Reconocer a Cristo como Rey
“Al ver el milagro, los hombres dijeron: verdaderamente, este es el profeta que ha de venir al mundo. Y Jesús, conociendo que iban a venir para arrebatarle y hacerle rey, se retiró otra vez al monte él solo». (Juan VI, 14-15).
Después de haber tomado el alimento crístico, el pueblo se siente exaltado y reconoce en Cristo al rey del mundo, pero, ¿será duradero ese estado de exaltación? ¿O este reconocimiento de Cristo será un impulso transitorio? La muchedumbre, ¿seguirá alimentándose del contenido de los doce cestos de sobras o volverá a sus alimentos habituales?
Cristo no puede ser el rey de un mundo inestable, ni puede permanentemente dar alimentos «gratuitos«, que no sean fruto de un esfuerzo personal de cada uno. Puede, en un momento dado, a quienes le siguen con afán, hacerles entrever ese mundo de maravillas que nos espera para cuando nuestro aprendizaje humano haya terminado, pero la visión permanente de esa Nueva Tierra debe ser una conquista personal de cada uno y no el resultado de un continuo milagro.
Recuerdo que me contó un amigo haber estado en una ceremonia en la que la gente atravesaba las brasas con los pies descalzos sin quemarse. Me dijo que los tres días siguientes se sintió exultante, capaz de cualquier cosa. Luego tuvo un bajón de energía y volvió a la normalidad.
El milagro del pan y los peces es como una publicidad, como esas muestras que tienen lugar en las puertas de los circos, y si el espectador quiere ver lo que sigue, no tiene más que pasar por taquilla y pagar el precio de la entrada.
Por ello, el Maestro se retira al monte y deja a la multitud enfervorizada en sus respectivos niveles. Si quieren acceder a su reino, tendrán que subir la montaña y tomar en permanencia los místicos alimentos.
En el próximo capítulo hablaré de: el tránsito por las tinieblas
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