Lo que quieras que te hagan, hazlo
«Todo lo que quisierais que los hombres hicieren por vosotros, hacedlo vosotros por ellos, ya que así es la Ley anunciada por los profetas«. (Mateo VII, 12).
Dar lo que se espera recibir, aún antes de haberlo recibido; esa es la ley que rige en los centros de vida de la columna de la derecha del Árbol de la Vida. Cuanto más vaciemos nuestro interior de aquello que nos apetece, más profundos serán los espacios para poder recibir los dones que esperamos. Si es amor, ternura o solidaridad lo que esperamos recibir, conviene que empecemos por ser nosotros mismos fuentes vivas de las que manen el amor, la ternura y la solidaridad.
De nuestra capacidad de dar depende nuestra capacidad de recibir y aquello que hagamos por los demás, es lo que recibiremos, ya que del mismo modo que recibimos del manantial cósmico el tipo de energías que estamos utilizando en la edificación de nuestra obra humana, también recibimos de los demás, para la elaboración de esa obra, las proyecciones mentales y emotivas correspondientes a la calidad que estamos utilizando.
Es decir, si lo que hacemos por los demás es odiar, los demás – y no necesariamente las mismas personas sobre las que proyectamos nuestro odio- nos restituirán ese odio que hemos utilizado para la obra. Pero si lo que emana de nosotros es amor, también recibiremos amor, aunque no provenga de la misma persona que se beneficia de nuestra corriente.
Cabe recordar, porque olvidarlo induce a menudo en error a la gente, que también recogemos lo que hemos plantado en periodos anteriores. Así que no debemos extrañarnos cuando estamos plantando cosas buenas y se nos juntan buenas y malas a la hora de recoger.
Todas las leyes tienen su utilización errónea, del mismo modo que hasta los ángeles tienen su copia perversa que habita en las bajas regiones del Mundo del Deseo, y fue Tomás quien hizo notar al Maestro lo que podía dar de sí ese precepto aplicado a la actividad pasional, pudiendo una persona decirle a otra: «yo espero de ti las caricias lascivas que yo te estoy dando». El Maestro le respondió que era bien evidente que el precepto se refería a la actividad anímica superior del ser humano y que quien lo aplicara a sus energías corrompidas sabría perfectamente lo que estaba haciendo y no podía pretender actuar con buena fe, sino con un cinismo elemental.
En los intercambios humanos, recibimos siempre lo que damos. Cuando esto no es así, o sea, cuando tenemos la impresión de que es así, cuando a nosotros nos parece que damos amor y recibimos odio; que damos dinero y recibimos miseria, ello se debe simplemente a un desfase en la recepción de las energías.
Es decir, si en nuestros vacíos internos se ha acumulado el odio, porque hemos pasado una vida entera odiando, ese odio tiene que salir antes de que la nueva mercancía llamada amor aparezca, cambiando el panorama de nuestra vida. Es algo parecido a esos molinillos de picar carne que tienen los carniceros. Cuando un cliente pide un bistec picado, el carnicero lo corta y lo introduce en el molinillo, pero lo que primero cae sobre el papel es la carne que ya estaba allí y solo cuando esta se ha agotado aparece el nuevo bistec picado.
Si no recibimos de los demás lo que les damos, significa que nuestros resortes psíquicos estaban cargados de otros productos y la nueva mercancía que encajamos de los demás empuja esos productos hacia su exteriorización. Cuando esa maquinaria interna quede limpia, aparecerá el amor.
En el próximo capítulo hablaré de: estrecha es la puerta de la evolución
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