Tengo sed
“Después de haber confiado su madre al discípulo predilecto, y sabiendo Jesús que todo estaba ya consumado, para que se cumpliese la Escritura dijo: tengo sed. Había allí una vasija llena de vinagre. Fijaron en una rama de hisopo una esponja empapada de vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando hubo probado el vinagre, dijo Jesús: Consumado está, e inclinando la cabeza, entregó el espíritu”. (Juan XIX, 28-30).
Vemos en este punto de la enseñanza que Jesús considera su obra consumada al confiar su Madre al discípulo predilecto. Él había venido al mundo para revelar a los seres humanos la otra parte de la divinidad, la que actuaba movida por el amor. Al morir y derramar su sangre, él introducía en la tierra las semillas de La divinidad que representaba. Pero las semillas exigen cuidados para llegar a florecer, esos cuidados deben ser prodigados por el hombre. Habría sido catastrófico para su misión no conseguir que ninguno de sus discípulos le siguiera hasta el final, ni poder confiar su madre a ninguno de ellos.
Hemos visto que en Getsemaní sus discípulos se dispersaron y solo Juan lo acompaña, mientras Pedro lo sigue de lejos. Pedro lo negaría después y saldría del palacio de Caifás llorando. Juan, que era conocido del pontífice, se quedó y lo seguiría después hasta el pie de la Cruz. Su calidad de conocido del pontífice le serviría para permanecer en el cortejo, lo cual significa que Juan no solo era conocido, sino tolerado. Para servir de nexo entre el mundo antiguo y el nuevo mundo, es preciso que seamos bien vistos por ambos, que tengamos entrada en el palacio del pontífice de Jehovah y que seamos igualmente el discípulo predilecto de Cristo. Esa armonía con el viejo mundo hará que podamos establecer sin sobresaltos el nuevo y en las mismas ruinas que dejó el antiguo, utilizando la misma materia prima desguazada. Si reunimos esas condiciones, si no suscitamos la violencia de los antiguos estamentos, si no pretendemos instaurar el nuevo mundo con el enfrentamiento, Cristo nos confiará el cuidado de su madre.
En el Apocalipsis de Juan veremos cómo el nuevo mundo se instaura en el viejo por medio de catástrofes y de dramas, pero este es tan solo el caso de aquellos que no han sabido ver los signos de los tiempos y han seguido incrustados en el viejo mundo como si fuera eterno. Para los que han sabido acompasar su ritmo humano con el gesticular del cosmos, el paso de una orilla a otra se lleva a cabo sin dramas.
Una vez que la obra ha sido terminada y asegurada su pervivencia en los seres humanos, gracias a Juan, para que se cumpliese lo escrito, nos dice el cronista, Jesús dijo: «Tengo sed«. Los traductores de los Evangelios, como es habitual en ellos, nos indican el número del salmo y del pasaje en que este texto figuraba escrito. Pero hubiese sido pueril, por parte de Jesús, que en tan dramática hora, hubiese dicho: «Como en el Salmo tal figura escrito que me dieron vinagre, voy a decirles que tengo sed«. Lo que estaba escrito era que la amargura contenida en la columna de la izquierda tenía que penetrar en la dulzura de la columna de la derecha. O sea, el amargo mundo de Jehovah, con todas sus cosas establecidas, debía penetrar en el dulce mundo de Hochmah, representado por Jesús. Debía penetrar en él por la boca, que es el vestíbulo del corazón: Si en un principio Caín devora a Abel, se lo incorpora para vivir bajo la apariencia de Caín, pero con la voz de Abel, al final de ese gran ciclo evolutivo, tiene que ser Cristo-Abel quien absorba al amargo Caín.
Esta penetración de lo amargo en lo dulce es descrita en la crónica sagrada como la introducción de una esponja empapada de vinagre en la boca de Jesús.
El vinagre es un vino deteriorado. Ya vimos, al hablar de la borrachera de Noé y del milagro de la boda de Caná, que el vino es un producto que se destila en la Columna de la Izquierda. Es el símbolo del Conocimiento no asimilable que en lugar de aportar serenidad y placidez a nuestras vidas, las altera, las vuelve incoherentes y finalmente nos sumerge en un sopor en el que olvidamos aquello que pretendíamos conocer. Cuando el afán de conocer no se acompasa con un progreso moral susceptible de abrir cauces adecuados al conocimiento, se produce en nosotros la borrachera dionisíaca, aparece en nuestra psique ese Dionisos-Baco que exalta las emociones en lugar de dominarlas.
El vinagre es ese vino deteriorado, echado a perder, o sea, un conocimiento que ha acabado mal, que no ha conservado sus cualidades primigenias y que da un sabor amargo a todo lo que toca. Los alquimistas utilizaban el vinagre en la realización de la obra y en sus libros aparecen varias calidades de vinagre, una de ellas recibe el nombre de vinagre muy agrio o vinagre rectificado, que es un vinagre, dicen, destilado varias veces en sus propias heces y que se convierte en una sustancia violenta y de una naturaleza tan ígnea, que disuelve las piedras y los metales.
Es decir, es un elemento destructor de primer orden. Dicho de otro modo, el conocimiento que se utiliza mal una y otra vez, y que a pesar de los resultados negativos, volvemos a utilizar para nuestras experiencias humanas, se convierte en un licor amargo, en una amargura que finalmente corroe la más dura piedra establecida, mediante el horror, el drama, la tragedia. Ese licor amargo ha de ser absorbido finalmente por el heredero del dulce Reino.
No solamente las leyes han de penetrar en el nuevo mundo, sino también todos los errores a los que el conocimiento anticipado o inadecuado dio lugar. Cristo ha de comerse todo este mundo que los seres humanos han escrito con su actividad y solo entonces podrá decir: “todo está consumado” y, reclinando la cabeza, entregar el espíritu.
En el próximo capítulo hablaré de: la cortina del templo se rasgó
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