Limpiar solo lo sucio
“Mientras Jesús hablaba, un fariseo lo invitó a cenar y se extrañó de que se sentara a la mesa sin haberse lavado. Jesús le dijo: vosotros, fariseos, limpiáis el exterior de la copa y del plato, pero vuestro interior está lleno de rapiña y de maldad. ¡Insensatos! El que ha hecho lo exterior, ¿acaso no ha hecho también lo interior? Dad más bien en limosna vuestras virtudes y todas las cosas serán puras para vosotros. Ay de vosotros que sois como sepulcros blanqueados que no lo parecen y sobre los que se anda sin saberlo”. (Lucas Xl, 37-44).
Nos muestra Jesús en este punto algo muy obvio y evidente: que solo debe ser lavado lo que está sucio. Lo que, por su naturaleza, es limpio, no necesita ser purificado por las aguas de Hochmah, esas que caen de arriba abajo y a las que ya nos hemos referido al tratar del tema del bautismo y la purificación.
Ya hemos visto que el polvo y la suciedad constituyen el entorno natural en que se mueven los habitantes de las regiones inferiores del Mundo del Deseo. Mientras nuestra naturaleza responda a las vibraciones del tipo de energías que ellos administran, esos espíritus de tinieblas estarán pegados a nosotros y necesitaremos lavarnos una y otra vez para despegarnos provisionalmente de ellos. Siendo la noche su reino natural, es necesario que nos lavemos al levantarnos, dándonos, si es posible, una fuerte ducha, para disuadirlos de toda actividad y hacer que entren en sus guaridas y duerman. En cambio, si queda en nosotros el sudor de la noche, ellos se encuentran en su ambiente y prestos para el trabajo.
Los malos olores desaparecen cuando se alcanza una cierta frecuencia vibratoria, y entonces el cuerpo despide ese olor de santidad de que se habla en los relatos místicos. Cuando las pulsiones energéticas son intensas, destruyen la suciedad, y es curioso constatar que nuestros modernos detergentes, que se fabrican con derivados del petróleo, son un producto energético que lava sin necesidad de frotar, por simple contacto. Un día llevaremos en nuestra naturaleza interna nuestro propio detergente y no tendremos necesidad de lavarnos.
Jesús recomienda a los fariseos que den sus virtudes internas para purificarse. Primero, es preciso estar en posesión de esas virtudes para poder darlas, naturalmente. Después se tratará de exteriorizarías, o sea, de que esas virtudes alcancen su fase Vav y al traspasar la barrera de lo interno y emerger al exterior, purificarán nuestra piel. Cuando estemos en el reino de Cristo, el agua perderá su utilidad porque nosotros mismos seremos aguas puras.
Jesús vitupera a los fariseos por aparentar lo que no son, por ser sepulcros blanqueados sobre los que se anda sin saberlo. Si el mal existe, mejor que se vea, que esté debidamente señalizado, como esas curvas peligrosas que encontramos en las carreteras. Si el mal no se ve, si es un mal no aparente, el peligro que representa es mucho mayor.
En el caso de los fariseos a que Jesús se refería, el mal es el error en el que estaban viviendo, un error compuesto de leyes y normas que supuestamente debían conducir a la perfección espiritual, cuando en realidad solo conducían al final de una etapa; conducían a ese segundo He del nombre de Jehovah, que es una puerta abierta a un mundo distinto, ese mundo de la cuarta etapa, la del fruto que llena la tierra de la nueva potencialidad encerrada en su semilla.
En el próximo capítulo hablaré de: el doctor de la ley
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