Quedarse donde te quieren
«En las ciudades y pueblos en que entréis, informaos de si moran en ellos personas dignas de recibiros y permaneced en sus casas hasta que os marchéis. Al entrar en la casa, saludadla, y si la casa es digna, que vuestra paz se derrame sobre ella; pero si no fuera digna, que la paz se reintegre en vosotros». Prosigue Jesús (Maleo X, 11‑13).
Este texto nos sugiere dos cosas: en nuestra calidad de discípulos de Cristo, de buscadores de la espiritualidad, debemos entrar en las “casas”, en las vidas de personas dignas. Y, en nuestra calidad de «personas dignas«, si es que no nos hemos acercado suficientemente a Cristo como para ser sus discípulos, debemos abrir nuestras «casas» a los posibles discípulos que llamen a ellas.
La «casa«, en términos filosóficos, es nuestra morada psíquica, nuestro interior, el aposento cerrado en el que residen nuestras convicciones, nuestras certidumbres. Si esta morada es digna, un día el discípulo de Cristo llamará a ella, trayéndonos su paz.
Si lo que mora en nuestra psique es indigno, si mora la rabia, la envidia, el odio, el apóstol que ha pretendido entrar en ella se retirará con su paz y nos dejará con nuestra tribulación.Así que mejor echar a esas emociones inestables de nuestro interior.
Si somos nosotros los que queremos ayudar a los demás, se trata pues de que no invadamos la intimidad de los demás para obligarles a escuchar una arenga sobre la doctrina crística, como lo hacen algunas sectas con el objetivo de captar clientes, sino que esperemos a ser invitados para compartir nuestrosconocimientos con laspersonas susceptibles de entenderlos, con aquellas que están en la misma sintonía que nosotros.
Pero la «casa» a que se refiere Cristo es también la casa en que residimos físicamente, siendo inseparables una de otra; ya que nuestra casa física será siempre el reflejo de la psíquica, y en ella encontraremos los objetos que escenifican materialmente nuestras tendencias internas. De modo que, como discípulos de Cristo, debemos estar dispuestos a entrar en las casas de las personas dignas, y lo primero que deberemos hacer, en este sentido, será informarnos de si moran en el lugar en que estamos personas dignas de recibir nuestra paz, entendiendo por dignas aquellas que están en sintonía con la Obra, aquellas que están abiertas a la espiritualidad.
En la actualidad, la humanidad vive concentrada en ciudades muy pobladas, de modo que ese viaje en busca de seres dignos, no ha de ser, en términos físicos, muy largo. Quizá en nuestro propio vecindario se encuentren esas personas dignas que estamos buscando. La proximidad física y la espiritual no deben ir necesariamente unidas pero muchas veces sí lo están y antes de recorrer kilómetros en el asfalto de la ciudad, tratemos de informarnos acerca del interés de nuestros vecinos.
Hoy en día, hay poca comunicación entre vecinos, y muchas veces nos molesta hasta compartir el ascensor con ellos. Antes, en cambio, cuando unos nuevos inquilinos se instalaban en una casa, tenían costumbre de ir a ofrecerse a sus más próximos vecinos y unos y otros se llamaban con frecuencia para pedirse pequeñas cosas, una de ellas la sal. Ese modesto condimento ha sido muchas veces el pretexto que ha dado lugar al comienzo de una relación inter vecinal y no ha de extrañarnos a nosotros, que conocemos ya el profundo simbolismo de ese elemento, su capacidad de relación.
La visita a las casas de las personas dignas ha de figurar pues, en nuestro programa y debemos realizarla, como queda dicho, de dos en dos. No hemos de ir a esas casas para lanzar una proclama, sino, tal como hemos apuntado ya, para derramar nuestra paz, dejando que fluya la conversación y permitiendo que la persona digna nos cuente sus problemas y sus tribulaciones para que pueda vaciarse de ellos y estar en condiciones de interiorizar el anuncio del Reino. No lo anunciéis en la primera conversación, a menos que la persona sea la que indague sobre el camino. Esperad a que se vacíe de sus cuitas y que queden en ella los espacios psíquicos en los que depositar los nuevos conceptos.
El camino del discipulado pasa pues por la visita a las personas interesadas en la espiritualidad. No basta con ser interiormente ese ser Nuevo que Cristo vino a suscitar, es preciso serlo en el exterior, protagonizar lo que llamamos fase Vav, que consiste en exteriorizar la naturaleza interna.
Ahora los seres humanos viven ocupados en la transformación de los materiales físicos, dando a la materia inerte formas útiles al progreso. Pero llegará un día en que vivirán ocupados en la transformación de los sentimientos y de la mentalidad, y entonces veremos como los que están dispuestos a pregonar el amor y las leyes salen de dos en dos y peregrinan por el mundo en busca de esos seres dignos, durmiendo hoy en una casa, mañana en otra, ajenos ya a las necesidades materiales y atentos tan solo a las necesidades del espíritu.
Aunque de momento esta sugerencia puede parecernos algo alejada de nuestra realidad inmediata, recordemos, que estas enseñanzas van dirigidas al ser del Tercer Milenio, son para el futuro. Ello no impide que aquellos que forman parte de la avanzadilla ya las estén aplicando en la actualidad.
En el próximo capítulo hablaré de: los pies y el alma humana
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.