Llevar la cruz
“Al salir encontraron a un hombre de Cirene, de nombre Simón, al cual requirieron para que llevase la cruz”. (Mateo XXVII, 32; Marcos XV, 21; Lucas XXIII, 26).
Dice la leyenda que Simón el Cireneo había venido de África del Norte, donde residía, para asistir a la Pascua. Iba camino del templo, donde se celebraban los actos religiosos, cuando los soldados lo requirieron. Aquello cambió su itinerario humano, conoció a los amigos de Jesús al pie de la cruz y se convirtió en un ardiente propagador de la doctrina del Reino. Sus dos hijos, Alejandro y Rufus, enseñaron el Evangelio en África.
Simón de Cirene representa el obrero de la última hora, del que ya hablara Jesús en su parábola sobre los obreros de la viña. No había sido discípulo, no había seguido al Maestro en sus andanzas del mar a la montaña, de la montaña al mar, y en la hora final, cuando el Maestro trabaja solo en la puerta del odio, Simón se ve requerido por los hombres del César para que lleve la cruz.
Ya sabemos que nada ocurre por casualidad, que todo cuanto nos sucede ha sido paciente y largamente elaborado por nuestra naturaleza interna. Ese hombre que, desde Cirene, se dirigía al templo antiguo y encontró en su camino la cruz, había estado preparando, en los misteriosos arcanos de su alma, este encuentro. Llevar la cruz es una de las experiencias que nos aguarda.
Las cuatro aspas de la cruz simbolizan las cuatro etapas evolutivas que encierra el nombre divino Yod-He-Vav-He. En las prácticas mágicas cuando la cruz es enarbolada, los habitantes del mundo de las tinieblas tienen que retirarse, y este hecho es constatado por las personas que ellos atormentan sin que puedan explicarse el porqué.
La explicación es simple: la cruz es el emblema del ser que ha vivido plenamente las cuatro etapas de los trabajos que le ha sugerido su divinidad y, por consiguiente, tiene mando sobre aquellos que no las han vivido. Los luciferianos pertenecen a una oleada de vida anterior a la nuestra, son más viejos en cuanto a tiempo de permanencia en el universo, puesto que nacieron en una anterior manifestación, pero se encuentran administrando los desperdicios, porque no cumplieron con la Ley del Yod-He-Vav-He, es decir, no vivieron plenamente las experiencias correspondientes al elemento Fuego, Agua, Aire y Tierra. No habiendo alcanzado esa plenitud, son seres inacabados, con relación a sus posibilidades evolutivas y el hombre-cruz, el que sí ha realizado todas las experiencias requeridas por su alma, tiene mando sobre ellos, puede someterlos a su obediencia porque, en la esfera en que se mueve, aún siendo inferior a la de ellos, ha alcanzado una perfección que ellos no han logrado.
La cruz significa pues que hemos vivido plenamente la etapa Yod-Fuego, o sea que hemos participado en las tareas creadoras del universo. Que hemos vivido plenamente la etapa He-Agua, o sea que hemos sido elementos fecundadores y fecundados, en cuyo seno ha arraigado la vida divina. Que hemos recorrido a fondo la etapa Vav-Aire, o sea que hemos buscado con afán la lógica y la razón de todas las cosas, que hemos descubierto las leyes que rigen el universo adaptando nuestra conducta a ellas. Y que hemos vivido intensamente la etapa segundo He-Tierra, o sea, establecido en el mundo material todo lo aprendido, que nuestra voluntad ha llegado hasta la tierra para dar forma a las cosas, y que han penetrado en ella los sentimientos y la razón.
Cuando todo este trabajo ha sido realizado, ya no queda más que cargar con esa cruz y clavar en ella nuestra alma para que el contenido de las experiencias, del saber, se derrame sobre la Tierra, en beneficio de todos los seres humanos, acelerando así su ritmo evolutivo.
En el próximo capítulo hablaré de: el trabajo de todos los días
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