Cómo atraemos a los ladrones
No siempre son bienes materiales lo que los ladrones se llevan y, en este sentido, conviene meditar el contenido de esta parábola si la aplicamos a nuestra organización anímica interna.
Todos somos portadores de unos valores, es decir, de unas fuerzas internas servidas por entidades espirituales -de ellos hemos hablado abundantemente en capítulos anteriores- y esas fuerzas nos impulsan a comportarnos de una determinada manera. Y quizá ocurra que, por nuestra forma de proceder en una anterior vida, aparezcan un día los «ladrones«, que actúan en las regiones inferiores del Mundo de Deseos y nos despojen de algunos valores internos, quedándonos sin ellos. Entonces aparecemos maltrechos y desvalorizados.
Esta situación, como decíamos, puede ser producida por un karma maduro que la hace inevitable. Pero también es posible que sea nuestra forma de conducta actual la que suscite la aparición de los ladrones. Veamos cómo pueden ser generados.
Las fuerzas espirituales activas en nosotros, no son homogéneas, es decir, no son de igual calidad, de modo que mientras las unas, cuando se encuentran en posición dominante, nos abocan a la realización de gestos sublimes, otras, en cambio, cuando dominan, nos inducen a realizar acciones perversas. Si nuestra voluntad se complace en lo perverso, si mantiene en el mando de nuestra psique a esas fuerzas, prolongando así su tiempo de dominio, las estaremos envalentonando y un día se sentirán tan seguras de sí, que organizarán una expedición y se dirán: «a ver si nos metemos en los espacios donde están los tesoros y los arrebatamos”. Lanzarán entonces a los «ladrones» para despojar al hombre de sus valores sublimes. Si lo consiguen, he aquí que este hombre aparecerá maltrecho al borde del camino, de ese camino de bajada que va de la ciudad sagrada de Jerusalem a la ciudad profana de Jericó. Siempre, cuando el camino humano en el que nos encontramos es de bajada corremos el riesgo de vernos despojados por los ladrones. Los robos son pues el síntoma de que nuestra moral está en baja.
En ese contexto, el sacrificador y el levita que pasan sin detenerse son los más próximos parientes del hombre maltrecho y robado, puesto que uno es el hombre de ritos y el otro el hombre de leyes, que son o deberían ser los administradores de ese tesoro espiritual que se han llevado los ladrones.
Pasan de largo, nos dice la parábola y con ello Jesús no hace más que constatar lo que ocurre en la sociedad profana cuando uno de sus miembros es despojado de sus valores morales y, por consiguiente, empieza a comportarse de una manera inhabitual. Si el miembro de una «honorable sociedad» comete de pronto actos susceptibles de poner en cuarentena la reputación de la entidad, se le echa de ella, que es una forma de pasar de largo.
En la vida familiar no se procede de forma muy diferente y muchas veces vemos que a la oveja negra, que en definitiva es el ser despojado de sus valores morales, se la excluye de la familia y sanseacabó. La acción de esos «ladrones» que roban el tesoro espiritual resulta a veces contagiosa. Y vemos así que en la vida conyugal, cuando el marido, despojado por los «ladrones» de los valores que le permitían llevar una conducta digna, se lanza a la aventura erótica, algunas veces la esposa dice: «puesto que él me engaña a mí, yo le voy a engañar a él, y se lanza a su vez a una vida sexual desordenada«. Si esto ocurre, es que los «ladrones» han visitado también los lugares donde su alma guardaba los tesoros y se los han llevado.
Ese hombre maltrecho es pues también aquel que, habiendo actuado dignamente en muchos escenarios de su vida, se ve un día despojado de sus impulsos elevados y se lanza por el camino de los actos degradatorios. Nuestra conducta hacia ese hombre debe ser la del buen samaritano. Debemos socorrerle, subirlo a nuestra montura y dejarlo en la posada donde será cuidado y podrá recuperarse. Tanto más debemos hacerlo si él forma parte de nuestra carne, si es nuestro cónyuge el que se desvía de su buena conducta.
Digamos, por último, que nuestro prójimo es siempre la persona con problemas que aparece en nuestro camino. En otro punto de la enseñanza, Jesús dice cómo tratar al hermano que ha pecado y acaba diciendo que si no nos escucha, si tampoco escucha a uno o dos más, ni a la Iglesia, que lo consideremos como un pagano o publicano. Pero si este hermano al que su forma de vivir ha apartado de nuestro lado reaparece en nuestro camino, entonces se convierte de nuevo en prójimo y le debemos asistencia. Y un familiar, por muy separados que estemos de él en espacio físico o espiritual, es siempre prójimo y no debemos pasar de largo ante sus problemas.
Quedamos pues en que los «ladrones«, esto es, las fuerzas inferiores que actúan en nuestra naturaleza interna, si se envalentonan, pueden robarnos el «tesoro«, o sea, las fuerzas superiores, modificando así, para mal, nuestro comportamiento. Pero esos «ladrones», no solo actúan cuando nosotros les damos fuerza y protagonismo al utilizar a menudo sus «talentos», sino que también lo hacen cuando se encuentran en estado de desesperación, cuando no reciben de nosotros el «alimento» necesario para su subsistencia. Entonces, presintiendo una muerte próxima, los «ladrones» invaden los espacios internos en que se encuentra nuestro «tesoro» para robar el alimento destinado a las fuerzas sublimes que se alojan en nosotros.
En el próximo capítulo hablaré de: dar de comer a los perros
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