Mi tiempo no ha venido aún
«Mi tiempo no ha venido aún, pero el vuestro está siempre en activo«, les responde Jesús, y es que los hermanos, formando parte inseparable del mundo que Jesús iba a transmutar, estaban actuando en permanencia en ese mundo, que no podía odiarles por ser parte del mismo. Este mundo se había acostumbrado a ellos, a vivir con una conciencia débil, obligada a cerrar los ojos a todas las maldades o a emitir remordimientos de corta duración, que hacían que la persona se dijera: «No ha estado bien lo que hice, pero, mira, ¿por qué el otro se ha portado como se ha portado?» La parte de conciencia representada por los hermanos de Jesús se acomoda siempre a las situaciones, las justifica, diciendo que son las circunstancias, los otros los culpables de su mala actuación.
Es decir, es una conciencia vendida a la tendencia dominante, y en la vida social hemos visto muchas veces cómo los representantes externos de la espiritualidad están de la parte del tirano de turno, justificando sus desmanes. Cuando la conciencia actúa así, no es Cristo quien la rige, sino uno de sus hermanos. Ellos sí podían ir a la fiesta y jugar al juego ritual del gran perdón.
“Cuando sus hermanos hubieron «subido» a la fiesta, él «subió» también, pero no públicamente, sino como en secreto. Los judíos lo buscaban durante la fiesta y decían: ¿Dónde está? En la multitud había gran rumor respecto a él. Unos comentaban: Es un hombre de bien. Otros decían: No, desencamina a la muchedumbre. Sin embargo, nadie hablaba libremente de él por temor de los judíos”. (Juan VII, 10-13).
¿Cómo debe entenderse esto de que Jesús esté, no públicamente sino como en secreto?
Cuando Dios creó al ser humano puso en él todos los dispositivos que debían permitirle un día recibir los servicios puestos a su disposición por la divinidad. Entre estos servicios figuran el crístico, o sea, el redentor. Es como esas casas que ahora edificamos, en las que figuran canales de calefacción, conductos para el gas, para el agua, instalaciones eléctricas y para la antena del televisor. Sin embargo, cuando un inquilino se instala en uno de esos pisos, nada funciona. El agua, el gas, la electricidad están allí «como secretamente«, esperando que el inquilino se dé de alta en la compañía para recibir el servicio.
Así, en la fiesta de los judíos o sea en la antigua religión, Cristo ya está presente, pero no públicamente, sino como en secreto, para que aquellos que están preparados para recibir el «servicio» puedan darse de alta, quedando conectados con él inmediatamente.
Cuando una persona levanta su carta astral, es decir, la impresión de pantalla del momento en el que nació, descubre las facultades que se encuentran, como secretamente, en cada recodo de su ser. Una vez descubiertas, ya puede empezar a hacer uso de ellas en los distintos escenarios de su vida.
Unos lo buscaban, dice la crónica y pensaban bien de él; otros no. En la vida civil, para recibir los servicios tenemos que darnos de alta en la compañía, pero en la vida sagrada las cosas ocurren de una manera distinta y a veces la corriente crística irrumpe en nuestros conductos internos inesperadamente, como ocurrió con Pablo en el camino de Damasco, y entonces vemos que Jesús sí estaba en la fiesta, aunque no todos fueran capaces de apercibirlo.
Unos lo buscaban para enaltecerle y otros para darle muerte, dice la crónica sagrada. Así ocurre en el pequeño mundo de cada uno, constituido por el marco social en que vivimos, cuando la dinámica del Zain actúa en nuestros sentimientos sobre el prójimo y mientras unos los reciben con simpatía y los acogen en su seno, otros los rechazan violentamente y ese rechazo equivale a un intento de darles muerte, de eliminar el impulso sentimental que emana de nuestros corazones.
Del mismo modo a la hora del Zain, cuando esta fuerza se encuentra activa en el universo – y en el ciclo diario esto ocurre en las dos horas que preceden a la puesta del Sol -, Cristo exterioriza su personalidad redentora y mientras unos captan esa vibración y la introducen en su psique, considerándola como «un hombre de bien«, otros la rechazan por pensar que los «desencamina«, los lanza fuera del mundo en el que se sienten seguros.
Sin embargo, ni unos ni otros expresan libremente esta fuerza por «temor a los judíos«, es decir, por temor a perder la seguridad que el mundo instituido representa; el miedo a quedarse sin trabajo, sin amigos, sin familia, a verse perseguidos por las instituciones y en estado de necesidad.
En el próximo capítulo hablaré de: liberarse de las tradiciones pesadas
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