Tuve hambre
Tuve hambre y vosotros me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber, dice Jesús, expresando el criterio por el que se juzgará a los elegidos.
Ya hemos hablado en capítulos anteriores de la conveniencia de alimentar a la naturaleza crística, para que esta pueda proseguir su actividad en nuestro interior. Dijimos entonces que cuando la naturaleza crística actúa en los deseos, ha de encontrar en nosotros aguas cristalinas y puras en las que poder beber, puesto que el agua se manifiesta en nuestra naturaleza humana como emociones, sentimientos. Si nuestras aguas bajan turbias, Cristo no podrá beber en ellas y su naturaleza morirá en nosotros de sed, es decir, Cristo tendrá que retirarse de nuestro cuerpo de deseos y, como ese cuerpo es de paso obligado antes de descender al mundo físico, Cristo no podrá inspirarnos sus obras.
Dar de beber a Jesús significa, pues, establecer la pureza en nuestros sentimientos, trabajo previo e indispensable para que Cristo pueda progresar en nosotros. Todos los días conviene proceder a esa purificación, empezando por la mañana, para arrojar a los «animales» que puedan haberse alojado en nuestro interior durante la noche y luego por la tarde, antes de que las sombras vuelvan, es preciso que nos vistamos de luces y, en el ruedo de nuestro mundo emocional, demos el gran espectáculo de la corrida de toros mítica, en la cual el hombre-luz matará las bestias que, de permanecer vivas, triunfarán en nosotros cuando las sombras les sean propicias.
La plegaria y el rito han de ser auxiliares importantes en esa tarea, siempre que no representen un obstáculo para la realización del trabajo real e ineludible. La plegaria ha de ayudar al aspirante a arrojar de su organismo las fuerzas que dan vigor a la impureza. Si lo consigue, será positiva. Pero si el que ruega piensa: «Bueno, yo ya he cumplido con el precepto» y en sus sentimientos siguen campando las impurezas, entonces él mismo se estará engañando y la plegaría se convertirá en el principal promotor de ese engaño.
Si Cristo ha bebido en nuestra naturaleza emotiva, podrá bajar al mundo material y en él tendremos que alimentarlo con comida. Ya vimos, al hablar de la higuera estéril, que se trata de que Cristo encuentre en nosotros obras. Los buenos sentimientos, los sentimientos puros, han de conducir a obras de la misma naturaleza. Si todo se redujera a buenos deseos de nuestra parte, y no es que tales deseos sean inútiles, ya que los impulsos internos siempre son motores que, o bien nos movilizan para la acción o pueden movilizar a otros con más arranque y decisión. Pero es en todos nuestros cuerpos que Cristo debe actuar para que podamos un día encontrarnos en el bando de los elegidos. Tenemos pues que realizar obras con las que Cristo pueda alimentarse; tenemos que dar esos míticos higos que Jesús, en las puertas de Jerusalén, fue a buscar y no encontró.
En ese punto del camino, ya estamos en condiciones de reconocer cuáles pueden ser esas obras. Cristo nos ha dado suficientes señales, mediante palabras y hechos, para que podamos seguirlo. Sobre todo, en este punto, Cristo está ya en nuestro mundo mental y ello nos permite interpretar correctamente su mensaje. Vemos que ha pagado sus impuestos, nos ha aconsejado que le demos al César lo que le pertenece. Jamás ha recomendado la desobediencia civil y sus únicos enfrentamientos han tenido por escenario el poder religioso y ese látigo que ha enarbolado contra los vendedores y traficantes del templo, es un arma espiritual.
La Obra que ha de alimentar a Cristo es la unitaria, la que permite a todos los seres humanos reconciliarse, la que no crea divisiones ni enfrentamientos, ni siquiera en vistas a un bien, ya que entonces estamos con Maquiavelo y su teoría de que el fin justifica los medios. Cierto que estamos en un mundo vuelto del revés, en el que nada o muy poco funciona como debería de funcionar, pero si utilizamos la violencia, o si la provocamos con nuestra actitud frente a los poderes públicos, como medio de acceder a la paz, no estaremos realizando la Obra de Cristo. Si nuestro ideal de paz suscita violencias, esas violencias nos serán devueltas algún día, estaremos generando karma y trabajando para la división y no para la unidad.
Los justos, dice Jesús, no reconocerán haber hecho tales cosas y le preguntarán a Cristo ¿cuándo las hemos realizado? Y él les responderá: Cada vez que lo habéis hecho a uno de los más pequeños de mis hermanos, a mí me lo habéis hecho.
Volvemos aquí a la temática de la necesidad de exteriorizar las cosas para reconocerlas y, por tanto, al tema de la dificultad en vivir las experiencias por dentro y derramar los ungüentos hacia arriba, como lo hiciera María, en lugar de proyectarlos hacia abajo.
Cristo aquí se identifica una vez más con los más pequeños, de modo que cuando esos elegidos han sentido el impulso natural de alimentarlos, a Él estaban alimentando; es decir, ellos eran la cristalización física de esa pureza interior que Cristo necesita para manifestarse.
Los más pequeños de los hermanos de Cristo son, en primer lugar, los niños, a los que ya nos hemos referido en diversas ocasiones. En los niños se encuentran activos los servicios del Padre, y la inclinación natural hacia los niños implica una aproximación al Padre. Uno de los trabajos que nos acerca a Cristo y es como una tarjeta de invitación para figurar en las filas de los elegidos, es el de alimentar a los niños. Se trata, claro está, no solamente de proporcionarles alimento físico, cosa que hacen normalmente todos los padres, sino también alimento espiritual.
Actualmente, en la sociedad profana, al niño se le educa como si fuera una computadora, inoculándole datos. Cada vez son menos los profesores de Ética o de Filosofía, y cada vez es mayor la presión que el niño tiene que soportar, con el pretexto de «educarlo«. No solamente se le incita a fumar droga o beber alcohol desde una temprana edad, sino que recibe a menudo de sus educadores una moral errónea que es vendida como si fuera un producto de gran calidad.
Alimentar a los niños con buenos frutos y abrevarlos en las fuentes de la verdad, son trabajos a realizar por todos aquellos que aspiran a ser elegidos.
En el próximo capítulo hablaré de: otros pequeños
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