Nuestro ser femenino
Así pues, nuestro ser femenino es el que ha de producir el nacimiento de Cristo; gestando y dando forma a todos los impulsos que nos vienen de la voluntad y haciendo que vivamos todas las experiencias necesarias para convertirnos un día en creadores. Y cuando esos programas han sido vividos, entonces aparece en nosotros Cristo, el revelador del otro mundo, el que está más allá de las leyes y de los códigos. Un mundo en el que ya no existe el dolor, el castigo, en el que se vive en un permanente estado de plenitud. Cristo aparece así como el resultado natural de un largo proceso evolutivo, de modo que no es necesario que sea engendrado por una voluntad humana, o sea, no es preciso que intervenga el varón. Es una obra que se gesta en nosotros porque en nuestra naturaleza interna se ha producido un estado de pureza del que solo puede emerger el hombre nuevo.
Las mujeres que seguían a Cristo hacia el monte del sacrificio eran las portadoras humanas de su futuro Reino. Cuando la personalidad material, el Simón Cireneo, se ponga en marcha al compás del Ego Superior, llevando su cruz, las mujeres seguirán detrás llorando.
Anteriormente hemos visto que la risa es un derivado de la incomprensión. El llanto, que es el polo opuesto de la risa, será por lo tanto lo contrario, o sea, un producto de la comprensión. Técnicamente, el llanto es producido por un súbito calor que penetra en nuestra entraña, generando un vapor que se condensa en agua al salir por los ojos y entrar en contacto con la atmósfera fría. Ese calor súbito es una manifestación del Fuego Divino y podríamos decir que Dios ha penetrado en nosotros y ha recalentado nuestra naturaleza produciendo en ella ese vapor. Cuando comprendemos súbitamente algo que no comprendíamos, esa iluminación se debe siempre a que nuestra divinidad interna se ha manifestado de pronto en nosotros y nos ha hecho tomar conciencia del asunto en cuestión. El llanto aparece pues al tomar positivamente conciencia de algo. En efecto, cuando esa toma de conciencia se produce por la vertiente negativa, es el frío lo que súbitamente nos hiela la sangre, y el agua que emana de nosotros es el sudor, ese sudor que apareció igualmente en Jesús cuando, en Getsemaní, se disponía a penetrar en lo negativo y disolverlo. Cuando un acontecimiento, feliz o desgraciado, calienta el agua de nuestras emociones o sea, cuando la divinidad desciende en ellas para impregnarlas y elevarlas respecto a su tono ordinario, la mujer que hay en nosotros, la parte emotiva, llora.
Jesús se vuelve hacia ellas, o sea, ese llanto, esa comprensión del sacrificio de nuestras virtudes que un día u otro seremos llamados a realizar, hace que la fuerza crística se vuelva hacia atrás, interrumpa su marcha y dirija la palabra a nuestras naturalezas atribuladas para anunciarles lo que sucederá cuando el Reino de Cristo se instale realmente en el corazón de los seres humanos.
Diremos pues que la comprensión del sacrificio que hemos de realizar hará que el espíritu profético que mora en nuestro interior nos revele el proceso de las cosas sagradas, este sería el tema del Apocalipsis de Juan (cuya Interpretación Esotérica también realizó Kabaleb).
En el próximo capítulo hablaré de: nuestra historia interna
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