Ver y no creer
«Pero ya os lo he dicho: vosotros me veis y sin embargo no creéis. Todo lo que el Padre posee, vendrá a mí y yo no echaré fuera a los que a mí vengan, ya que he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y su voluntad es que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. La voluntad de mi Padre, es que quien quiera que vea a su hijo y crea en él, conserve la vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día». (Juan VI, 36-40).
Aún en aquellos que han visto, en los que han participado en el mítico banquete campestre, comiendo el alimento crístico, la falta de confianza en ellos mismos es notoria. Ven, oyen, se sacian de alimento espiritual y luego vuelven a la vida profana y dicen: «todo esto está muy bien, pero organicemos nuestra existencia según las reglas del mundo de abajo: aseguremos, reaseguremos nuestras vidas, firmemos contratos, convenios que nos garanticen el pan, el trabajo, las atenciones en caso de sufrimiento».
Vemos, pero no creemos y así vivimos en la proximidad de Cristo, vamos a su encuentro cuando ha desaparecido de nuestro horizonte humano y al estar de nuevo ante él le decimos: «a ver, haz un milagro que resuelva nuestras vidas y entonces creeremos en ti. Haz que ganemos una primitiva de diez millones y entonces viviremos según tus normas, sin preocuparnos por el mañana». Pero la confianza en Cristo solo puede manifestarse cuando nos encontramos en estado de necesidad y de incertidumbre, porque quien posee diez millones en el banco ya no se preocupa por el mañana, sino que confía en sus millones y ya no cabe en su vida otro tipo de confianza.
Jesús repite vehementemente que todos los bienes del Padre se encuentran a la disposición del hijo; que no existe diferencia alguna entre los valores expresados por Kether-Padre y los manifestados por Hochmah-Hijo, descendido a un nivel inferior a su rango para salvarnos del estado de necesidad.
El que vea al hijo y confíe en los valores que él representa hasta el punto de ponerse a vivir según sus normas, verá insuflada en él la vida del Padre y se encontrará al abrigo de toda necesidad; será el dueño del universo, mandará sobre las fuerzas elementales y obtendrá provecho y satisfacción de la tierra. Somos nosotros mismos quienes, en nuestras actuaciones, nos creamos la necesidad y la penuria, nuestros miedos, dudas.
20.- Después de haber dado alimento a los que le habían seguido, Jesús se fue a la sinagoga para predicar la verdad a los que no le habían seguido y que tenían también derecho a oírle, de igual modo que el Sol sale para todos y no únicamente para los justos.
En el próximo capítulo hablaré de: la inmortalidad
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