Sacrificarse en la verdad
“Mientras yo estaba con ellos – prosigue Jesús dirigiéndose al Padre – yo conservaba en tu nombre a estos que me has dado, y los guardé, y ninguno de ellos pereció, si no es el hijo de la perdición, para que la Escritura se cumpliese. Pero ahora yo vengo a ti, y así lo digo al mundo para que tengan su gozo cumplido en sí mismos. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los aborreció porque no eran del mundo, como yo no soy del mundo. No intercedo acerca de ti para que los saques del mundo, sino para que los guardes del maligno. Ellos no son del mundo, como no soy del mundo yo. Santifícalos en la verdad, pues tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío a ellos al mundo, y yo por ellos me sacrifico, a fin de que ellos sean también santificados en la verdad”. (Juan XVII, 12-19).
Jesús parece repetir conceptos a lo largo de su enseñanza, pero cada una de sus reiteraciones equivale a un nuevo lazo en la espiral que nos conduce a la liberación. En cada una de las veintidós estancias de nuestro ciclo evolutivo se reproducirán las condiciones que hemos atravesado en el ciclo anterior, se recapitulará y el impulso crístico aparecerá en el exterior, desvelándose el camino que conduce al Padre. Luego este Cristo externo se irá y nos quedaremos solos en el mundo para, más tarde, descubrir que Cristo se ha instalado en nuestra propia carne y en nuestra sangre, como instrumentador de nuestros gestos.
En cada etapa de nuestro camino recorremos un trecho durante el cual somos guardados, disponemos de un servicio de guarda-espaldas, por así decirlo, pero, inevitablemente, llegará el momento en que nuestros guardianes se retirarán y quedaremos a merced del mundo. De un mundo que nos aborrece porque constituimos una amenaza para él, personificamos el odio, esa fuerza que destruye ineluctablemente lo que encuentra en el extremo de la otra polaridad: aquello que el mundo ama.
Abandonados de la mano que nos conducía, convertidos en receptáculos del odio del mundo, fuerte es la tentación de volver a instalarnos en él. Esa soledad respecto a los de arriba y respecto a los de abajo, constituye uno de los más angustiosos trances que nos depara cada etapa del camino. Y cuanto más elevados estemos en esa montaña, mayor será la sensación de soledad y más fuertes los deseos de volver al amor del mundo, de ese mundo que aparece magnificado en la nostalgia, como ocurre con las cosas que hemos tenido y que ya no tenemos.
Jehovah designó para cada ser humano tres guardianes, del linaje de los ángeles, cuyos nombres y atributos se encuentran en el curso de los Ángeles.
Cristo, al irrumpir en nuestra vida, procede al relevo de la guardia y los ángeles se van para dejar el puesto a los Arcángeles, que actúan bajo el mismo nombre y con igual programa. Lo único que difiere es el método de enseñanza.
En el próximo capítulo hablaré de: las fases espirituales
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