No predicar en el desierto
“No vayáis hacia los paganos y no entréis en las ciudades de los samaritanos, id más bien hacia las ovejas descarriadas de la casa de Israel«, les dice Jesús a sus discípulos. (Mateo X, 5).
Si trasladamos esta norma a la sociedad actual, diremos: no vayáis a predicar a los que están muy lejos de esta enseñanza, ni en las ciudadelas psíquicas en las que rigen otros valores, sino en los que están buscando el sentido de la vida: los que buscan el orden universal y se preguntan adónde vamos y de donde venimos.
Ejercer el apostolado en los que están próximos es una norma que el cristianismo histórico tuvo muy poco en cuenta, puesto que mandó misioneros a evangelizar a países lejanos, a pueblos que viven a mucha distancia espiritual de Cristo.
Cristo representa el nuevo mundo espiritual, el nuevo continente y solo se puede alcanzar después de un largo recorrido. Cierto que la evidencia de Cristo puede producirse súbitamente, como le sucediera a Pablo en el camino de Damasco, pero ello no significa que el alma humana no haya recorrido la etapa anterior hasta el final. Ha sucedido, como ocurre con los viajeros que se acercan al mar a través de las montañas, que al cruzar la última cresta, el paisaje cambia de golpe y aparece la acuosa inmensidad.
Siempre es preciso bajar para servir a los que se encuentran a niveles inferiores, pero los discípulos de Cristo deben bajar tan solo al escalón en que viven las «ovejas descarriadas«, y ellos a su vez ya conectarán con los «samaritanos» y los “paganos«.
En el próximo capítulo hablaré de: el reino de los cielos está próximo
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