Si no lo veo, no lo creo
“Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo (mellizo), no estaba con ellos cuando vino Jesús. Dijéronle pues los otros discípulos: hemos visto el Señor. Él les dijo: si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos y mi mano en su costado, no creeré. Pasados ocho días, otra vez estaban dentro los discípulos, y Tomás con ellos. Vino Jesús, cerradas las puertas y puesto en medio de ellos, dijo: la paz sea con vosotros. Luego dijo a Tomás: alarga acá tu dedo y mira mis manos, y tiende tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel. Respondió Tomás y dijo: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: porque me has visto, has creído, bienaventurados los que no vieron y creyeron”. (Juan XX, 24-29).
Tomás-Virgo tiene que ver y tocar para creer. Virgo es el signo que cierra el ciclo zodiacal y, por consiguiente, es el último en enterarse de las cosas. Cuando nuestra naturaleza emotiva y nuestra mente han visto y comprendido, Tomás no se ha enterado aún.
Tomás representa el estadio final de un ciclo de experiencias. Todo lo aprendido tiene que pasar por él para ser integrado al alma. Así vemos que la primera en ver al Señor es María Magdalena, símbolo del alma emotiva, y ella lo comunica a los discípulos. En la segunda aparición, todos los discípulos están reunidos excepto Tomás, el ejecutor de la voluntad humana en el estadio final, cuando esa voluntad se despoja de todos sus contenidos en beneficio del Ego Superior.
Cuando Tomás toca y ve, esto significa que la enseñanza en curso ha llegado a sus confines y que un nuevo ciclo humano comienza. A partir de entonces, el alma integra en ella lo aprendido en el ciclo de Fuego-Agua-Aire-Tierra, o sea Yod-He-Vav-He y dispone el Ego de todos los poderes inherentes a esos conocimientos.
Después de cada ciclo experimental nuestra alma se ve engrandecida y ya que el alma vierte sus contenidos en el Ego Superior, este no solo dispone de los poderes que le ha conferido la divinidad, de la que ha emanado directamente, sino de los que provienen de las experiencias de sus vehículos humanos.
Aquí esas experiencias son las crísticas. Es decir, Cristo ha recorrido todas las estancias internas del ser humano, primero alimentándolas desde el exterior, para luego morir y nacer en ellas mismas, apareciéndose en la naturaleza humana interna y haciéndose reconocer por ella. Este reconocimiento se efectúa por simple fe por parte de todos los que han seguido a Cristo, menos por uno, que pide ver y tocar aquella realidad.
La nueva realidad consiste en recibir los poderes del Espíritu Santo. Jesús les ha dicho que tenían la virtud de perdonar o de retener los pecados del prójimo, y esto es lo que Tomás no se creía, solo podía creérselo viéndolo y tocándolo.
En el próximo capítulo hablaré de: los perfiles del nuevo mundo
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