Ruego por los que creen en mí
“Pero no ruego solo por estos, prosigue Jesús, sino por cuantos crean en mí por su palabra, para que todos sean uno, como tú Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros y el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, a fin de que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno y conozcan el mundo que tú me enviaste y que amaste a estos como me amaste a mí. Padre, lo que tú me has dado, quiero que donde esté yo, estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que tú me has dado, porque me amaste antes de la Creación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te conocí, y estos conocieron que tú me has enviado, y yo les di a conocer tu nombre, y se lo haré conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos”. (Juan, XVII, 20-26).
Así termina el capítulo XVII del Evangelio de Juan, reclamando la percepción de la unidad, no solo para sus discípulos, sino para todos los que entren en la enseñanza a través de ellos. Nunca Jesús se ha mostrado tan insistente como en este momento, justo antes de marcharse hacia lo inevitable, hacia Getsemaní.
Esa insistencia en la verdad, en proclamar las cosas como son, en mostrar la íntima relación de todo con todo y en resaltar el valor de la creencia, esa creencia que permite al ser humano vislumbrar el futuro, por lo tanto, tener la seguridad de que el presente, con todas sus certidumbres, con toda su rotunda realidad, no es más que una peripecia, un avatar, un escenario por el que transcurre y que luego deja atrás para irrumpir en otro escenario, donde la luz y las sombras son distintas y donde lo que era válido en la anterior estancia, ya no lo es en esta. Esa insistencia, decíamos, es la que aparece al atravesar la puerta Phe.
Si observamos la posición del Phe, la letra-fuerza número 17 del código hebraico, en el cuadro de letras, vemos que se encuentra debajo del Heith, la letra número 8 y por consiguiente, diremos que el Phe es el He del Heith, o sea, representa el estadio de interiorización de la fuerza llamada Heith, que aparece en el Tarot representada con la imagen de una balanza en su punto fiel, sostenida por una matrona que lleva en su mano derecha la espada del discernimiento. Ya vimos al estudiar el Heith, en el estudio de las letras del Código Hebraico, que es una fuerza-bisagra, es el trazo de unión entre el ciclo emotivo que termina con el Zain, representante de Piscis, último signo del ciclo de Agua y el ciclo intelectual que empieza con el Teith, representante de Libra, primer signo del ciclo de Aire. A través del Heith, la sabiduría conseguida con las experiencias sentimentales es incorporada al cuerpo del pensamiento para darle una idea de cómo funciona el yo-emotivo de la persona.
En el Phe, lo que antes era la semilla de la unión de los dos cuerpos, o sea una potencialidad, se ha convertido en algo estructurado internamente, en un cuerpo sólido, en un nexo de comunicación de los dos cuerpos, que permite al cuerpo del deseo y al mental expresarse como si fueran un todo unido y no dos cuerpos separados con tendencias autónomas en cada uno. Por ello en la lámina 17 del Tarot vemos a la matrona de la lámina 8 despojada de sus vestiduras y derramando, rodilla en tierra, los fluidos contenidos en dos jarras que representan los deseos y los pensamientos, y se vuelcan así al unísono sobre la tierra humana.
En el próximo capítulo hablaré de: la palabra es clave
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