Llegada al Gólgota
“Jesús, llevando su cruz, llega a un lugar llamado cráneo, en hebreo Gólgota. Es allí que fue crucificado y otros dos con él, uno de cada lado y Jesús en medio”. (Juan XIX, 17-18). Lucas y Marcos precisan que se trataba de dos malhechores y que el de la izquierda, estando ya en la cruz, le decía, injuriándolo ¿no eres tú el Cristo? ¡Sálvate y sálvanos! Pero el otro le reprendía, diciéndole: ¿No temes a Dios tú que sufres la misma condena? Para nosotros, es justicia, ya que recibimos lo que hemos merecido por nuestros crímenes; pero él no ha hecho ningún mal. Y le dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu Reino. Jesús le respondió: En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso”. (Lucas XXIII, 33-43; Marcos XV, 27-28).
Este itinerario que va de la ciudad hacia el monte del cráneo señala el camino de nuestra propia transmutación. Ese camino, que en la tradición exotérica tiene las doce estaciones del Vía Crucis, consta, en la tradición esotérica, de treinta y tres estaciones, una para cada uno de los treinta y tres huesos que forman nuestra columna vertebral, desde el coxis hasta el cráneo.
La fuerza crística ha de recorrer esos treinta y tres peldaños, empezando por el más bajo, y regenerar la vida que emana de cada uno de ellos, o sea las corrientes que a través de los nervios y los músculos se desparraman por todo el cuerpo, partiendo de la columna vertebral. A medida que la fuerza crística asciende por estos senderos, se produce un relevo en las fuerzas que ocupan nuestros vacíos internos y cuando los arcángeles de Cristo han tomado los puestos en que actuaban antes los ángeles de Jehovah, Cristo se encuentra en el Gólgota, en el cráneo y ya puede morir. Ha cumplido su misión de redimensionar nuestro mundo interno y ya puede derramar sus esencias purificadoras sobre los demás, sobre el mundo exterior, para que la personalidad crística pueda nacer en todos.
Los dos ladrones que lo acompañan en su recorrido hacia el Gólgota, son los representantes de las dos columnas que aparecen el Árbol Cabalístico a derecha e izquierda de la columna central. Vemos en ese Árbol que Tiphereth representa la esfera purificadora en la que actúa Cristo. Por debajo de ella se sitúan Netzah, Hod y Yesod.
Ya vimos que Yesod es, por excelencia, el centro que traiciona, que vende la espiritualidad: es Judas y ya dice Juan en su Evangelio que Judas era ladrón. Judas roba la vida crística y la pone a la disposición del mundo, pero también lo hacen esos dos ladrones que son Netzah y Hod, los cuales, como lo vemos indicado en los senderos del Árbol, «roban» sus esencias a Tiphereth y las «venden» a Malkuth.
Son ladrones en un sentido, pero cómplices en otro, puesto que si Cristo representa el enemigo del mundo antiguo, el que ha de destruir el antiguo templo y reconstruir en su lugar el nuevo, los ladrones que le roban sus virtudes para darlas al mundo, son igualmente los enemigos de la antigua organización de Jehovah, y por ello son ajusticiados al mismo tiempo.
En el Gólgota mueren Cristo y su organización, para que esta deje de actuar como tal en el exterior y pueda encarnarse en nuestras propias naturalezas, cuando nuestra tierra humana haya sido abonada para que en ella pueda florecer la semilla crística.
En el próximo capítulo hablaré de: que se salve
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.