Pilato se lava las manos
“Pilato, no hallando delito en Jesús, lo entregó a los judíos para que lo crucificaran. Nosotros tenemos una ley -dijeron ellos- y según esa ley debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios. Cuando Pilato oyó estas palabras, temió más, y entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús: ¿De dónde eres tú? Jesús no le dio respuesta alguna. Insistió Pilato. ¿A mí no me respondes? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte? Respondió Jesús: No tendrías ningún poder sobre mí si no te hubiera sido dado de lo alto; por esto los que me han entregado a ti tienen mayor pecado. Desde entonces Pilato buscaba librarle; pero los judíos gritaron diciéndole: Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Cuando oyó Pilato estas palabras, sacó a Jesús fuera y se sentó en el tribunal. Era el día de la preparación de la pascua, alrededor de la hora sexta. Dijo a los judíos: Ahí tenéis a vuestro rey. Pero ellos gritaron: ¡Quita, quita! ¡Crucificadle! Díjoles Pilato: ¿A vuestro rey voy a crucificar? Contestaron los príncipes de los sacerdotes: Nosotros no tenemos más rey que el César. Entonces se lo entregó para que lo crucificasen”. (Juan XIX, 7-16).
Vemos aquí, expresado por Jesús, lo que decíamos acerca de Pilato. Pilato no tiene más poder que el que le ha sido concedido desde lo alto, desde los Sefirot que están por encima de Malkuth y que son los que elaboran la realidad que vivimos. Por ello tienen más pecado los que lo han entregado porque de ellos viene la inspiración; ellos representan esta gestación interna de la cual Pilato es el simple ejecutor. El pecado (recordemos que pecado en griego es “hamartia”, que significa fallar el objetivo, perder la señal), el error, empieza en el pensamiento y en el deseo, porque en ellos se elaboran las realidades que nuestra personalidad física interpretará.
“Nosotros tenemos una ley y según la ley debe morir porque se ha hecho Hijo de Dios”, dicen los judíos.
Vemos aquí expresado ese orden antiguo, en el cual todo estaba sometido a la divinidad que dictaba las reglas. Jehovah organiza su sociedad en tribus, en castas, y a cada una de ellas le atribuye una función. Así todos son piezas de un engranaje y el Sumo Sacerdote o el primero de los sacrificadores son cargos que se distribuyen según las leyes de Jehovah y los ejecutores de su política. En esa sociedad no cabe que uno se rebele contra la función que, por su nacimiento o por la dinámica de las reglas, debe ocupar y, declarándose inspirado por Dios, se comporte fuera de las normas. No cabe, porque las reglas han sido dictadas por Jehovah y levantarse contra ellas significa hacerlo contra el mismo Dios. Y como toda vida viene de Dios y no es posible vivir fuera de Él, es lógico que esa persona deba morir.
Esa era la ley en las sociedades antiguas: el que no cumplía con las normas, el que violaba las leyes, era sacrificado como consecuencia natural de su acto, puesto que la vida solo era posible en Dios y Dios era Ley.
Jesús vino a revelar otro aspecto de la divinidad. Vino a proclamar que todo ser humano era un Dios en potencia, porque llevaba encima toda la organización divina y, por consiguiente, podía salirse de la ley colectiva y pasar a depender de la ley individual, porque esa ley estaba escrita, o se iba escribiendo, en su propia conciencia. No era preciso pues someterse a los dictámenes del Sumo Sacerdote para estar en Dios, porque el mismo hombre también era Sumo Sacerdote y recibía del Padre la revelación de la verdad en directo, no necesitando ir a beberla en las fuentes de ninguna iglesia.
La enseñanza de Cristo significaba el final de la Iglesia, puesto que si Dios es un padre que se comunica por igual con todos sus hijos, es evidente que no son necesarios los intermediarios, los intérpretes, los que reciben mensajes o se declaran más o menos iluminados.
En el próximo capítulo hablaré de: matar la religión de raza
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