Poner en peligro nuestra parte Herodes
“Al ver cómo Jesús actuaba en pleno sábado, los fariseos consultaron con los herodianos sobre los medios de darle muerte». (Marcos II, 6).
Es evidente que con tales ideas, Jesús ponía en peligro no solo las bases del poder religioso, sino también las del poder civil, del herodiano, puesto que aquella sociedad – aquella y esta que padecemos en nuestros días- estaba montada sobre las bases de la sumisión de los débiles a los fuertes, de los pobres a los ricos. Liberarse de la servidumbre del sábado equivalía a liberarse de los dictámenes de Herodes y de la sumisión al imperio romano.
Matar al preconizador de ese nuevo mundo, equivalía a desterrar la idea de libertad. Después, cuando los reyes y emperadores se declaren cristianos y se oficien actos religiosos en nombre de Cristo, la sociedad seguirá siendo la farisaica-herodiana, sometida al sábado y al poder civil, aunque el sábado sea trasladado al domingo. Y en nuestros días, cuando escuchamos al presidente de los Estados Unidos amenazar con sus bombas, cuando vemos que son reconocidos como «grandes» los países que tienen la bomba atómica, bien obligados nos vemos a reconocer que el cristianismo no ha entrado aún en vigor en la actual sociedad. Seguimos como si el hombre hubiese sido hecho para el sábado y no el sábado para el hombre. Todavía andamos perdidos en las normas.
Ahora vemos en la sociedad una rebelión contra las reglas, pero no es esa rebelión redentora que Cristo vino a anunciar y que supone la toma de conciencia de nuestros poderes humanos, sino una simple perversión de las reglas, o sea una revolución hacia atrás, una involución hacia etapas anteriores.
No se ha establecido aún el reino de los humildes, esos representados por nosotros, la oleada de vida humana, ante la oleada de vida divina que en su día nos engendró. Cuando Cristo se instale en los corazones, la libertad aparecerá en la vida social, no esa idea de libertad que nos hacemos ahora, que es la de satisfacción de los instintos, sino esa libertad que ha de consistir en saber utilizar de forma adecuada los poderes emanados de sus fuentes naturales.
De momento, seguimos viviendo bajo la organización farisaica, multiplicadora de las reglas del sábado y utilizando el nombre de Cristo como pretexto para no vivir en su reino. Y esa misma iglesia que lleva el nombre de cristiana, está estructurada según el orden farisaico y jerarquizada de acuerdo con los esquemas de la antigua ley. Cuando el reino de Cristo venga a nosotros, el otro morirá para siempre jamás.
Después de esas manifestaciones sabáticas, Jesús abandonó la sinagoga y los campos de trigo para retirarse hacia el mar. Si los campos de trigo representan el signo de Virgo, el mar representa el de Piscis, el signo que forma eje con Virgo (es su contrario), constituyendo ambos los polos en que se desarrolla la acción de Cristo.
A través de Piscis, el ser humano se libera de sus emociones, purificándose y propiciando la entrada en el reino. Por ello se dice a menudo, en la crónica sagrada, que Jesús hablaba a la multitud sentado en una barca a orillas del mar.
Esa embarcación simboliza el vehículo sólido que nos permite circular por encima de nuestras emociones. Unas veces Jesús hablaba en la «montaña» y otras veces en el «mar«, indicando que su palabra suena en lo alto de nuestra entidad psíquica, pero también en nuestro yo emocional, cuando las aguas de nuestras emociones internas han abandonado nuestra tierra individual, para fundirse en el alma colectiva simbolizada por el mar. No podemos ser libres mientras las aguas de Escorpio rieguen nuestra naturaleza interna. Es en el mar, en las aguas de Piscis, donde nos espera Jesús y con él la libertad.
Pero recordemos que las emociones son un paso obligatorio en nuestro camino evolutivo y es preciso pactar con ellas, pagar un peaje, si queremos que nuestras iniciativas lleguen a materializarse algún día.
En el próximo capítulo hablaré de: la libertad atrae
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