Partir la herencia
“Uno de la muchedumbre le pidió: Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia». Él respondió: pero hombre, ¿quién me ha constituido juez o partidor entre vosotros? Mirad de guardaros de toda avaricia porque aunque se tenga mucho no está la vida en la hacienda”. (Lucas XII, 13-15).
A lo largo de la historia, han sido muchos los de la muchedumbre que se han dirigido a la Iglesia que fundaran los apóstoles con la petición de que dijeran al hermano que repartiera con ellos su herencia. Y muchas veces esa Iglesia profanizada ha hecho lo que no quiso hacer el Maestro que la inspiró: ser juez o partido.
En esos momentos, más que nunca, la Iglesia es el juez que dice a los hermanos como deben repartirse la herencia, en nombre de la justicia social. Como ya hemos dicho anteriormente, Cristo vino al mundo para decir a los seres humanos cómo debían ser, no lo que debían hacer, puesto que siendo de una forma determinada, ya se actúa en consonancia con la calidad de ser y no es necesario que se dé a las personas un folleto explicativo sobre la manera de comportarse.
La religión antigua era la que establecía las reglas de conducta y los resultados no fueron positivos, puesto que, aún respetando esas reglas, la persona seguía siendo de una forma fundamentalmente distinta a como esas reglas pretendían que fuese.
Procuremos pues que la conciencia crística penetre en el «hermano» y ya este repartirá su herencia sin que sea necesario que se le diga desde el exterior. Es desde dentro que deben venir las reglas de conducta. Y resulta ilusorio establecer una «justicia social» desde fuera.
En el curso de la historia hemos visto cómo el cristianismo sociológico ha sido utilizado, primero por los poderosos para subyugar a los débiles, y ahora por los desposeídos para conseguir que el «hermano» parta con ellos la herencia. Pero las estadísticas nos dicen que tanto a nivel de pueblos como de individuos, los ricos son cada día más ricos y los pobres cada día más pobres. Y es que las reglas exteriores, como hemos podido ver a lo largo de estos estudios cabalísticos, solo resultan válidas si constituyen el resultado final de un proceso de elaboración interna; si han sido generadas por nuestra naturaleza humana, primero en nuestro interior, para salir al exterior como la fruta aparece en el árbol.
Si en un momento dado, un régimen político obliga al «hermano» a repartir su herencia con el otro «hermano«, lo único que consigue es eliminar físicamente al poseyente para potenciar la figura del desposeído, en el cual se activará la vieja dinámica y la sociedad emanada de ese acto exterior, sin arraigo en la naturaleza interna, volverá a ser una sociedad de hermanos ricos y hermanos pobres, hasta que el Maestro se manifieste en el interior de cada ser humano y lo incline, desde dentro, al partazgo.
Mientras esto no ocurra, el Maestro ha de limitarse a decir que la vida no está en la hacienda. Mientras se siga considerando que la vida es hacienda, toda la estrategia estará orientada a la consecución de esa hacienda y a la edificación de un sistema que nos permita defenderla contra los que pretendieren desposeernos de ella.
En el próximo capítulo hablaré de: la parábola del hombre rico
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