en Marta para que resucite en María. Viéndolo actuar, viendo la realidad del paraíso que Lázaro representa, sin coches, sin trabajo competitivo, sin moneda, con unos seres humanos que trabajan en lo humano y no para obtener un contravalor mercantil, entonces Marta creerá. Pero mientras Lázaro viva en ella, aunque sea como un enfermo, Marta abrigará la esperanza de crear un mundo feliz dentro del orden material. Esa esperanza debe morir para que podamos ponernos a trabajar en la resurrección del auténtico hombre paradisíaco y no de aquel a que daría lugar la expansión de esa parte de la personalidad llamada Marta.
Cuando Jesús llegó a la tumba de Lázaro, este ya llevaba cuatro días en el sepulcro. La crónica sagrada nos dice que Jesús lloró.
Cuatro Días de la Creación son los que han transcurrido desde que comenzara el actual periodo de manifestación. Cuatro Días que nos han llevado al más bajo escalón involutivo y en los que el proyecto divino de ser humano ha ido sepultándose en una fosa cada vez más espesa hasta convertirse en esa gruta tapiada con una piedra, que es donde reposaba Lázaro.
Cuatro días tienen que pasar para que la fuerza crística pueda aparecer y resucitar al Hombre Divino. En este periodo, tenemos que haber activado las cuatro fuerzas que trabajan en el Nombre Divino (el Yod-He-Vav-He) y que, como sabemos, pueden identificarse como Plantación, Interiorización, Exteriorización y Fruto o: Voluntad, Amor, Inteligencia y Fecundidad, o sea Obras. Cuando esos cuatro trabajos han sido debidamente realizados, es cuando aparece Cristo, el hijo del hombre y el hijo de Dios, y saca de su tumba a Lázaro, el paradisíaco, que es nuestro Cristo particular.
Jesús lloró al realizar el prodigio, y aquí el cronista quiere expresarnos con qué intensidad se manifiesta Cristo en el trabajo del Khaf, con cuanta energía trabaja en nosotros a la hora de expresar nuestro pensamiento. Cada vez que hablamos o que escribimos, Cristo vuelca en nosotros su amor para lograr que manifestemos a ese Lázaro que todos llevamos enterrado.
Marta, que ya se había retirado para dejar el protagonismo a María, irrumpe de nuevo en el relato sagrado para advertir al Señor que su hermano olía mal, como para disuadirlo de que realizara el milagro.
Es un vano intento del yo profano de superponerse de nuevo a la personalidad sagrada para privarla de sus recursos energéticos.
En ese mundo de Marta, en el que los buenos olores vienen de los platos cocinados, de los perfumes químicos, de los desodorantes llamados «naturales«, lo espiritual acaba oliendo mal o es irrespirable, como sucede en la alta montaña con las personas acostumbradas a los hedores de la ciudad, al olor del tabaco, del vino rancio, de los quesos fermentados y demás olores familiares.
En el próximo capítulo hablaré de: el mal olor
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.