Nicodemo, el hombre nuevo
Pasada la Pascua, el Sol entra en el signo de Tauro y en él vemos la naturaleza renacer de su letargo invernal. El cronista nos dice que en esa época, un fariseo, un hombre viejo y rico llamado Nicodemo, doctor en leyes de Israel, fue una noche a ver a Jesús porque buscaba el conocimiento del Reino a venir.
Así arranca el capítulo 3 de Juan: “Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él. Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu. Respondió Nicodemo y le dijo: ¿Cómo puede hacerse esto? Respondió Jesús y le dijo: ¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto? De cierto, de cierto te digo, que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos; y no recibís nuestro testimonio. Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales? Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. De tal manera amó Dios al mundo. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios”. (Juan III, 1‑21).
Ya hemos dicho que los signos de Tierra a los que pertenece Tauro, reinan de noche y, por ser la Tierra el cuarto y último ciclo, representa a ese hombre viejo que empieza a preocuparse por ese Reino a venir, representado por Aries y que reaparece después de la etapa de Virgo.
En Tauro, nuestra antigua naturaleza, cargada de experiencias, rica por haber bregado mucho, se acerca a la espiritualidad con la esperanza de encontrar la solución que le permita, sin abandonar sus posiciones, entrar en el nuevo Reino. Jesús le propone, como fórmula, nacer de nuevo. «¿Cómo hacerlo, retornando al seno de la madre?», le pregunta Nicodemo. No se trata de nacer de nuevo en la carne, explica Jesús sino de nacer en agua y en espíritu, es decir, reconstruir la personalidad emotiva y hacer que el Ego Superior, que es el yo espiritual, tome el mando de nuestro vehículo físico. Cuando esto se produce, brotan en nuestra naturaleza corporal las flores de una eterna primavera, de igual modo que en los arboles viejos reverdece la vida.
Si un hombre no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios, le dice Jesús a Nicodemo. Es decir, la espiritualidad no es algo que podamos conquistar por la vía de la cultura y del estudio. Al contrario, la cultura nos aleja del Reino, por cuanto representa un acopio de datos tendientes a dar coherencia al mundo material en que vivimos, sin necesidad de integrar en él los mundos espirituales que lo alimentan y permiten su existencia. Para ver los mundos esenciales, los que suministran la esencia, la energía, es preciso nacer en ellos y seguir todo el itinerario que se ha seguido para aprender las cosas del mundo material. Entonces los contornos de ese mundo irán apareciendo y podremos contemplarlos con toda su coherencia, del mismo modo que contemplamos el mundo físico. Ese nuevo nacimiento formará en el ser humano los órganos de percepción adecuados para poder ver, oír, sentir, etc., esos otrosmundos. Ese nacimiento en agua y en espíritu, o sea en el mundo del deseo y en el del pensamiento, puede tener lugar a cualquier edad, tanto en el hombre viejo como en el que todavía es joven.
«Lo que ha nacido de la carne, es carne, y lo que ha nacido del espíritu, es espíritu. No te extrañe que haya dicho que es preciso nacer de arriba, ya que cuando el viento sopla, tú oyes el susurro de las hojas en los árboles, pero no ves el viento, ni de dónde viene ni adónde va. Con los ojos de la carne no se pueden apercibir las manifestaciones del espíritu y sin embargo, sí se puede efectivamente discernirlo«, sigue diciendo Jesús.
En efecto, los mundos espirituales no pueden verse con la mirada física, pero sí pueden percibirse los efectos que producen sobre la realidad material, del mismo modo que se ven los efectos del viento, sin que el viento mismo aparezca a la vista. ¿Puede alguien negar la existencia del viento tan solo porque no se ve?
Cuando nacemos a la vida espiritual, las cosas cambian a nuestro alrededor, así que esa vida se hace perceptible para nosotros.
¿Qué hay que hacer para nacer de nuevo?, pregunta Nicodemo, y Jesús se extraña de que siendo un educador de Israel, ignore estas cosas «Los que conocen las realidades del espíritu tienen el deber de revelar estas cosas a los que disciernen solamente sus efectos en el mundo material. Pero si te hablo de las verdades celestes, ¿me creerás? Decimos lo que sabemos y rendimos testimonio de lo que hemos visto y vosotros no recibís nuestro testimonio. Si ya no creéis cuando se os habla de cosas terrestres, ¿cómo creeréis cuando se os habla de cosas celestes? En verdad te digo que nadie ha subido al cielo si no es el Hijo del Hombre que ha bajado del cielo«. Y como Nicodemo preguntara cómo podría aprehender ese espíritu que debía recrearlo y prepararlo para entrar en el Reino, Jesús respondió: «El espíritu del Padre celeste esta ya en ti. Si es tu deseo ser conducido por ese espíritu de arriba empezarás pronto a ver con los ojos del espíritu; luego, si con todo tu corazón deseas ser gobernado por ese espíritu, tú mismo nacerás del espíritu, ya que el único propósito de tu vida será el de hacer la voluntad de tu Padre que está en los cielos. Habiendo así nacido del espíritu, empezarás a producir en tu vida cotidiana abundantes frutos del espíritu».
Dice claramente Jesús que el nacimiento espiritual es una cuestión de fe y de confianza en los que rinden testimonio de esos mundos. Cuando los efectos del espíritu empiezan a ser percibidos, no tardarán en presentarse ante nosotros los que pueden explicar esos fenómenos, porque todo enigma que se plantea lleva en sí mismo la solución. Pero para que el trabajo de elucidación pueda hacerse, será preciso creer en la persona que nos aporta la enseñanza, tener fe en ella.
Esa persona no es más que una emanación de nuestra necesidad interna de información. Es una representación material de una imagen interna, que se ha formado en nosotros, de modo que, en realidad, la información que demandamos se encuentra en nuestro fuero interno y, si nos auscultamos, si conseguimos conectar con el ser profundo que vive en nosotros, no será necesario que la tal persona aparezca.
Lo que impide, a menudo, el nacimiento espiritual, es la falta de confianza en ese ser interno y, por consiguiente, en la persona que lo representa en el mundo exterior, cuando aparece. El ser profano confía más en lo que ve, en lo que le viene de la cultura, aunque no lo comprenda, que en las explicaciones sobre el funcionamiento de los otros mundos por muy coherentes y lógicas que sean.
Si la persona que percibe los efectos del espíritu no tiene fe, se quedará en el estadio de los fenómenos, será el parapsicólogo que pasará su vida diciéndose: ¡Qué curioso es esto! ¡Qué asombroso es aquello!, Sin que jamás se atreva a admitir la explicación que le da el ser profundo que mora en sus entrañas y que lo sacaría de su asombro.
En el próximo capítulo hablaré de: el hijo del hombre
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