Testimonio
«Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no sería verídico; es otro el que de mí da testimonio, y yo sé que es verídico el testimonio que da de mí. Vosotros habéis mandado a preguntar a Juan y él dio testimonio de la verdad, pero yo no recibo testimonio del hombre; más os digo esto para que seáis salvos. Aquel era la lámpara que arde y alumbra y vosotros habéis querido gozar un instante de su luz. Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan porque las obras que mi Padre me dio hacer, esas obras que yo hago, dan en favor mío testimonio de que el Padre me ha enviado, ese Padre que me ha enviado da testimonio de mí«. (Juan V, 31-37).
En esta secuencia del Evangelio de San Juan, la palabra testimonio es repetida nueve veces y lo será aún una décima en el párrafo siguiente, una por cada Séfira de el Árbol de la Vida. Si el lector contempla el Árbol Cabalístico, verá que del Séfira central Tiphereth-Sol parten nueve senderos que conducen a cada uno de los demás Sefirot, el de Malkuth, interceptado por Yesod que canaliza sus contenidos del Sol a Malkuth y de Malkuth al Sol: nueve senderos que con el propio Tiphereth suman los diez.
Esto significa que Jesús rinde testimonio de los diez mundos que forman la estructura interna de cada ser humano. Esos diez mundos generan energías diversas y facilitan elementos materiales en los que esas energías pueden instalarse y tomar un rostro. Pero se necesita uno que unifique, armonice, orqueste esas diversas pulsiones para que la vida resulte coherente.
Mientras esa fuerza integradora y armonizadora no aparezca, nuestra vida será incoherente y, como Penélope (la mujer de Ulises), la túnica que tejemos durante el día, será destejida durante la noche. Cristo es el gran orquestador de la vida procedente de los diez mundos y cuando actúa en nosotros, nuestra vida se vuelve coherente y cada uno de nuestros actos consolida y justifica todos los demás, en lugar de que los gestos se combatan los unos contra los otros.
El «otro» que da testimonio, es cada uno de esos diez centros de vida, en los cuales Tiphereth se encuentra activo. Es decir, cualquiera que sea la línea que estemos siguiendo, tanto si consumimos energías de un centro Sefirótico como si las consumimos de otro, en todos ellos encontraremos el testimonio de Cristo y llegaremos a la conclusión de que aquel es el salvador del mundo, de nuestro mundo; el que ha de llevarnos a la vida eterna, en la que ya no perderemos la conciencia.
O sea que la corriente de nuestra vida tendrá que llevarnos, ineludiblemente a Cristo tarde o temprano, y esto no será porque un día nos crucemos con uno que dice ser Cristo y dice hablar en nombre del Padre, cuando en realidad solo rinde testimonio de sí mismo, sino porque en nuestra naturaleza interna se producirá la evidencia, el testimonio de Cristo y nuestra conciencia sabrá que ese testimonio es irrefutable. No es en la vida exterior donde debemos esperar que Cristo aparezca, sino en nuestro fuero interno, en nuestra Alma.
En el transcurso de nuestra vida, llega un momento en el que los contornos de la materia son cada vez más tenues, cada día tienen menos peso. Dejamos de apegarnos a las cosas y aprendemos a soltarlas después de haber extraído de ellas su experiencia.
Juan era la lámpara que arde y alumbra, explica Jesús refiriéndose al Bautista. En efecto, hemos visto que Juan es el representante iluminado de la columna de la izquierda, donde la luz se encuentra dentro, rodeada de una pared de materia. Cuando esa pared se hace transparente, cuando la materia se sutiliza, deja entrever la luz que se encuentra en el interior y el sendero del peregrino queda iluminado.
Por ello los iniciados a los misterios, los instructores de la ley, los arquitectos de templos, son llamados lámparas. A su luz pueden realizarse grandes cosas y comprender maravillosos secretos. Pero el testimonio de Jesús es mayor que el de Juan, porque él es luz viva y no luz tamizada por el cristal de la lámpara. Tiphereth-Sol es un enviado del Padre, arrojado por Kether al mundo oscuro de los sentimientos por la vía de la columna central.
Jesús es el descubridor del mundo de la columna de la derecha, el revelador de ese Reino, tal como hemos visto en pasados capítulos, pero es también el conciliador de ambos mundos, el que integra armoniosamente las energías creadoras en el perfecto habitáculo que ha de permitirles su manifestación en la Tierra.
En el próximo capítulo hablaré de: creer en el enviado
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