Cómo salir del caos
Mi vida es un desastre. Convivo con alguien, en el más puro sentido de la palabra: vivir con, pero me invade la sensación que formamos parte de realidades distintas. Para formarte una idea, imagina la diferencia existencial entre un habitante de Bombay y uno de Viena. Mi salud se arrastra como un ciempiés, siento que me falta energía para enfrentar mis objetivos, cuando los distingo. Algunos días abro los ojos cuando suena el despertador y pasan largos, tediosos y deprimidos minutos antes de decidir volver a intentarlo. ¿Cómo salir del caos?
Andaba yo corrigiendo uno de los bloques del Método Kabaleb y emergió de mi memoria, sin posibilidad de elección, el relato de Helen, en una de las consultas. Como es obvio que no creo en la casualidad, reproduzco a continuación el texto que estaba repasando, porque creo que en él, Kabaleb, brinda una serie de claves sobre cómo salir del caos.
Antes, recordemos que caos viene del latín Chaos o del griego kháos y significa abismo, espacio inmenso y tenebroso. Dicho de otro modo: oscuridad. Y el mejor método que se me ocurre para vencer la oscuridad es encender la luz.
Veamos que decía Kabaleb a propósito de generar luz en este texto de El Poder del Maestro Interior.
“En el primer capitulo de San Lucas se nos habla de los extraños sucesos que precedieron al nacimiento de Juan el Bautista, el que luego seria llamado el Precursor.
Relata (Lucas I, 8‑20) Que Zacarías había estado rezando para tener un hijo porque su mujer era estéril y el viejo. Encontrándose Zacarías ejerciendo sus funciones de sacrificador en el templo, cuando ofrecía sus perfumes a la divinidad, se le apareció el ángel Gabriel, el jefe de los ángeles lunares (los que moran en la esfera de Yesod) que se ocupan de los asuntos de fecundidad. Le dijo que Dios había oído sus plegarias y le anunció que su mujer iba a dar a luz un niño, al que le daría el nombre de Juan y que prepararía al pueblo para que marchara conforme a los mandatos de Dios. Como sea que Zacarías, siendo ya viejo, se mostrara incrédulo, Gabriel le dijo que permanecería mudo hasta que los hechos anunciados ocurrieran.
Más tarde, cuando el niño nació (Lucas I, 59‑64), su madre dijo que se llamaría Juan, tal como el ángel le indicara, cosa que produjo el asombro de los familiares, porque ninguno de los antepasados había llevado ese nombre. ¿Cuál es el significado de ese episodio?
En esas palabras encontramos descrito el proceso de elaboración de la personalidad crística en su fase final. El nacimiento espiritual es el objetivo supremo de toda vida humana, y para que pueda producirse, primero debe haber en nosotros una voluntad de despertar (los rezos de Zacarías), de empezar a ver y a vivir la vida desde una perspectiva distinta. Después, debe experimentarse en nuestra naturaleza interna un gran cambio; es decir, pasaremos de la esterilidad a la fecundidad, de la vejez a la juventud. Para ello será preciso procurar que la tendencia que hasta entonces ha estado dominando en nosotros y administrando las fuerzas de nuestra voluntad, enmudezca para dar su voz al niño que va a nacer, un niño que no será aún el esperado, sino el que preparará el terreno a la otra tendencia, la que nos permitirá definitivamente unir lo divino a lo humano.
Esta es una de las razones por la cual en numerosos templos y corrientes esotéricas, el adepto, cuando recorre la senda del despertar espiritual, debe pasar por una fase de silencio.
Cuando estamos sumergidos en la vida diaria, resulta difícil realizar esta fase de silencio, pero tenemos herramientas que nos ayudarán, la meditación y la relajación. Si les dedicamos unos minutos diarios, estaremos dando vida a ese Juan, el precursor de Jesús.
Así, antes de ser Jesús, deberemos ser Juan y, antes que Juan, ser Zacarías. Y siendo Zacarías, deberemos ofrecer los perfumes al Señor, a la hora de los perfumes, como lo consigna Lucas, para que el ángel anunciador aparezca.
Los perfumes representan los actos sublimes, capaces de ascender a los mundos de arriba. Hablamos de esos pequeños cambios que facilitan nuestra conexión, que atraen a nuestra vida la luz, las relajaciones, meditaciones, oraciones, las lecturas que ayudan a elevar vibraciones, la música que relaja o inspira, el dejar de ver imágenes violentas, telediarios, en la televisión o el cine, eliminar o reducir el consumo de alcohol o tabaco…
Cuando estos actos se producen, cuando se han repetido una y otra vez como si fueran un ritual; en el momento en que nuestras buenas acciones forman un auténtico rosario, entonces los señores de arriba, las fuerzas que están aletargadas en nuestro interior, se movilizan y descienden hasta nosotros para anunciarnos que la hora está próxima y que en nuestra vieja naturaleza va a nacer ese niño (el cambio de vida esperado) por cuyo ministerio el pueblo encontrará su camino hacia Dios, hacia nuestro Dios interno.
Se trata aquí del pueblo interno, el que está formado por tendencias múltiples que se manifiestan en nosotros al azar de los días, haciéndonos ora héroes, ora villanos; tan pronto sublimes como perversos. Mientras exista en nosotros esa pluralidad de personalidades, lo bueno que hagamos en un día se verá aniquilado por lo malo que realizamos en el siguiente. Ese pueblo interno debe estabilizarse, unificarse, de forma que cualquiera que sea la tendencia que suba al poder en nuestra psique, la voluntad que se exprese a través de ella sea la misma.”
Cómo salir del caos, con pequeñas acciones diarias que vayan encendiendo una luz en nuestra vida. Eso es lo que proclama Kabaleb y que mi labor de más de treinta años compartiendo experiencias con personas me lleva a rubricar, palabra por palabra.
En el momento de escribir este texto, estoy leyendo el cuento de Vargas Llosa, el paraíso en la otra esquina (cuya protagonista, curiosamente, se llama Flora Tristán). Y este relato me lleva a pensar que siempre buscamos en la otra esquina, pensando que el de enfrente tiene lo que nosotros queremos. Quizá sea hora de buscar ese paraíso en nuestro interior.
¡Apasiónate, Vive, Cambia!
Tristán Llop
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