Servir a dos señores a la vez
«Nadie puede servir a dos señores, ya que, o bien odiará a uno y amará al otro, o se identificará con uno y despreciará al otro. Vosotros no podéis servir a Dios y a Mamón«.(Mateo VI, 24).
Cristo expresaba así la ley hermética de polaridad, según la cual las cosas tienen dos polos, de modo que cuando en un extremo se encuentra el amor, en el otro aparece el odio. Cuando nos identificamos con uno de los polos, despreciamos lo que aparece en la otra extremidad, por ser lo contrario de lo que amamos y respetamos.
Si estamos sirviendo a Mamón, es decir, al Mem‑Mem‑Noun, letras que en el alfabeto sagrado expresan el reino material corrupto, corremos el peligro de identificarnos con ese «señor«, de sentir hacia él un amor tan grande, que aborreceremos y odiaremos al señor del polo contrario, que significa todo lo que no es esta naturaleza corrupta a la que estamos sirviendo: resultará pues que lo que estamos aborreciendo es al mismísimo Dios, al Ego Superior, del cual recibimos la vida.
Podemos decir que la humanidad, en su presente estado evolutivo, se encuentra sometida a estos dos señores, a los que, según Cristo, no se puede servir al mismo tiempo. Por un lado tenemos una moral que respetamos y veneramos en determinados momentos y por otro lado, trabajamos ocho horas diarias en asuntos que son contrarios a esa moral.
Recuerdo que cuando estuvo en nuestro país una de esas Emmanueles del cine que tanto han contribuido a crear uno de los fantasmas eróticos que se pasean por las zonas bajas del Mundo de los Deseos, al acudir los periodistas a entrevistarla, se encontraron con que era una mujer muy recatada, que iba a todas partes con su marido, y cuando le formularon preguntas relacionadas con el erotismo, casi se indignó, declarando que una cosa era su trabajo y otra muy distinta su vida privada. Ante la cámara, podía representar las escenas más picantes, pero en lo privado, era una mujer irreprochable. No cabe duda de que esa actriz estaba sirviendo a dos señores a la vez y que amaba a uno y aborrecía al otro, no obstante, lo seguía sirviendo.
Sin embargo, esa muchacha tiene una ventaja respecto a muchas otras personas: la de tener muy claro que está haciendo lo contrario de lo que pretende ser.
Hay otras actividades que son incompatibles con los valores que deseamos servir pero cuya incompatibilidad no aparece tan clara. Pongamos por ejemplo, y para no salir del dominio de lo erótico, el caso del fabricante del papel, muy irreprochable en su vida privada, pero cuyo producto es utilizado para la impresión de imágenes obscenas. Él puede argumentar que no es responsable de la utilización que pueda hacerse de lo que produce; que el papel que sale de sus fábricas es blanco y sin mácula. Sin embargo, esas imágenes obscenas necesitan papel para manifestarse, o sea que, lo reconozca o no, ese fabricante está sirviendo al señor de la obscenidad y, por lo tanto, está ligado a su casa, a su escudo de armas.
Pongamos otro ejemplo que extrañará a más de uno. A menudo vemos pacifistas que realizan acciones violentas para defender sus ideas o acciones de guerra que son llamadas, paz duradera o países que detienen ilegalmente y torturan a gente en nombre de la libertad. Todos ellos están sirviendo a Mamón.
Si actuamos en un polo y en el contrario, identificándonos con uno de esos polos y odiando o aborreciendo al otro, como en los ejemplos citados, esa parte que rechazamos, pero a la que estamos sirviendo, irá adquiriendo poder progresivamente, un poder cada vez más coercitivo, más opresivo para nosotros: el señor que odiamos y aborrecemos acabará enseñoreándose de nuestra vida, hasta el punto de obligarnos a dedicarle nuestros desvelos, pensamientos, sentimientos y actos.
Quienes siguen enseñanzas esotéricas saben ya cómo todo va radicalizándose a lo largo de las vidas, cómo los designios de nuestro Ego Superior «bajan» al mundo de los sentimientos, cómo el pensamiento humano los instituye para acabar tomando tierra finalmente en el mundo material.
Esos actos que realicemos aun odiándolos o despreciándolos, acabarán siendo el marco en el que se desarrolle nuestra vida ordinaria. Esto tal vez no sucederá en la presente vida, que tiene ya una tónica definida, sino en una próxima existencia, en la cual esa Emmanuelle de nuestro ejemplo podría ser en su vida real el personaje que ahora representa en la ficción.
De todas formas, notemos que en la actualidad todos los procesos están sometidos a una fuerte aceleración, sobre todo para aquellas personas que tienen la conciencia un poco abierta; esas personas se ven a menudo abocadas a vivir en esta misma existencia las consecuencias de sus actos, sin esperar una nueva encarnación. Por su lado, el fabricante de papel podría verse, en otra vida, protagonizando las escenas que ahora aparecen en su producto.
Toda perversión empieza siendo algo que hacemos de una forma aparentemente inocente, sin concederle demasiada importancia y que, además, es natural; es decir, viene por sí misma, sin que nosotros la hayamos buscado. Ya que, si en nuestra mirada hay tinieblas, tal como decía Cristo en la secuencia anterior, ¿no es natural que en el mundo externo veamos también las tinieblas? Ellas serán nuestro pan cotidiano, las encontraremos hasta en la sopa y nos sumergiremos cada vez más en lo tenebroso.
Pero cuando el baño de tinieblas sea total, cuando Mamón sea el objeto de nuestros amores y Dios el Señor que recibe nuestro odio y nuestro desprecio, en función de los mecanismos divinos que acabamos de explicar, veremos cómo el odio y el desprecio nos vinculan al Padre Eterno. Entonces, su luz aparecerá en nuestras tinieblas y nos obligará a vivir en él, aún en contra de nuestra voluntad. Cualquiera que sea el camino que emprendamos, el Padre ha de ser nuestra última meta.
En el próximo capítulo hablaremos de: el universo provee.
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