Una generación incrédula
“Al bajar del monte, la muchedumbre se acercó a Jesús y uno de entre ellos, doblando la rodilla, le dijo: Señor, ten piedad de mi hijo, está lunático y padece mucho, porque con frecuencia cae en el fuego y muchas veces en el agua. Lo presenté a tus discípulos, pero no han podido curarlo. Jesús respondió: ¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros! Ordenó que le trajeran al niño, increpó al demonio, que salió y quedó curado al instante». (Mateo XVII, 14-18. Marcos IX, 14-24. Lucas IX, 37-43).
Cada vez que Jesús subía al monte, al retornar a los valles realizaba prodigios. Esta vez el hijo que tiene que curar es un lunático. Los estudiantes de Cábala y de Astrología Cabalística ya saben que la Luna, representante planetario del Séfira llamado Yesod, es la encargada de traducir en acontecimientos materiales, en anécdotas, las pulsiones que proceden de los demás planetas, del mismo modo que el televisor convierte en imágenes las pulsiones eléctricas que recibe del centro emisor.
Y así como aparecen en nuestros televisores a una determinada hora las informaciones, después una película, luego un debate, etc., también nuestra Luna interna, unas veces transmite un programa y otras otro muy distinto. Esto es lo que pretende manifestar el hombre que dobla su rodilla ante Cristo al decir que su hijo cae unas veces en el fuego y otras en el agua. Es igual que cuando tenemos el mando a distancia del televisor y cambiamos de canal sin dar tiempo casi a ver el programa que están dando.
Su hijo representa, en el orden simbólico, sus obras y al decir que cae en el fuego y en el agua, está mostrando un estado de dispersión en las obras que realiza. Quizá empieza demasiadas cosas a la vez. O pone mucha emoción en algo y luego se desinfla, actitud típica del signo de Cáncer, regido por la Luna.
Cuando en nuestro interior no puede manifestarse la voluntad unificadora del Ego Superior (del jefe interno), la que pone de acuerdo todas las tendencias, entonces sucede que cada uno de los siete centros emisores de que dispone nuestra naturaleza emite un programa distinto (desde Binah-Saturno hasta Yesod-Luna). Así, en un canal tenemos un concierto, en otro un drama, en otro una película erótica, etc. Y de este modo, estamos cayendo, una vez en el fuego de las acciones inconscientes, de los impulsos que no tienen continuidad. Otras veces caemos en el agua de las emociones, que nos arrastran lejos de las riberas en las que una parte de nosotros quisiera permanecer a salvo, que nos atan a sentimientos pasados que ya deberían estar superados.
Así nos encontramos, por ejemplo, impulsando una nueva relación (fuego), cuando las emociones (agua) caducas de la anterior relación aparecen para hacernos sombra, para recordar que aquello no funcionó, que nos hizo daño. Y nos atascamos o dispersamos.
Cuando ese arquetipo interno llamado Cristo, el que genera en nosotros la capacidad de amar de forma desinteresada, ha producido en nuestra naturaleza interna la metamorfosis, cuando a través de nuestras acciones nos inclinamos hacia la columna derecha de El Árbol de la Vida, se establece en nosotros la unidad y cesa nuestro lunatismo, es decir, dejamos de caer en el agua y en el fuego. La clave, como siempre, será el Amor. Cuando esa parte de nosotros que es capaz de amar de forma desinteresada se activa, tenemos la capacidad de focalizar nuestra atención.
Todas las tendencias de los siete centros de El Árbol de la Vida, que van de Binah-Saturno a Yesod-Luna, quedan armonizadas por la personalidad crística que, al penetrar en la conciencia, la ilumina, le da fuerza y vigor y adquiere así poder resolutivo de manera que, en las diversas situaciones humanas a las que nos vemos enfrentados, no es la solución-Fuego del impulso, ni es la solución-Agua de la emoción, ni la solución-Aire, la del criterio de las ideas o la solución-Tierra, del sentido práctico, la que imperará, sino la que es conforme a la voz de la consciencia, que actúa de acuerdo con la voluntad del Ego Superior.
Es normal que a medida que vayamos evolucionando, seamos capaces de dispersarnos menos y conseguir que la tendencia reina sea la que encandile a las demás.
En el próximo capítulo hablaré de: la fuerza de la fe
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