Los tormentos
“Entonces os librarán a los tormentos y os harán morir, y seréis odiados en todas las naciones a causa de mi nombre. También entonces varios sucumbirán, y se traicionarán odiándose unos a otros”. (Mateo XXIV, 9-11. Marcos XII, 9. Lucas XXI, 12).
El culpable es siempre el que perturba las costumbres reinantes, apoyadas y legitimadas por las leyes. Así, quienes predican la paz son considerados como traidores en tiempos de guerra, lo mismo que los partidarios del sacrificio y la humillación. Ahora más que nunca la enseñanza cristiana es la enemiga de la sociedad, y si ha podido subsistir una religión cristiana floreciente, ha sido porque sus supuestos representantes se han sometido a las reglas de los tribunales y no han dudado en bendecir los pelotones de ejecución. Es en la medida en que lo cristiano deja de serlo, que puede subsistir. Y al decir cristiano, queremos definir todo lo espiritual. Así vemos que en el Islam triunfó un Khomeini cortando manos a los ladrones, apaleando hasta la muerte a los adúlteros, fusilando a los drogadictos y poniendo sangre y fuego en todo el país, en nombre de una espiritualidad corrupta y mal entendida. Cristo sigue siendo el enemigo de la sociedad profana, por muchos crucifijos que se pongan en los despachos públicos y mucho folklore que se eche a las celebraciones.
Entre los que han emprendido la gran aventura espiritual que supone la conquista del Reino, también algunos sucumben y acaban odiándose. Se necesita mucho equilibrio psíquico para no perderse en vanas elucubraciones. Ya dijo Jesús en otra ocasión que si las fuerzas del adversario son muy superiores a las nuestras, lo mejor es pactar con él, antes de lanzar nuestras tropas a un descalabro. Muchos no lo tienen en cuenta y pierden la batalla de la espiritualidad y acaban odiando lo que no han podido conseguir y traicionando a sus camaradas de escalada.
Varios falsos profetas se levantarán y seducirán a mucha gente, prosigue Jesús, refiriéndose a esos que han sucumbido y que preferirán, antes de confesar su derrota, decir que ya han llegado, y proceder como si ya pertenecieran al Reino, hablando en nombre de una supuesta divinidad, en una supuesta altura espiritual que aún no han alcanzado.
En el próximo capítulo hablaré de: no premeditar
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