Los perfiles del nuevo mundo

A lo largo de estos textos hemos estado describiendo los perfiles de ese nuevo mundo al que Jesús daba el nombre de el Reino. Muchos lo han leído y han comprendido mejor la enseñanza de Cristo. Pero ante el anuncio de las maravillas que el Reino ha de aportarnos, el lector piensa: “a ver si será verdad”, que es una forma de decir: si no lo veo, no lo creo.

Los estigmas de Cristo es el precio a pagar por el paso del puente que va de un mundo a otro; es la huella del sacrificio, que es como la barrera aduanera de acceso al Reino. Esos estigmas, esa señal de haber muerto a un cierto mundo, es como el recibo que justifica el pago de la deuda, el finiquito librado por el mundo de las leyes y que atestigua los derechos, los poderes adquiridos en el otro mundo. Tomás no cree que esos poderes puedan ser ejercidos. Pero ocho días después, cuando el carrusel de los Sefirot se ha desarrollado, de Hochmah a Yesod y ha pasado por encima de los poderes concedidos por Cristo y se han producido los primeros resultados, entonces Tomás ve y toca aquella realidad y la reconoce. Felices los que sin ver han creído, le dice Jesús, porque en ellos todo será más rápido.

Tomás es la ciencia, la que necesita evidencias y ciertamente, esas evidencias le serán dadas algún día, pero con retraso, mientras que quienes no esperan la ciencia para convencerse de lo que Cristo les enseña, ya estarán muy lejos cuando Tomás-Virgo-Ciencia vea y compruebe las realidades.

Todos llevamos dentro un incrédulo Tomás que, al negarse a reconocer la verdad si no le aportan una prueba sensorial de esta verdad, retrasa, ralentiza nuestro ritmo evolutivo porque con su incredulidad impide que el ciclo de experiencias que acabamos de vivir se integre, suba a nuestro Ego. A veces pasamos toda una vida con la tendencia llamada Tomás en activo, pidiendo pruebas, mientras que si nuestro Tomás cree sin ver, nuestro proceso evolutivo se acelera.

En el próximo capítulo hablaré de: el día de Pentecostés

Interacciones con los lectores