Qué hacer para amar
¿Qué debemos hacer para amar a nuestros semejantes? ¿Debemos ser sumisos a los imperativos de su sentimentalidad, debemos satisfacer sus apetencias instintivas? ¿Debemos darles medios para que realicen sus ambiciones, para que salgan de la miseria, para que obtengan títulos y honores? Ya dijo Cristo que su reino no era de este mundo y no es en las cosas de este mundo donde el amor crístico que pueda haber en nosotros debe manifestarse. Pero cuidado, no estamos diciendo que estas cosas no deban hacerse, sino que no pueden denominarse cristianas.
Hemos visto que ese amor de Cristo es luz que, iluminando por dentro, permite descubrir el error. Para actuar crísticamente, debemos ser de algún modo, con nuestros semejantes, como un faro de luz y serlo a tres niveles, como esos semáforos que regulan la circulación por nuestras calles, llevar a los demás la luz blanca de Hochmah la luz azulada de Hesed y la luz amarilla de Netzah.
Hochmah, el centro 2 del Árbol de la Vida, destila amor‑sabiduría y debemos ser, por lo tanto, un centro de sabiduría para nosotros y para los demás. A veces no es necesario que la sabiduría sea expresada, porque le basta con ser y si lo somos las almas atribuladas se verán penetradas por su reflejo. Muchas veces puede verse que una persona llena de confusión, va a otra para explicarle sus problemas y a medida que va hablando, se va serenando y al final, sin que el otro haya abierto la boca, el confuso se deshace en agradecimientos, porque dice que el otro le ha dado la solución. Cuando esto ocurre, no dudemos que el atribulado ha recibido de su interlocutor una infusión de Hochmah, sin necesidad de que esta se exprese de forma explícita.
La manifestación positiva de las virtudes de Hochmah podría resumirse en esta frase: «¡Que la verdad reine sobre la Tierra!”, es decir, sobre esa tierra humana de la que estamos hablando, que el Ego Superior pueda manifestarse en ella y gobernar a sus vehículos. Que tu Dios, el Dios que hay en ti, pueda mover tus estructuras humanas.
Ese propósito lanzado sobre nuestro prójimo como una emanación, es la forma de amor más elevada que podamos darle.
Para manifestar en los demás los valores de Hesed, el centro 4 del Árbol de la Vida, debemos llevarlos a concebir en ellos esa vida paradisíaca que Hesed representa; a concebirla o a desarrollarla si es que el germen ya está en ellos.
En el Paraíso, las bestias que hoy son feroces convivían mansamente con el ser humano y este mandaba en ellas. Ya sabemos que esas bestias son la imagen simbólica de nuestros instintos, de nuestras pasiones, que ahora suelen ser peligrosas y destructivas. Si estas bestias han reconquistado en nosotros su mansedumbre primigenia, si volvemos a mandar en ellas, lo paradisíaco que hay en nosotros se volcará sobre la naturaleza de la persona a la cual nos dirigimos y la penetraremos con nuestra paz. Entonces sus bestias se volverán mansas, del mismo modo que el toro bravo sigue y obedece al toro manso cuando este aparece en un ruedo. Aportar nuestra paz emotiva, será pues la segunda forma de amor crístico que podamos dar a nuestros semejantes.
Para conseguir esta paz emotiva, puede ser aconsejable salir fuera de la vorágine de las malas noticias. Dejar de ver los telediarios y todos aquellos programas dirigidos a activar nuestros bajos instintos, llevándonos a criticar o a juzgar al prójimo.
La tercera forma de amor crístico es la que corresponde a los valores de Netzah, el centro 7 del Árbol de la Vida. Sabemos que Netzah refleja en el mundo de abajo la belleza y la armonía de los mundos de arriba. Lo refleja a través del arte, de la imagen, sobre todo de las joyas, de las flores, de los bellos ropajes. Resultará pues, que si para expresar el amor de Hochmah y Hesed basta con “ser” interiormente, para expresar el amor de Netzah habrá que “ser” en el exterior: tendremos que ser capaces de hacer entrever a nuestro interlocutor, las bellezas del mundo de arriba, capaces de describirle los paisajes celestes, para que su alma encuentre la tranquilidad y el aplomo que necesita para poder vencer la tribulación.
La luz, la paz interna y la visión de los otros mundos, son tres formas sublimes del amor crístico. Las demás manifestaciones del amor, aún en sus formas sublimes, pueden encontrarse opuestas a la ley del destino y producir efectos contrarios a los deseados. El que da su sangre a los demás; el que da uno de sus ojos a un ciego; el que da riñones o el que sacrifica sus ilusiones para que su hijo o su hermano pueda realizar las suyas, está realizando, ciertamente, gestos muy meritorios, pero no sabe nunca lo que el ciego hará con su ojo, ni lo que el hijo hará con los medios que le ofrece.
El acto de amor que motivó su sacrificio, figurará en la cuenta positiva de su destino, pero lo que el ciego haga con su ojo o el otro con su sangre, si es negativo, puede cargar bastante la cuenta negativa, porque el amor es una fuerza que solo puede ser enteramente positiva cuando aparece desnuda de valores profanos, cuando es totalmente desinteresada. Por ello la figura de Eros, el dios griego del amor, el Cupido romano, aparecía siempre desnudo, como cualquier otra fuerza primordial.
En el próximo capítulo hablaré de: el amor reemplaza la ley
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