El mal olor
“Pero Jesús, rechazando a Marta invocó al Padre y Lázaro salió de su tumba, envuelto aún en espesos vendajes, que María y los judíos allí presentes debieron desatarle. Muchos de los que vieron el milagro creyeron en él, pero otros fueron a los fariseos para contarles lo que Jesús había hecho”. (Juan Xl, 40-46).
¿Cuántos son los que han alcanzado ese punto en que la voz de Cristo clama en sus naturalezas internas ese ¡Lázaro, sal!? Muy pocos, pero cada vez son más los preparados para ese gran momento. Sin embargo, este no es más que el comienzo de una gran confrontación con nuestros fariseos internos. Durante un tiempo, nuestra vida espiritual ha ido compaginándose con la otra y no ha representado una amenaza para los fariseos que rigen en nuestro mundo profano. Pero a partir de ahora, lo será.
Empezará a repugnarnos hacer lo que tan complacientemente hemos estado haciendo a lo largo de nuestra vida y vidas. Sentiremos rechazo por los alimentos que ingerimos, los vestidos, el trabajo, el contacto con la sociedad y, alcanzado ese estadio, el rechazo puede llegar a tocar igualmente a la familia, los amigos, todo.
Los fariseos han de tomar una decisión violenta o, de otra forma, tendrán que abandonar nuestra naturaleza. Una lucha a muerte comienza. Una lucha en la que finalmente la naturaleza espiritual ha de salir triunfante, porque Lázaro es el portador de la eterna verdad, mientras que el fariseo representa un mundo transitorio, en el que la verdad tiene una validez limitada que debe ser transcendida. Más tarde o más temprano, el fariseo tiene que rendir sus armas ante el Lázaro que retorna de sus cuatro días de sepultura.
El fariseo interno solo tiene vida asegurada en esos cuatro días en que Lázaro está en la tumba, en ese Yod-He-Vav-He que es su Dios. Al cabo de esos míticos cuatro días, Yod-He-Vav-He tiene que ceder la plaza a Yod-He-Shin-Vav-He, es decir a Jesús, como suele pronunciarse convencionalmente el nombre de Yeshua. El Shin que rompe la ley, que rompe el ciclo de los cuatro días, es el hijo del hombre, es la obra personal que todos estamos realizando y que un día rompe el esquema de Binah/Jehovah, en cuyo seno ha nacido, puesto que el Shin (21 = 2 + 1 = 3) es un número que corresponde al ciclo de Binah en su tercera manifestación.
En la Mitología vemos que Urano, el padre del universo, fue derrocado por su hijo Saturno, que lo sería a su vez por Júpiter. En el mito bíblico vemos como Júpiter/Paraíso tuvo que ceder el mando sobre los seres humanos a los luciferianos, que trabajan con las fuerzas de Marte. Esa usurpación de los poderes del padre por parte del hijo es una dinámica que aparece inscrita en la historia humana en la fase involutiva.
Al retornar a la unidad primordial, el derrocamiento se produce al revés y entonces son las fuerzas espirituales quienes derrocan a los tiranos que anteriormente usurparán los poderes.
Si convertimos Yod-He-Vav-He (los cuatro estadios de la energía) en números, tendremos: 10 + 5 + 6 + 5 = 26 = 6 + 2 = 8. Ocho es el número sefirótico de Mercurio, de modo que este nombre divino nos conduce a través de las fuerzas activas en él, al conocimiento intelectual del universo. Si a este nombre le añadimos el Shin (veintiuno) tendremos: 26 + 21 = 47 = 4 + 7 = 11. 1 + 1 = 2, número de Hochmah, o sea que Jesús nos lleva de Hod a Hochmah por el camino del cuatro y el siete, o sea a través de Hesed y Netzah.
En el próximo capítulo hablaré de: ¿qué vamos a hacer?
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.